En estos días hemos visto mucho en medios que se celebra la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos (UNOC3), un espacio que reúne a expertos, jefes de Estado y organizaciones internacionales con el fin de consensuar políticas, movilizar recursos y, sobre todo, avanzar en la protección real de nuestros ecosistemas marinos. Esta conferencia se produce en un momento de alta tensión ambiental, en el que la comunidad internacional se debate con intensidad sobre la minería en aguas profundas, la contaminación por plásticos y la sobrepesca, mientras el océano sigue absorbiendo los costos de una inacción histórica que por décadas nos ha tenido como humanidad girando sobre un mismo punto.

La UNOC aspira a que los países asistentes adopten la llamada “Declaración de Niza”, un compromiso para fortalecer la protección de los océanos y avanzar hacia la ratificación de un tratado histórico de protección mundial de los hábitats marinos, más allá de las jurisdicciones nacionales. Además se discuten 3 temas clave los cuales incluyen la ratificación del Tratado sobre la Diversidad Biológica Marina, el compromiso firme para un tratado global y legalmente vinculante que frene la contaminación por plásticos y el fin de las prácticas pesqueras ilegales, no declaradas y no reglamentadas.

Pero los compromisos deben ir más allá del papel. La ONU ha advertido que el océano se está calentando al doble del ritmo de hace dos décadas. Este fenómeno, impulsado por el exceso de gases de efecto invernadero, ha provocado el aumento del nivel del mar, el deshielo polar, la intensificación de las olas de calor marinas y la acidificación de las aguas. Expertos han señalado que el océano, que ha absorbido aproximadamente el 90% del exceso de calor generado por las emisiones de carbono, el colapso está a las puertas y muchos están listos para dejarlo pasar sin dar una lucha digna.

Si se han dado la vuelta por mis columnas saben que nunca pierdo la oportunidad para recordar que los combustibles fósiles siguen siendo responsables de más del 75% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y cerca del 90% de las emisiones de CO₂.

En este contexto, más de 200 organizaciones internacionales han instado a los países representados en la UNOC3 a comprometerse seriamente con la conservación marina, incluyendo una prohibición total de las exploraciones de gas y petróleo en el mar territorial, la Zona Económica Exclusiva y la plataforma continental. No se trata sólo de proteger paisajes, sino de proteger el desarrollo y la vida misma.

Por ahí leí en una nota periodística que **alguien** dijo:  “cuidar el océano no es una opción, sino «una cuestión moral, económica y, de hecho, necesitamos una protección mínima”. Totalmente de acuerdo, pero ¿Qué estamos haciendo en Costa Rica para lograr esa protección mínima? ¿Nos vamos a seguir quedando con la hipocresía climática?

Nos jactamos con justificación histórica del liderazgo ambiental que representa Costa Rica mientras se nos escapan de las manos una tras otra las oportunidades de lavarnos la cara. Como país seguimos viviendo de glorias pasadas en cuanto a conservación, adaptación y resiliencia climática, pero ojo, porque llegará un día en el que el discurso no baste.  UNOC representa una oportunidad pero que no nos vuelvan a tomar con promesas tibias, ni contradicciones incómodas. El planeta no puede esperar más y Costa Rica debe aspirar a volver a liderar con el ejemplo.

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