
¿Alguna vez se han detenido a pensar cuánta historia carga un edificio? Cada estructura que vemos - una casa, una escuela, un hospital, un puente - es mucho más que concreto y acero: es el reflejo de cómo decidimos habitar este mundo.
La historia de las sociedades se escribe en sus construcciones. Desde los primeros refugios hasta las ciudades contemporáneas, la forma en que construimos refleja quiénes somos, cómo pensamos y qué futuro estamos dispuestos a construir. Hoy, esa historia nos exige una nueva página: una donde el desarrollo deje de ser sinónimo de destrucción ambiental.
No es casualidad que el sector construcción represente más de un tercio de las emisiones de carbono a nivel global. Tampoco es irrelevante que nuestros edificios sigan dependiendo, en gran medida, de materiales intensivos en energía y emisiones. Pero lo más preocupante no son los datos, sino lo que hacemos -o dejamos de hacer- frente a ellos.
Construir de manera sostenible no significa detener el desarrollo, encarecer las obras, ni frenar el crecimiento. Por el contrario, es ponerle conciencia a cada decisión técnica. Significa preguntarse si lo que edificamos hoy será un legado o una carga para las próximas generaciones.
El sector construcción enfrenta uno de los desafíos más complejos de nuestra era: seguir siendo motor económico, sin ser freno climático o una desventaja social. Un dilema que se agudiza con datos contundentes: a nivel global, el Barómetro Global de Construcción Sostenible 2025, nos muestra que el sector tiene un enorme impacto ambiental: es responsable del 40% de las emisiones globales de CO₂, uso del 50% de los recursos naturales y 40% de los residuos sólidos.
A pesar de que 69% de las empresas considera urgente adoptar prácticas sostenibles, solo un tercio cuenta con planes o metas medibles en esa dirección.
El Informe del Banco Mundial Emisiones de carbono incorporado, por su parte, destaca que los materiales como el cemento y el acero contribuyen significativamente a esta huella, representando casi el 14% de las emisiones industriales globales.
Pero más allá de los porcentajes, el verdadero problema está en la inercia. Seguimos construyendo igual que hace 30 años, en un mundo que ya no puede esperar.
Y es que construir sostenible no es solo hacer edificios verdes o poner paneles solares. Es cuestionar los cimientos mismos de cómo diseñamos, producimos y ocupamos el espacio. Implica cambiar materiales, procesos, modelos financieros, normativas y mentalidades. Requiere visión a largo plazo, planificación integral y, sobre todo, valentía para incomodarnos como sector y salir del piloto automático.
Pero este cambio no puede recaer únicamente en los desarrolladores o profesionales del sector. Es una tarea colectiva, que requiere que los gobiernos legislen con visión, que la banca entienda el valor de invertir en sostenibilidad, que las universidades actualicen sus programas, y que como ciudadanos exijamos espacios urbanos más humanos, seguros y verdes.
Cambiar ahora traerá la oportunidad de acceder a financiamiento verde, de posicionar a nuestras empresas en cadenas de valor internacionales, de generar empleo más técnico y especializado, y de mostrar liderazgo regional.
Hoy, tenemos el conocimiento, las herramientas y las condiciones para dar este salto. Solo falta decidirlo.
Construir con propósito es una evolución lógica de un sector que entiende su responsabilidad, que sabe que su impacto va mucho más allá de lo que se ve: abarca lo que respiramos, consumimos, sentimos y dejamos a quienes vienen después.
Lo que está en juego no es solo el futuro de una industria. Es la salud de nuestras ciudades. Es la seguridad de nuestras comunidades. Es la esperanza de un país que quiere seguir creciendo sin destruir lo que lo hace único.
Construir con propósito es entender que cada metro cuadrado cuenta. Y que no basta con hacer las cosas bien, si no las hacemos por las razones correctas. No se trata de hacer menos. Se trata de hacer mejor.
Escrito por Randall Murillo, director ejecutivo de la Cámara Costarricense de la Construcción