Anoche venía de visitar a una amiga cuando me vi atrapado en las garras de las presas ticas (que, dicho sea de paso, son 24/7. Servicio de ca-li-dad —así, pronunciado bien separado y aplaudiendo en cada sílaba—). En medio de una lluvia interminable que ni siquiera me lavó bien el carro (quedó igual de sucio), fui atacado —por no decir abofeteado— por la letra de una canción que comenzó a sonar en la radio, cortesía de un playlist tan variado como un arroz con mango.

Hey Jude, don’t make it bad.

Take a sad song and make it better.

Remember to let her into your heart,

Then you can start to make it better.

Fue entonces cuando recordé que los Beatles han estado presentes en etapas muy distintas de mi vida. Su música y sus ritmos me han influido en diferentes aristas, pero nunca me había detenido a analizarlos desde lo literario.

Sus letras representan una época de transición, cuando la juventud clamaba por cambios sociales profundos y el mundo fue testigo del nacimiento de cuatro leyendas.

Gracias a la inteligencia artificial, pudimos escuchar a John una vez más el año pasado, cuando —ojo al dato, señores y señoras— Peter Jackson, director de El Señor de los Anillos, logró rescatar la voz de Lennon de un casete en el que habían grabado el demo de “Now and Then”.

Quisiera que pudiéramos revivir la Beatlemanía, aunque fuera por un día, y que esas letras volvieran a ser motor de un cambio social tan necesario en este momento de la historia, tanto a nivel nacional como internacional.

Por ahora, me sumerjo en la poesía de las letras de estos cuatro grandes y las analizo con una circunspección delirante.

Los dejo al ritmo de “Yesterday”: así, nostálgico y parsimonioso, mientras bailo con la fluidez de la abuela de Moana saludando al mar.

Let it be, amigos, let it be.

Esto es culpa del arte. Tan bella y tan realizada.