El artista tico-francés presentó Quisiera en la Galería Nacional de San José, su primera exposición de pintura.

Desde su juventud en Túnez y Francia, Paul Sfez arrastraba una inquietud silenciosa, una pulsión artística que nunca terminaba de transformarse en vocación. Su vida itinerante y su carrera como agrónomo parecían alejarlo cada vez más de ese deseo sembrado desde la infancia, cuando sus padres lo llevaban a los museos.

Pero el tiempo, impredecible y a veces generoso, guarda sus propias formas de revelación. A los sesenta años, en Costa Rica y en plena pandemia, Paul descubrió –casi por azar– aquello que lo había estado llamando en voz baja durante décadas: la pintura.

Cuatro años después de esa epifanía, manifestada en la quietud de su casa en medio de la jungla de Manuel Antonio, Sfez presenta Quisiera, una exposición compuesta por cien acuarelas en la Galería Nacional de San José. Su debut no solo cierra una deuda postergada, sino que inaugura lo que parece ser una nueva vida creativa.

Despertar artístico en Costa Rica

Como su encuentro con la pintura, su llegada a Costa Rica también fue un giro inesperado. Miembro de una familia judía tunecina que emigró a Francia, Sfez conoció desde joven la mudanza y el desarraigo.

En 1984, cuando vivía en Perú, decidió salir de ese país debido al terror impuesto por el grupo guerrillero Sendero Luminoso. Fue entonces cuando en un continente golpeado por la violencia ideológica, halló en Costa Rica un lugar estable pero vibrante, donde finalmente construiría un hogar, y ahora, también su taller.

Siempre cercano a la pintura como espectador, Sfez se vinculó con la escena artística costarricense de los años ochenta, cuando entabló relación con una comunidad creativa en plena efervescencia, donde sobresalían nombres como Elizabeth Barquero, Luis Chacón, Pedro Arrieta, Florencia Urbina, José Miguel Rojas, Fabio Herrera, Mario Maffioli, Roberto Lizano y Miguel Hernández, muchos de ellos fundadores del colectivo Bocaracá.

Pero sin saberlo, el tiempo le guardaba un espacio más allá de espectador. La pandemia fue un catalizador inesperado, la pausa necesaria para despertar sus inquietudes creadoras. Durante el confinamiento, Paul encontró una vieja caja de acuarelas y empezó a pintar sin pretensiones ni presión. Fue, como él mismo describe, «un enamoramiento inmediato».

Poco después, Luis Chacón, amigo y mentor, se convirtió en guía de sus primeros pasos como creador. Hoy, cuatro años más tarde, Sfez le rinde homenaje con esta exposición. En su título, Quisiera, resuena un eco íntimo de los últimos días del artista, fallecido en 2024, también una confesión personal de una vocación contenida que encontraba su cauce.

La pintura como reencuentro

Fiel a su formación francesa, Paul Sfez se define como un «cartesiano empedernido». Sin embargo, su obra parece decir lo contrario. Espontánea, sensorial e intuitiva, su pintura nace de impulsos más que de planes, un proceso liberador para el Paul racionalista, «pinto sin calcular o premeditar, eso me aleja del aspecto cartesiano, pero al mismo tiempo lo equilibra».

Elizabeth Barquero, curadora de la muestra –sucesora de Chacón tras su muerte–, describe su trabajo como «impregnado de paz y armonía, transmisor de equilibrio y tranquilidad».

Paul agradece esa lectura, aunque matiza, «no lo buscaba, pero me alegra que así sea. Aunque hay algunas acuarelas que buscan expresar sentimientos más dolorosos, que no necesariamente tienen que ver con la idealización de la tranquilidad de la paz mental o espiritual. Hay obras que reflejan cierta violencia o ansiedad interna». Los cuadros parecen darles la razón a ambos.

Lo suyo no es una pintura programática, sino una exploración sincera. Sus trazos surgen como un gesto interior, como el reencuentro mutuo entre el espectador que fue por décadas y el creador que es ahora, «es un artista emergente con grandes deseos de comunicar el mundo que le rodea, de una manera transparente, honesta, sin pretensiones», detalla Barquero.

Utilizar la acuarela como técnica no fue una elección premeditada, sino práctica: podía llevarla a cualquier lugar, en sus viajes de trabajo, y eso le sedujo. Aunque la técnica tiene fama de ser compleja y difícil de controlar, Sfez la explora con intuición y libertad, «la acuarela es fluida, lúdica y llena de posibilidades. Me permite ir desde la concentración intensa de pigmentos –que la academia podría rechazar– hasta juegos sueltos y ligeros».

Lo íntimo y simbólico

Aunque no se define como paisajista, buena parte de su obra remite a su entorno físico, tanto el actual como los del pasado. Sus paisajes evocan sus raíces mediterráneas y también su experiencia en Costa Rica, sobre todo de Manuel Antonio, su refugio. Aunque también hay fragmentos de la memoria afectiva, imágenes interiores, y homenajes a grandes maestros como Monet, Cézanne, Miró, Matisse y, por supuesto a Luis Chacón.

«Al principio, sentí la necesidad de invocar a esos maestros. Los imaginé aquí, en mi entorno. Ahora esa influencia sigue presente, pero de forma más sutil», explica.

Aunque en su obra la estética juega un papel predominante, definida a través de series cromáticas o temáticas, en su exposición hay también una obra social, dedicada a los migrantes, que se diferencia del resto por su contenido, tal vez por su mirada de investigador social. Aun así, Sfez recuerda que lo social también habita en lo emocional, «la ansiedad o el deseo también son temas sociales».

Quisiera también es una exposición sobre la amistad. Chacón está presente en varias obras, «él fue un guía, inspiró el título de la exposición», añade, aunque recuerda que otros amigos cercanos también aparecen en sus cuadros, aunque de forma velada.

Para Sfez, mostrar su obra al público no responde a un deseo de reconocimiento, sino a una voluntad de compartir. No le interesa que lo consideren o no artista. Y sin embargo, su obra —sensitiva y honesta— habla con la potencia de quien ha encontrado su voz en las artes. También refleja que la revelación artística nunca debe de considerarse tardía.