La confianza es la esperanza firme en algo o alguien. Puede ser personal, familiar o institucional. Confiar implica tener una actitud positiva sobre las acciones, capacidades y conductas futuras. Cuando hay confianza, hay eficiencia y paz.

La confianza es un pilar esencial para las relaciones interpersonales sanas y para el buen funcionamiento del Estado. Es una condición indispensable para la cooperación, la estabilidad y el desarrollo.

La confianza brinda certidumbre. Inspira. Enaltece tanto a quien la recibe como a quien la otorga. En las instituciones y el país, garantiza el respeto y la sana convivencia. Constituye un pilar de la democracia.

Las instituciones democráticas florecen con la confianza mutua, a diferencia de los regímenes autoritarios que se apoyan en el miedo. De ahí que la táctica autoritaria busque aniquilar la confianza.

Cuando hay desconfianza, se construyen muros: imaginarios y reales. Se genera un exceso de normas y regulaciones. Se colocan obstáculos. Se gasta más en evitar hacer que en construir. La burocracia nace de la desconfianza.

La desconfianza representa una fuerte carga emocional para las personas y tiene un profundo impacto a todo nivel. Provoca sueños frustrados, amistades perdidas, sistemas restrictivos, ineficiencia y caos. Sociedades estancadas.

¿Cuánto nos cuesta el exceso de desconfianza a nivel personal o familiar? ¿Cuánto nos cuesta en términos económicos como institución? ¿Cuánta más eficiencia y bienestar tendríamos si hubiera más confianza a todo nivel?

La confianza no se emite por decreto. No se imprime en un billete. Tampoco es un regalo que otorgamos a ciegas. Se construye, se gana y se merece. Cuesta mucho generar confianza, pero es fácil perderla. La confianza fortalece, suma y multiplica. La desconfianza debilita, resta y divide.

Por tanto, es posible que la falta de confianza sea uno de los mayores problemas que enfrentamos como individuos, instituciones y sociedades, y que esta carencia, a su vez, sea la raíz de gran parte de los desafíos actuales.

Sin embargo, la desconfianza no es una actitud absoluta, permanente e irreversible. Como prueba de esto es que los seres humanos tomamos decisiones todos los días, esperando, es decir confiando, en que todo saldrá bien. Hay que recordar que fuimos confiados desde el nacimiento. La confianza nos permite superar nuestra propia fragilidad humana.

La confianza tiene un poderoso efecto multiplicador, altamente contagioso y generador de ciclos virtuosos. Hay que dejarse entusiasmar por la gran cantidad de pequeñas luces de esperanza.

Hagamos el propósito de recuperar la confianza a nivel personal, familiar y colectivo. Cuando nos encontremos en la encrucijada de confiar o no, démonos la oportunidad de hacerlo, al menos con más frecuencia.

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