En una sociedad democrática, quienes ejercen cargos públicos no solo están llamados a legislar o gobernar, sino también a dar el ejemplo en el respeto a los derechos humanos. Cuando esa responsabilidad se traiciona con gestos que reproducen estereotipos y burlas, la confianza ciudadana se ve profundamente socavada.
Eso fue precisamente lo que ocurrió recientemente con el diputado Leslye Bojorges, del Partido Unidad Social Cristiana (PUSC), quien fue captado en el Plenario Legislativo realizando una aparente imitación burlesca del caminar de su colega Pilar Cisneros. Esta última ha explicado públicamente que su forma de caminar responde a una condición médica. Aunque Bojorges intentó justificar su comportamiento alegando molestias por el calzado, las imágenes evidencian una actitud caricaturesca, entre risas, que muchos interpretaron como un acto ofensivo.
Este tipo de conducta no puede ser trivializada. Se trata de una expresión clara de edadismo: una forma de discriminación por edad que ridiculiza, invisibiliza o menosprecia a las personas mayores. Y cuando el edadismo proviene de quienes ocupan cargos de representación, sus efectos son aún más dañinos.
No es una disputa política, es una cuestión de derechos
Esto no se trata de un desencuentro ideológico ni de un conflicto entre fracciones. Es un acto simbólico que transmite un mensaje preocupante: envejecer puede convertirte en objeto de burla pública. Y eso es inadmisible en cualquier sociedad que aspire a ser inclusiva, solidaria y respetuosa de la dignidad humana.
El marco legal es contundente
La Ley Integral para la Persona Adulta Mayor (N.º 7935) garantiza a las personas mayores el derecho a vivir con dignidad, libres de discriminación y violencia —incluida la psicológica—. Aunque el texto legal no menciona de forma explícita las burlas, sí contempla los actos que afecten la integridad emocional de esta población.
Además, reformas recientes han incorporado disposiciones que prohíben representaciones denigrantes en discursos públicos o medios de comunicación. Aunque la imitación realizada por el diputado Bojorges no fue verbal ni explícita, sí fue pública, simbólica y —para muchas personas— ofensiva y humillante.
Un patrón que se repite
Este caso no es aislado. En Costa Rica, como en muchas otras sociedades, las personas adultas mayores son objeto de comentarios, gestos y decisiones institucionales marcados por prejuicios sobre su edad. En las redes sociales abundan ejemplos. Se les tilda de “fuera de época”, se cuestionan sus capacidades, y se bromea sobre su aspecto físico o movilidad.
Peor aún, estas actitudes no solo provienen de figuras menores, sino que también han sido replicadas por el mismo presidente de la República y otros diputados, quienes en distintos momentos han incurrido en comentarios o gestos que refuerzan patrones edadistas. Esto configura un problema estructural: la ausencia de una cultura política que valore el envejecimiento como una etapa plena de derechos, aportes y dignidad.
¿Y ahora qué?
La desaprobación pública del presidente Rodrigo Chaves hacia el gesto del diputado Bojorges es un paso necesario, pero insuficiente. El país necesita un compromiso mucho más firme y coherente con la erradicación del edadismo en todas sus formas: desde el lenguaje cotidiano hasta las políticas públicas, desde los medios de comunicación hasta la educación formal.
Termino aquí. Como ciudadanía tenemos un papel esencial: no normalizar la burla, no callar ante el irrespeto, y alzar la voz cuando la dignidad de una persona mayor sea vulnerada. Porque todos y todas, sin excepción, caminamos hacia la vejez. Y merecemos llegar a ella con respeto, reconocimiento y libertad, no con la sombra de la risa ajena.
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