No, no van a morir. Los vamos a matar. Ya empezamos a hacerlo. Puede que estemos destinados, como sociedad, a continuar eligiendo presidentes sin partidos políticos reales detrás. Rodrigo Chaves es el ejemplo más claro. Gobernando desde una plataforma prestada, su liderazgo se sostiene en su figura, no en una estructura partidaria sólida ni en una visión colectiva de país.
Pero no llegamos aquí por accidente. Los partidos políticos costarricenses son responsables de su propio deterioro. Durante el bipartidismo, se acomodaron en el poder, se distanciaron de las necesidades de la ciudadanía y abandonaron su papel como vehículos de representación programática e ideológica. En vez de fortalecer la democracia, se alinearon con intereses económicos y dejaron de lado el compromiso con el desarrollo nacional, especialmente el de los sectores más pobres.
Como resultado, la política se ha vuelto cada vez más personalista. Las figuras pesan más que las ideas. Además de Chaves, vemos a líderes como Eliécer Feinzaig construir su capital político sobre su imagen individual más que sobre un proyecto colectivo o ideológico profundo. Este tipo de liderazgos, para sostenerse, necesita polarización y protagonismo constante. El populismo se vuelve su herramienta preferida. No buscan acuerdos, sino confrontaciones. No fortalecen instituciones, sino que las deslegitiman si no les favorecen.
Y en medio de todo eso, crece el transfuguismo. Diputados, regidores, alcaldes que cambian de camiseta con total naturalidad porque la lealtad a los partidos se ha vaciado de sentido. Lo importante ya no es el proyecto político, sino el cálculo personal. Eso alimenta la fragmentación y, a su vez, el personalismo: el ciclo se repite, cada vez con más fuerza.
Pero aquí no se trata solo de culpar a los partidos o a los políticos. Tenemos un sistema que ya no responde a las dinámicas políticas ni sociales del siglo XXI. Las reglas actuales permiten la proliferación de partidos sin base ideológica, sin estructura organizativa ni responsabilidad programática. Las instituciones no exigen calidad partidaria, solo cantidad de firmas.
¿Qué podemos hacer? Necesitamos una reforma política seria. Una que vaya más allá de lo técnico y aborde lo esencial con condiciones para la inscripción y funcionamiento de los partidos políticos. Reglas que exijan coherencia interna, transparencia y conexión real con las comunidades. Mecanismos eficaces contra el transfuguismo y el oportunismo político. Y, sobre todo, más espacios para la participación ciudadana antes, durante y después de las elecciones.
No todo está perdido.
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