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A nivel mundial, en la mayoría de países los gobiernos locales están haciendo lo suyo para atraer inversión. ¿Cómo lo logran? Con reglas claras, incentivos bien pensados y decisiones técnicas, no ideológicas. Así se genera empleo, se incentiva el crecimiento económico y se mejora la calidad de vida de los ciudadanos.

Ciudades como Medellín, Bogotá, Guadalajara y ni que decir, Barcelona, han apostado por la densificación ordenada, la peatonalización, la movilidad urbana, el ornato y la seguridad. De hecho, han transformado espacios públicos, mejorado la conectividad y creado entornos atractivos para vivir, invertir y visitar. Y lo han hecho con visión, técnica y voluntad.

El crecimiento y la densidad de las ciudades se relaciona con el aumento en el número de habitantes y la concentración de personas en un área específica; mientras que el término "con orden" implica una gestión y planificación del territorio para que esa expansión sea sostenible y no se convierta en un desarrollo urbano disperso.

Para aspirar a un crecimiento sostenible de las ciudades debemos buscar el equilibrio entre el crecimiento económico, el progreso social y la protección medioambiental para asegurar un futuro equitativo y habitable para todos sus ciudadanos. Esto por supuesto, Implica la construcción de infraestructuras eficientes, el uso de energías renovables, una planificación urbana que promueva la movilidad sostenible y la gestión responsable de residuos.

Ante estos grandes retos de planificación urbana, movilidad sostenible  y adaptación, lo peor que nos puede pasar es la incertidumbre. Cuando no hay reglas claras, nadie invierte. Nadie apuesta por el desarrollo. Y eso nos frena. Y lo más delicado, detiene la mejora en la calidad de vida de los ciudadanos, y la reducción de la desigualdad.

Las ciudades tienen espacio para crecer. Pero ese crecimiento debe ser para todos, sin importar la clase social. La política pública no puede depender de ideologías ni de politiquería. Tiene que responder a criterios técnicos, bien fundamentados, que atiendan las necesidades reales del país y de la ciudad.

La ciudad de San José, nuestra capital, tiene por delante una gran responsabilidad. Es el centro de una dinámica económica y social enorme. Pero también tiene una gran oportunidad. Podemos mejorar el ornato, el ordenamiento urbano, la movilidad, la seguridad. Hay, sin duda, mucho por hacer.

Y no solo para los que vivimos aquí. Costa Rica recibe unos 2,6 millones de turistas cada año según cifras del 2024. ¿Por qué no hacer entonces que San José sea parte de su experiencia? Que pasen, disfruten, inviertan, se queden más tiempo. Que la ciudad sea un destino, no solo un punto de paso.

Sin duda, San José debe superar importantes retos como el desarrollo de un sistema de movilidad eficiente y sostenible, y la creación de estructura y servicios públicos. Pero sobre todo, superar obstáculos institucionales y de gobernanza.

No se trata de inventar el agua tibia. Se trata de ver qué funciona en otras ciudades y adaptarlo. Invertir esfuerzos en lo que está mal. Potenciar lo que ya funciona bien.

San José puede ser una ciudad modelo. Pero para eso, necesitamos visión, técnica y voluntad.

Escrito por: Randall Murillo Astúa, director ejecutivo Cámara Costarricense de la Construcción