La campaña electoral de 2026 —con 20 candidatos presidenciales buscando atención— revela algo tan fascinante como frustrante: Costa Rica cuenta hoy con aspirantes que poseen talentos extraordinarios, perfiles técnicos valiosos y décadas de experiencia acumulada que, en un país menos fragmentado, convertirían a varios de ellos en ministros de primer nivel.

Pero la lucha partidaria, la fragmentación, los egos y la trinchera ideológica —esa bandera cada vez más devaluada que sirve para reclutar adeptos pero no para resolver problemas— terminan por diluir ese potencial. Algunos aspirantes logran una curul por doble postulación; la mayoría simplemente desaparece de la vida pública. Y con ellos se nos va un capital técnico que el país necesita urgentemente.

Aunque suene romántico —incluso utópico—, escuchar a muchos candidatos deja claro que hay una intención auténtica de ayudar. Quieren cambiar las cosas. Quieren corregir el rumbo de un país que lleva años perdiendo velocidad en casi todos los indicadores clave de desarrollo.

Pero existe una realidad inevitable: el próximo presidente o presidenta no será experto(a) en todo. Tendrá que construir equipo —como cualquier CEO— y apoyarse en gente más preparada. Sin embargo, en los últimos gobiernos, la urgencia por llenar puestos ha llevado a nombramientos poco idóneos, reforzados por un aparato burocrático que resiste el cambio. El resultado: pérdida de tiempo, oportunidades y visión.

Por eso dejemos fuera la silla presidencial. Este no es un artículo sobre quién debe ganar, sino sobre una pregunta más sugerente: ¿Qué pasaría si Costa Rica aprovechara el talento de quienes hoy compiten por la presidencia para construir un gabinete de primer nivel?

El gabinete ideal que no veremos, pero que Costa Rica podría tener

Álvaro Ramos en la CCSS y Pensiones:

Pocos conocen tan bien la seguridad social. Con respaldo político real podría tomar las decisiones —populares y las que no— para estabilizar la institución y enfrentar el futuro del IVM.

Luis Amador en el MOPT:

Ingeniero, académico y gestor. Su visión de infraestructura de estándar internacional —adaptada a nuestra realidad— podría devolverle dirección a la obra pública. Menos politiquería, más ejecución.

Claudia Dobles en MIDEPLAN:

Experta en proyectos e infraestructura, capaz de conectar visión país con ejecución. Un punto de unión entre ministerios.

Eliécer Feinzaig en Hacienda o MEIC:

Economista pragmático: modernización tributaria, eficiencia, menos cargas improductivas y claridad sobre qué necesita el país para sostener desarrollo social.

Juan Carlos Hidalgo en Relaciones Exteriores o Comex:

Experiencia internacional, análisis geopolítico y redes globales. Puede reposicionar al país y abrir puertas para inversión y diplomacia económica.

José Aguilar en el MEP:

Energía, enfoque juvenil, décadas en proyectos educativos y sociales. Una visión orientada al talento del siglo XXI. Requiere matizar ciertas posturas, pero su vocación es evidente.

Ana Virginia Calzada en Justicia o Presidencia:

Conocimiento profundo del sistema judicial y claridad técnica para liderar reformas estructurales que el país pospone desde hace años.

Y podríamos seguir…

Si analizáramos al resto de los candidatos, seguramente encontraríamos perfiles capaces de enriquecer otras carteras. El problema no es la falta de talento. Es que nuestro modelo político no sabe —o no quiere— aprovecharlo.

¿Y Seguridad? El vacío más urgente

Todos hablan del tema, pero ninguno es experto pleno en política criminal, criminología o inteligencia policial. Es la principal preocupación del país y el mayor riesgo para nuestra economía. La próxima administración deberá buscar fuera del ecosistema partidario un liderazgo altamente especializado. No hacerlo sería repetir el error que nos trajo hasta aquí.

Sí, suena romántico… pero lo creo de verdad

Puede sonar romántico. Puede sonar soñador. Pero estoy convencido de que los 20 candidatos presidenciales sí quieren lo mejor para Costa Rica. No comparten métodos ni visiones, pero están ahí porque creen que el país puede mejorar.

El problema no es la falta de capacidad. Es que, como en el fútbol, tenemos un equipo de jugadores AAA… y todos quieren la camisa 10.

Y para ganar el partido más desafiante de nuestra historia reciente, necesitamos talento en todas las posiciones.

Quizás algún día entendamos que la grandeza política no está en quién encabeza la papeleta, sino en quién está dispuesto a ponerse la camiseta que el país realmente necesita.

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