
Setiembre nos invita, cada año, a mirar para atrás y recordar que en 1821 Costa Rica dio un paso histórico: proclamó su independencia y se abrió camino hacia la autodeterminación. Pero más allá de la conmemoración cívica, la independencia debe invitarnos también a una reflexión sobre nuestra capacidad actual de decidir, ejecutar y avanzar como Nación. Y en esa mirada al presente, queda claro que aún estamos lejos de alcanzar una verdadera independencia en infraestructura.
El Informe Económico del mes de julio de la Cámara Costarricense de la Construcción (CCC) muestra que Cartago lidera el crecimiento en intención de construcción en 2025, con un 53,9% más de metros cuadrados tramitados ante el CFIA, respecto al año anterior. Este dinamismo habla de inversión privada, de confianza y de familias que apuestan por su futuro en viviendas, comercios y bodegas. Sin embargo, contrasta con una lamentable realidad: la misma provincia que vio nacer la independencia apenas empieza a avanzar en un hospital que atienda con dignidad a sus habitantes, algo que debió hacerse hace mucho tiempo.
La paradoja es evidente: la iniciativa privada camina, mientras la obra pública tropieza. Y esa brecha nos obliga a preguntarnos: ¿Podemos hablar de independencia si seguimos atados a carreteras colapsadas, hospitales desbordados, alcantarillados insuficientes y trámites interminables? La respuesta es no.
La independencia del siglo XXI no se mide en batallas, sino en la capacidad de dotar al país de infraestructura moderna y resiliente. Un país es independiente cuando puede garantizar salud sin hacinamiento hospitalario, movilidad sin horas de congestionamiento, acceso al agua potable de calidad, vivienda digna sin trámites que tardan años, y oportunidades reales de trabajo con salarios competitivos a nivel global.
Mientras tanto, el mundo no se detiene. Países vecinos avanzan en concesiones portuarias, sistemas ferroviarios modernos y alianzas público-privadas que les permiten atraer inversión y generar empleo. Costa Rica, en cambio, acumula proyectos paralizados, carreteras inconclusas y emergencias que se repiten cada invierno. La independencia que celebramos en las aulas y en los desfiles escolares choca con la dependencia que sufrimos cada día por falta de infraestructura educativa, calles inundadas, clínicas saturadas o comunidades aisladas por la falta de puentes y caminos adecuados.
Por eso, este mes patrio debe ir más allá del folclor y la memoria histórica. Debe ser un momento de consciencia colectiva: hagamos patria, pero hagámosla con infraestructura que permita el desarrollo del país. Se trata de entender que la infraestructura es la base de todo: de la salud, de la educación, de la seguridad, de la productividad y de la dignidad de los ciudadanos.
El crecimiento en intención de construcción en Cartago es una señal positiva: hay energía, inversión y confianza. Pero no basta. Es necesario que se asuma la infraestructura pública como una verdadera política de Estado, que trascienda los ciclos políticos de cuatro años y que se construya con planificación, transparencia y visión de futuro.
La independencia de hoy consiste en liberarnos de ataduras como el atraso estructural, la tramitología excesiva, la improvisación y la falta de planificación. Significa dejar de ser rehenes de emergencias anunciadas y pasar a ser protagonistas de nuestro desarrollo. Significa que cada proyecto de infraestructura no se vea como un gasto, sino como una inversión estratégica que multiplica empleo, competitividad y calidad de vida.
Costa Rica tiene una oportunidad en cada metro cuadrado que se tramita, en cada obra que se planifica, en cada familia que invierte. Lo que falta es decisión y visión.
Porque, al final, la patria no se honra solo con discursos. La patria se honra construyendo. Hagamos patria, hagamos infraestructura. Porque sin ella, la libertad que celebramos seguirá siendo incompleta.
Escrito por Randall Murillo, director ejecutivo de la Cámara Costarricense de la Construcción