Resistir... eso es lo único que queda, porque el aplastante avance del fascismo en Costa Rica parece indetenible. No se trata, como podría pensarse, de darse por vencido o quemar las naves. Por el contrario, es asumir la triste y descarnada realidad de que una gran mayoría de la ciudadanía costarricense —ese más de 60% que, según las encuestas más confiables, apoya a Chaves— es muy poco probable que despierte antes de febrero próximo. Esto allana el camino para que la señora Laura Fernández gane los próximos comicios cómodamente, incluso en primera ronda.

No se trata ahora de vanagloriarse para decir que esto se veía venir, aunque muchas y muchos podíamos intuirlo al comprender cómo el modelo neoliberal desgastó las instituciones del Estado social y democrático de derecho, solidario y de bienestar, hasta convertirlas en meros decorados. Son como esos escenarios cinematográficos: bonitos por delante, pero vacíos en el fondo y sostenidos por frágiles soportes.

El hartazgo con la política tradicional, especialmente con vicios como la corrupción y el nepotismo —entiéndase los partidos tradicionales y el nefasto experimento del Partido Acción Ciudadana (PAC), que creó expectativas de un cambio que nunca llegó—, así como el deterioro en el acceso a la educación, la cultura y el pensamiento crítico —promovido por el mismo Estado y por una prensa mercenaria interesada en vender sangre y circo—, crearon el caldo de cultivo en el que gérmenes del estilo de Chávez y Cisneros han sabido reproducir su escatológico mensaje, cargado de populismo, odio, demagogia y mentira.

Sí, se trata de la misma posverdad, de las teorías de la conspiración y del fundamentalismo religioso que han impulsado a canallas en otras latitudes y que han acercado al mundo al abismo. Por supuesto, la construcción de una alternativa al neoliberalismo rampante e inhumano, urgente y necesaria, no es una coyuntura exclusiva de Costa Rica. En ese predicamento se encuentra la izquierda global, subsumida en luchas fratricidas internas, plagada de contradicciones y de rancias nostalgias que le impiden ver hacia el futuro con una propuesta viable para cuando termine este huracán de locura.

Por eso, ante la estupidez de descalificar a uno u otro candidato opositor —todas y todos muy malos, por cierto—, quienes tenemos más de dos dedos de frente y estamos comprometidos con el futuro de este país y del mundo, deberíamos enfocarnos en, al menos, encontrar los mínimos consensos básicos y democráticos. Esto hará posible que, cuando las y los costarricenses que hoy están alienados, enajenados, manipulados y engañados se den cuenta de que les han mentido miserablemente, encuentren una alternativa viable, fundamentada en una propuesta humanista, solidaria y progresista para imaginar un mañana diferente.

En este difícil momento, el más oscuro en la historia republicana de este querido terruño, quienes siempre hemos adversado el proyecto excluyente, populista y autoritario Chaves-Cisneros debemos sacar fuerzas para resistir y, por todos los medios, defender la institucionalidad democrática. Esta es la que hará posible, en algún momento —ojalá no muy lejano—, pasar página de esta pesadilla fascista que se ha instalado, como un cáncer, en el alma de nuestro pueblo.

Resistir implica no doblegarse, por dura que sea la presión, de modo que sea posible —aun si el chavismo gana otros cuatro años en febrero o abril— preservar los derechos ciudadanos más básicos y fundamentales que permiten oponerse al régimen. Para eso están la prensa comprometida, los abogados conscientes, los jóvenes rebeldes, las feministas, los representantes de minorías, los honrados mandos medios que sobreviven en las entidades públicas y un sector del empresariado que comprende que la estabilidad social, el desarrollo humano y la democracia efectiva son la mejor ventaja comparativa y competitiva para una economía viable.

No hay que hacerse ilusiones: las y los seguidores de Chaves, por más que nos impacte a quienes tenemos sentido crítico y la mínima capacidad de utilizar la razón, la lógica y el sentido común, aún están muy lejos de poder salir de esa modorra que les convierte en tontos útiles y zombis descerebrados. Al parecer, Cisneros ha hecho muy buen uso de todas las herramientas de manipulación que, desde hace más de 90 años, creó un degenerado propagandista llamado Joseph Goëbbels.

Nuestra ventaja es que, en el siglo XXI, este nuevo fascismo se ha servido de las propias herramientas de la democracia para intentar acabar con ella. Por eso aún, aunque no sea por mucho tiempo, subsiste el Estado de derecho y no se ha instaurado un régimen definitivamente totalitario, policial y militar. No obstante, a eso aspiran los adeptos al neopopulismo de extrema derecha: a revocar las libertades y las garantías constitucionales, como hizo Bukele en El Salvador. Mientras esas herramientas estén disponibles, hay que utilizarlas, porque de lo contrario, si la delfín del presidente llega a Zapote, ya nos avisó que su compromiso es con la derogación de nuestras libertades más sagradas, con el pretexto de la lucha contra una criminalidad que ha estado siempre al alza, de la mano del narcogobierno que nos administra.

A quienes entendemos el brete en el cual nos encontramos, con ánimo de inspirar la resistencia, les recuerdo las palabras del pensador y luchador de la resistencia francesa, Albert Camus, “La única manera de lidiar con un mundo sin libertad es volverse tan absolutamente libre que su mera existencia sea un acto de rebelión.”.

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