
Desde siempre, el éxito académico ha sido medido de forma exclusiva por las calificaciones, resultados estandarizados y logros cognitivos. Sin embargo, cada vez más, se evidencia, que detrás del rendimiento académico, hay un factor silencioso pero determinante: la educación emocional. Ignorarla es desconocer una parte fundamental del proceso de aprendizaje y desarrollo integral de los estudiantes.
Los jóvenes no aprenden en el vacío, llegan a las aulas con emociones, miedos, ansiedades y alegrías que, si no se gestionan adecuadamente, pueden convertirse en barreras para su desempeño. La educación emocional, entendida como la capacidad de reconocer, comprender y regular las propias emociones y las de los demás, ya no es un enfoque pedagógico extraordinario, es una necesidad urgente.
El bienestar emocional está estrechamente relacionado con la atención, la memoria, la motivación y la toma de decisiones, todas habilidades clave para el aprendizaje. Un estudiante que sabe manejar la frustración ante un error, que puede pedir ayuda cuando la necesita o que encuentra estrategias para calmar la ansiedad antes de un examen, tiene muchas más probabilidades de tener éxito que aquel que, a pesar de su inteligencia, no sabe cómo lidiar con la presión académica.
La pandemia por el COVID-19 dejó aún más claro este vínculo; el aislamiento, la incertidumbre y el estrés emocional afectaron profundamente la salud mental de muchísimos estudiantes a nivel mundial, evidenciando que el apoyo emocional debe ser parte estructural del sistema educativo.
Incorporar la educación emocional en las escuelas y universidades significa formar personas más resilientes, empáticas y preparadas para una vida más plena y feliz. Los docentes también necesitan herramientas para acompañar este proceso, y las instituciones, una mirada más integral del desarrollo estudiantil.
El verdadero desafío en la actualidad es enseñar a nombrar lo que se siente, resolver conflictos con diálogo, escuchar a la otra parte, tolerar la frustración, decidir con inteligencia emocional y celebrar el esfuerzo. Que se entienda que un aula emocionalmente segura, es también más productiva.
En un mundo acelerado, digital, competitivo y muchas veces desconectado de lo humano, la educación emocional es una apuesta por formar personas integrales, con recursos internos para enfrentar los retos de una vida cada vez más compleja. Este será el mayor logro educativo que podemos alcanzar.
Este artículo de opinión fue escrito por Marco Esquivel Barquero, MBA, MSc., rector de la Universidad San Marcos.