El empleo frente al algoritmo: una economía en transición.

La Inteligencia Artificial (IA) avanza con una velocidad inesperada y está remodelando el mundo laboral. Expertos sostienen que la IA puede impulsar el crecimiento económico y social al mejorar la productividad, optimizar procesos y fomentar la innovación (Benhamou, 2022). Su aplicación masiva está modificando considerablemente la estructura del empleo: remplazando a algunos o dando origen a nuevos puestos. Definitivamente, la automatización ha dejado de ser un fenómeno industrial y tecnológico aislado para convertirse en el factor que redefine la oferta y la demanda laboral en casi todos los sectores.

El posicionamiento de la IA no se limita a impactar la economía del trabajo; también incrementa la tensión entre progreso y exclusión. Según la OCDE (2025), “se espera que la IA aumente la productividad hasta en un 30% en los sectores intensivos en conocimiento, pero sus beneficios se distribuirán de manera desigual entre los trabajadores y las empresas”. Quienes desarrollen habilidades digitales concentran las oportunidades. Por ello, el empleo y las políticas laborales deben evitar la desigualdad en una economía guiada por algoritmos.

El aumento de la automatización de tareas es eminente, y la IA generativa es la principal responsable. La OCDE (2025), encuentra la IA particularmente eficaz en tareas de escritura, codificación y análisis, además de desempeñar un papel crítico, aprendizaje personalizado y la eficiencia organizacional, que potencian los procesos creativos, innovación y resolución de problemas; motores esenciales de la economía laboral. Aunque este avance favorece la creación de nuevos emprendimientos; no todas las empresas tienen la capacidad de adoptar estos sistemas, ampliando la brecha entre actores que acceden al progreso tecnológico y quienes quedan rezagados.

Jung y Katz (2025) recalcan que, “la palanca de aumento de la productividad a partir de la adopción de la inteligencia artificial pasa por la fuerza de trabajo calificado”. Este contraste sugiere brechas estructurales entre las regiones con ventajas educativas y tecnológicas, frente a aquellas que carecen de ellas. Su informe estima que “1% del crecimiento en el gasto de IA se puede asociar a un 0.036% del crecimiento del PIB, efecto que se materializa a través de la mejora de productividad del trabajo calificado” (p. 24).

El futuro pronostica un panorama desigual. “América Latina enfrenta un doble desafío: baja inversión en innovación y una estructura productiva heterogénea que limita la adopción tecnológica inclusiva”. Frente a esto, solo la educación, capacitación y las políticas públicas orientadas a la equidad podrían evitar el estancamiento salarial y la concentración de beneficios a los sectores tecnológicamente avanzados. La demanda tecnológica industrial requiere alcanzar mayores niveles de productividad e ingresos, representando una oportunidad de reposicionamiento para países emergentes. Sin embargo, se debe velar por un punto de equilibrio entre la justicia social y la eficiencia económica.

A nivel global, el crecimiento impulsado por la IA ya es medible. GBM (2024), señala que la IA podría aportar hasta 15,7 billones de dólares al PIB mundial para 2030, aumentando la producción global en un 14%, gracias a la productividad y optimización de procesos en sectores clave como la manufactura, la salud, las finanzas y el comercio minorista. Estos datos reflejan cómo la IA no solo redefine la estructura del empleo, sino también el ritmo del crecimiento económico, consolidándose como un nuevo motor del PIB mundial.

La inteligencia artificial integrada con visión ética y de desarrollo humano es capaz de reducir los impactos en la empleabilidad. Costa Rica avanza con la Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial (ENIA-CR), que busca vincular la productividad empresarial y la sostenibilidad social mediante la educación digital, la innovación pública y la inclusión. El MICITT (2024), aspira una gobernanza colaborativa que impulse la competitividad sin sacrificar la equidad. En enfoque ofrece a América Latina una ruta para reducir brechas tecnológicas y fortalecer su base económica desde la justicia distributiva. El desafío no es frenar la IA, sino dirigirla hacia un crecimiento inclusivo donde la tecnología respete el valor y la dignidad del trabajo.

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