Queramos o no, nos encontramos inmersos en la era de la información y la inmediatez. Tenemos acceso a información rápida y variada como nunca antes en la historia de la humanidad. Eso debería ser una buena noticia, pero lamentablemente no lo es del todo.

Así como podemos encontrar una infinidad de fuentes de información válida, científica y técnica, en cualquier formato que nos plazca; esa misma información se encuentra entremezclada con cantidades igualmente infinitas de conspiraciones, mentiras, medias verdades, exageraciones, difamaciones, discursos de odio, intolerancia, prejuicios y todo aquello a lo que ahora se le denomina como “posverdad”, y que no es más que la distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública, especialmente en tiempos de campaña electoral con fines políticos.

Hoy, gracias a las nuevas tecnologías y especialmente a las redes sociales, nos encontramos todavía un paso más allá de la imagen: inmersos en la desesperación de la inmediatez.

La inmediatez no necesariamente debe ser vista como negativa. Nos brinda la capacidad de estar informados o de informar con velocidad. No obstante, está produciendo el efecto contrario; limita nuestra capacidad de raciocinio y el sentido común por la inquietante sensación de vivir con prisa, hambrientos de informaciones de cualquier procedencia y de un imparable impulso por compartirla sin haberla procesado.

La desesperación de la inmediatez nos convierte en la peor versión de la libertad de expresión. Cualquier persona puede producir material a sabiendas de que existe un mar de incautos que desean compartir la información con rapidez, solamente con un breve transitar de la vista por un titular escandaloso, una foto provocativa o un video inéditamente llamativo, como paso previo a ser redistribuidos masivamente por todas las redes sociales de su gusto y preferencia.

Quedamos entonces a merced de las fake news, de noticias ciertas pero recicladas años después y compartidas como recientes, o de criterios de pseudo expertos en TikTok, X, Instagram, Facebook, YouTube y chats de WhatsApp porque la gente lo que quiere es informar de primera, aún sin analizar si fue generada por Inteligencia Artificial y se trata de un burdo montaje.

Incluso, se hace solo por la inmediatez de compartir, porque si alguien desea brindar su opinión y se toma la molestia de leer la información, no encontrará nadie que quiera opinar también de manera seria y reposada, porque sus argumentos o no serán leídos o serán atacados con frases construidas por a quienes les interesa que el tema se vuelva incuestionablemente viral.

Al no tomarnos el tiempo de procesar contenidos, incluso lanzamos opiniones de acuerdo a lo que el influencer del momento, que más se acerca a lo que consideramos como válido, ya ha dicho al respecto. Con opiniones prestadas lanzamos ataques, juicios de valor o simples idioteces sin sustento que las respalde, porque no analizamos los hechos, ni verificamos las fuentes de las informaciones. Basta con ver lo rápido que viajan las mentiras y lo comparativamente poco que la gente comparte aclaraciones y desmentidos serios como los que produce el equipo de Doble Check de la Universidad de Costa Rica.

Hay una frase popular que se le atribuye a Winston Churchill y que resume lo dicho hasta el momento:

Una mentira da la vuelta al mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse los pantalones".

Pero además lo decía también con dureza el genial Umberto Eco cuando afirmaba quelas redes sociales les dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que hablaban solo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un Premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”. O bien, como lo denominó el célebre politólogo Giovanni Sartori, pasamos del Homo sapiens producto de la cultura escrita, al Homo videns producto de la imagen.

Reducimos temas serios y complejos a lo que creemos entender de acuerdo a informaciones que no leemos y de las cuales no hemos verificado su origen, reduciendo los argumentos a lo que nos quepa en un tuit o un tiktok, y armando una revolución impune e irrespetuosa si alguien se atreve a cuestionar nuestros ya de por sí maltrechos argumentos.

Eso, cuando la tónica del día no es la de atacar de manera salvaje, sin hechos ciertos, ni sentido común a cualquier personalidad, especialmente política, no necesariamente por algo que haya dicho o hecho, sino por lo que creemos que debió haber dicho o hecho de acuerdo a la sesgada información que manejamos y que nos sirve para señalar, juzgar, condenar y fusilar sin piedad desde cualquier dispositivo electrónico. Tendencia especialmente común entre quienes pretenden capital político con desvaríos populistas y autoritarios.

Ejemplos sobran desde gobiernos y campañas políticas como fue el caso de Duterte en Filipinas, las elecciones presidenciales en Estados Unidos especialmente desde 2016, la campaña feroz por el Brexit principalmente en temas migratorios, las campañas políticas sucias en Brasil  y España, las cientos de absurdas conspiraciones contra la Agenda 2030 o las idioteces más surrealistas que circularon en pandemia.

Sumémosle a esto, la obsesión enfermiza de políticos como Trump, Bukele, los Ortega-Murillo, Maduro u Orbán que abiertamente acosan, censuran, encarcelan y exilian periodistas y clausuran medios de comunicación; llagando a otros métodos tan descarados como el nuevo “Salón de la Vergüenza", puesto en marcha recientemente por la Casa Blanca para atacar a los medios que no se acomodan a la línea discursiva que emite el actual gobierno. Porque ellos son los que determinan qué es la verdad sin aceptar voces en contrario.

Contra este fenómeno no queda más que analizar, revisar, cuestionar y verificar la información que nos llega todos los días. Es más complicado que solo compartir, pero nos ayuda a tener sociedades maduras, serias, respetuosas y con un nivel de las discusiones que respete la ciencia, la técnica, la legalidad, la historia, la diversidad de ideas y creencias y hasta el sentido común que tanto se ha venido perdiendo.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.