Hay dolores que no se pueden esconder y hoy escribo desde este lugar.

Estoy de luto por mi país, por mi Chile querido. A la distancia y con el corazón roto, me duele profundamente haber visto cómo una elección presidencial se perdió frente a la extrema derecha, frente a los intereses de unos pocos que volverán a beneficiarse, mientras demasiados cargarán sobre sus espaldas el peso del autoritarismo que siempre vuelve con otro nombre, con otro disfraz, pero con la misma esencia.

Es un duelo silencioso, pero real, porque cuando un pueblo vota engañado, cuando confunde libertad con abandono, orden con miedo, progreso con privilegio, las consecuencias no tardan en llegar. La historia lo ha demostrado una y otra vez.

Hoy Chile se suma a una tendencia global peligrosa: pueblos empobrecidos, cansados, desinformados, votando contra sí mismos, convencidos de que la solución está en manos duras, en líderes que prometen eficiencia mientras preparan el desmantelamiento de derechos conquistados durante décadas de lucha social, sindical, estudiantil y democrática.

Duele ver cómo la extrema derecha avanza unida, disciplinada, con un solo objetivo: proteger sus intereses económicos y sus privilegios, mientras el resto de la sociedad permanece fragmentada, creyendo ingenuamente que “después se podrá corregir”. No se corrige lo que se entrega en una sola elección.

Porque el autoritarismo siempre empieza igual. Primero te dicen que el país es ingobernable. Luego te llenan de miedo, de mentiras, de amenazas difusas. Después desacreditan la institucionalidad democrática, la justicia, la prensa, la educación.. Y finalmente prometen una “renovación necesaria”.

Solo son cantos de sirena. Porque una vez en el poder, esos líderes sufren de una curiosa amnesia: olvidan promesas, olvidan garantías, olvidan al pueblo que los llevó ahí. Y quienes los apoyaron descubren demasiado tarde que fueron útiles… y luego descartables.

Chile ya vivió esto. América Latina ya lo vivió. Y hoy Costa Rica debe mirar con atención.

Lo que más duele no es solo la derrota electoral, sino constatar que la memoria histórica se está perdiendo. La tecnología, mal utilizada, ha creado generaciones desconectadas del pasado, ajenas a las luchas que construyeron derechos laborales, educación pública, salud, libertades civiles. La desinformación corre más rápido que la verdad, y la política se reduce a consignas vacías, videos breves y emociones manipuladas.

Así es como se gana hoy el poder.

Resulta profundamente irónico que cuando Chile eligió un camino democrático y progresista con Gabriel Boric, el país apostó por el diálogo, por la búsqueda de acuerdos, por el respeto entre sectores, aún en medio de un mundo convulsionado y de un tablero geopolítico global en plena reconfiguración. No fue un camino fácil, ni perfecto, pero existía un freno ético, un respeto mínimo por los acuerdos, una voluntad de no cruzar ciertas líneas.

Hoy ese freno se ha roto.

Y por eso escribo también para Costa Rica.

Porque Costa Rica, este país que ha sido remanso de paz, justicia y democracia; este país construido con solidaridad, visión de futuro y sacrificio por abuelos y bisabuelos, está hoy ante una encrucijada similar. Y lo que se pierde en una sola elección puede tardar generaciones en recuperarse.

Nada de lo que hoy se disfruta fue regalado. Todo fue conquistado.

Los derechos, la institucionalidad, la paz social, la educación, la seguridad jurídica… todo eso es fruto de años de batallas cívicas, de consensos difíciles, de renuncias colectivas en favor del bien común. Y todo eso puede evaporarse si la sociedad se fragmenta, si la oposición se divide, si el egoísmo político pesa más que el amor por la patria.

Por eso esta no es solo una reflexión: es una advertencia.

Costa Rica necesita unidad.

Unidad amplia, patriótica, generosa.

Un solo movimiento ciudadano que diga basta al continuismo, basta al engaño, basta a jugar con el futuro del país. No se trata de ideologías, sino de defender lo esencial: la democracia, la justicia, la dignidad humana y la solidaridad intergeneracional.

Chile hoy es una lección dolorosa. Costa Rica todavía tiene la oportunidad de aprender sin caer.

Ojalá este llamado sirva para despertar conciencias, para unir voluntades, para recordar que las naciones no se hacen grandes por líderes salvadores, sino por pueblos que no olvidan su historia y que saben cuidar lo que tanto costó construir.

Porque perder un país no siempre ocurre con balas.

A veces ocurre con un simple voto.

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