No todo deterioro es casual. Hay degradaciones persistentes, sistemáticas, que no ocurren por descuido sino por decisión. Tienen responsables claros, trayectorias reconocibles y una voluntad sostenida de imponerlas. El caso de Pilar Cisneros es uno de ellos.

No: ella no inventó el sensacionalismo ni la estridencia. Pero sí hizo algo más grave: los legitimó, los volvió norma, método y espectáculo cotidiano desde el noticiero de mayor audiencia del país. Lo que antes era exceso ocasional, con ella se convirtió en regla.

Cuando Pilar Cisneros llegó a ese espacio, todavía sobrevivía la impronta de periodistas como Rodrigo Fournier y Guido Fernández, profesionales que entendían el periodismo como servicio público, como ejercicio de contexto, rigor y respeto por la inteligencia de los televidentes. Esa tradición no se apagó sola. Fue demolida.

Con su llegada, el periodismo dejó de mediar para comenzar a imponer. Dejó de preguntar para sentenciar. Dejó de explicar para señalar culpables. La sospecha se volvió tono permanente, el micrófono se transformó en arma y el rating pasó a ocupar el lugar de la ética. Allí no solo se empobreció el oficio: se erosionó la democracia, porque una ciudadanía mal informada es una ciudadanía más fácil de manipular.

Después vino la política. Pilar Cisneros afirmó —con altivez— que jamás entraría en ella. Mintió. Y al hacerlo, no trajo renovación alguna: trasladó intacta a la Asamblea Legislativa la misma lógica que ya había dañado al periodismo. El mismo desprecio por el matiz. La misma soberbia frente al disenso. La misma reducción del adversario a caricatura.

Desde entonces, la contradicción no es un desliz: es su identidad política. Dice no conocer a los candidatos oficialistas a diputados, pero exige el voto por ellos. Dice aborrecer los privilegios, pero fue beneficiaria de una beca total en la Universidad de Costa Rica, institución que hoy ataca con saña reiterada. Se burla de quienes reciben apoyo estatal, pero guarda silencio conveniente sobre el apoyo que a ella sí la sostuvo. Habla del campesinado con ligereza ofensiva, enviándolo a “sembrar cannabis” sin conocimiento, sin respeto por los marcos legales, técnicos y sociales, y sin la más mínima comprensión de la complejidad del agro costarricense. Todo ello pronunciado desde una superioridad moral que jamás se somete a examen propio.

Estas contradicciones no son anecdóticas ni circunstanciales: son estructurales. Pilar Cisneros encarna una forma de ejercer el poder basada en el desprecio, la simplificación grosera y la deslegitimación sistemática del otro. Por eso no ha sido un dique frente a los impulsos autoritarios de Rodrigo Chaves, sino su amplificadora más eficaz: les ha dado lenguaje, relato, justificación y aplauso.

Señora Cisneros: usted no es una outsider ingenua ni una voz incómoda por accidente. Usted abarató el periodismo cuando convirtió la información en espectáculo. Usted abarató, aún más, la política cuando redujo la representación democrática a obediencia y propaganda.

Solo queda esperar que no logre abaratar a Costa Rica. Porque este país no se edificó a gritos ni sobre contradicciones cínicas, sino con instituciones, pensamiento crítico y personas dignas que ya no estamos dispuestas a seguir pagando el precio de su ruido.

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