Hace 25 años estaba en Drake buscando delfines. Para esa investigación contrataba el hospedaje a doña Marta y don Rafa y a “Cumbia” como capitán de la lancha. Recorrimos innumerables veces el triángulo formado por el Humedal Térraba-Sierpe, Isla del Caño y Corcovado —todas áreas marinas protegidas—. Conocí y aprendí de capitanes y guías turísticos que, hasta el día de hoy, recuerdo con mucho cariño.

Hoy la vida me tiene más tiempo frente a una pantalla que en una lancha. Cambié los binoculares por hojas de Excel, los registros de campo por matrices de impacto y los lentes fotográficos por llamadas virtuales. Sin embargo, la misión es la misma: conservar nuestro océano garantizando bienestar para quienes depende de él. Por eso hoy hablo de economía azul varias veces al día, entendida como un modelo de desarrollo que impulsa actividades económicas basadas en el océano, sin comprometer su salud ecológica, promoviendo la innovación, el bienestar social y la resiliencia de las comunidades costeras.

La inversión en este tipo de negocios debe medirse, como mínimo, a partir de tres tipos de impacto: financiero, ambiental y social. Bajo esta premisa, un proyecto de Fundación Pacífico con apoyo de FFEM ha seleccionado negocios (iniciativas piloto), que recibirán asistencia técnica durante dos años y medio. Entre ellos hay mujeres organizadas en la venta de moluscos de manglar y circuitos locales de turismo sostenible en Colombia, pescadores implementando buenas prácticas en Panamá y jardineros de coral que restauran y siembran vida en el mar de Costa Rica.

La última semana de noviembre de 2025, representantes de los sectores social, ambiental y financiero de Colombia, Costa Rica, Panamá y Ecuador nos reuniremos para conversar sobre las lecciones aprendidas en torno a la economía azul en áreas marinas protegidas y, sobre todo, sobre los pasos necesarios para asegurar una articulación real entre quienes trabajan —desde distintos frentes— para que estas iniciativas sigan creciendo.

Cumbia, doña Marta y don Rafa son representantes de miles de familias costeras que viven entre la belleza del mar y la vulnerabilidad económica. Familias que no necesitan asistencialismo, sino oportunidades: herramientas para fortalecer sus modelos de negocio, innovar, acceder a financiamiento y volverse autosostenibles sin perder su identidad ni su arraigo.

Invertir con impacto azul es mucho más que financiar proyectos bonitos. Es comprometerse con una visión en la que la salud del océano y el bienestar de las comunidades no son objetivos separados. Es reconocer que la conservación no avanza si las familias costeras siguen viviendo al filo de la vulnerabilidad. Y es entender que proteger el océano nunca será viable si excluimos a quienes han vivido a su lado desde siempre.

La economía azul no es un concepto técnico reservado para conferencias. Es una promesa: la de invertir con impacto, cuidar el océano y dignificar la vida de quienes lo protegen todos los días. Si logramos alinear esfuerzos, conocimientos y recursos, aquellas lanchas en las que navegábamos hace décadas no solo seguirán recorriendo el mar: se convertirán en el motor de un futuro más justo, resiliente y profundamente azul.

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