
El silencio ante la violencia y los abusos de cualquier índole que enfrentan muchas personas sobrevivientes no es olvido. Es, muchas veces, una estrategia para resistir hasta encontrar la fuerza necesaria para hablar.
En los últimos años, tanto a nivel nacional como internacional, se han hecho públicas múltiples denuncias por parte de personas sobrevivientes de abuso y violencia. Las declaraciones de artistas, deportistas, actores, cantantes, entre otros, han generado un fuerte debate social, no solo por la gravedad de lo denunciado, sino también por el momento en que ocurre, décadas después de los hechos.
Ante este tipo de noticias, es común que parte de la sociedad se pregunte: ¿por qué no lo dijeron antes? ¿Por qué callaron durante tanto tiempo? Desde la psicología, estas preguntas merecen respuestas claras, empáticas y profundamente comprensivas del trauma que implica vivir situaciones de abuso, especialmente durante la niñez o adolescencia, señala Álvaro Solano, director de la Escuela de Psicología de la Universidad Fidélitas.
Cuando una persona es sobreviviente de abuso, especialmente en su infancia o adolescencia, el impacto no se limita al plano físico o emocional. Es un golpe profundo, de naturaleza psicológica y estructural. En la mayoría de los casos, quien agrede es alguien en quien la víctima confía o reconoce como una figura de poder: un familiar, docente, entrenador, guía espiritual, jefe, mentor o incluso una amistad cercana a la familia. Esta relación de poder distorsiona por completo la percepción de lo que está ocurriendo.
La persona sobreviviente puede llegar a pensar que lo que está viviendo es “normal” o incluso que “es su culpa”. Esto responde a mecanismos psicológicos como la disociación o la auto atribución de culpa, los cuales actúan como estrategias de afrontamiento que utiliza para sobrevivir emocionalmente cuando no se cuenta con las herramientas necesarias para enfrentar el trauma.
Además, durante la adolescencia muchas personas no tienen la madurez emocional, el contexto ni el respaldo social para identificar, comprender o denunciar lo que les sucede. Es común que experimenten miedo, vergüenza, culpa, incredulidad o temor a represalias. En entornos como el deportivo, estos temores se agravan, ya que el entrenador no solo representa autoridad, sino que tiene el poder de abrir o cerrar puertas a becas, competencias, viajes o incluso al futuro profesional. Hablar puede parecer, literalmente, perderlo todo.
El poder del contexto social
Durante décadas, muchas sociedades minimizaron, ignoraron o silenciaron las denuncias de abuso. Las víctimas no eran escuchadas. O peor aún, eran revictimizadas. Basta recordar la cantidad de casos de violencia y abuso que han salido a la luz en hogares, instituciones, iglesias o federaciones deportivas a nivel mundial en los últimos años, y cómo fueron ignorados sistemáticamente. Esto envía un mensaje claro: “mejor quedarse callado, nadie me va a creer.”
Hoy, sin embargo, vivimos en un contexto más consciente, donde los relatos de las víctimas tienen mayor espacio, respaldo social y estructuras institucionales más sensibles (aunque todavía con importantes limitaciones). Este nuevo entorno permite que muchas personas, incluso décadas después, puedan por fin romper el silencio y validar aquello que por años guardaron con dolor.
El tiempo psicológico no es el tiempo cronológico
Desde la psicología, se sabe que una herida emocional no sana solo con el paso del tiempo. Sanar requiere procesos internos profundos, reflexión, terapia, acompañamiento y, sobre todo, seguridad. Una persona puede tardar años en poder nombrar lo que le ocurrió. A veces, solo después de vivir una experiencia que le permita sentirse a salvo o escuchada (como una conversación significativa, una entrevista o el testimonio de otra víctima), se abre la puerta del recuerdo reprimido.
Comprender antes que juzgar
"No le corresponde a ninguna persona, emitir juicios sobre la culpabilidad de alguien: esa es tarea de la justicia. Pero sí nos corresponde abrir espacios seguros de escucha, comprensión y respeto hacia quienes han sobrevivido de este tipo de violencias. Creerles no significa condenar sin pruebas, sino estar dispuestos a comprender su dolor sin invalidarlo", señala Álvaro Solano. Agrega que, al entender por qué tantas personas tardan años en hablar, damos un paso hacia una cultura más humana, más empática y menos cómplice del silencio, enfatizó.