Después de más de 40 años de trabajo y millones de colones cotizados al Seguro Social, uno esperaría algo básico y justo: ser atendido con dignidad. Pero lo que hoy ofrece la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS) es un espejismo. Un sistema que dice brindar atención universal y solidaria, pero que en la práctica ha dejado de cumplir con su razón de ser.

Basta con intentar sacar una cita médica. Hay que madrugar, soportar sistemas colapsados, hacer filas humillantes, repetir la historia clínica a cada funcionario como si uno fuera culpable de algo. Y si se logra obtener una cita, esta suele estar programada con meses, o incluso más de un año de espera. Para entonces, el paciente ya puede estar muerto, pero el sistema sigue igual, impávido, como si nada.

La mayoría de las veces, la atención médica se reduce a una revisión superficial, sin estudios, sin seguimiento, sin humanidad. El veredicto suele ser una receta con acetaminofén o ibuprofeno. Quien necesita algo más complejo, debe resignarse a rogar por un espacio en una lista de espera interminable. Quien no puede esperar, paga: 80 o 90 mil colones por una consulta privada, porque la “seguridad social” ya no es segura ni social.

Y mientras tanto, ¿qué hace la CCSS con todos los millones que hemos entregado religiosamente durante décadas? ¿Dónde están los recursos que prometían salud para todos? La respuesta es incómoda: en burocracia, ineficiencia, privilegios y un aparato que se volvió más importante que las personas que debería servir.

Lo más doloroso no es la falta de recursos o infraestructura. Es la falta de respeto. Es el trato despectivo de muchos funcionarios que ven al paciente como una molestia, como una carga, como alguien que viene a pedir lo que no merece. Olvidan que somos nosotros los que financiamos el sistema. Que no estamos pidiendo favores, sino exigiendo derechos.

No es justo, no es digno y no es sostenible. Un sistema que hace sentir al asegurado como un mendigo o como un animal que “hay que vacunar”, sin mínima cortesía, no merece llamarse de bienestar social. Es un sistema roto. Y lo peor de todo es que ya nos acostumbramos a que esté roto.

Cada trámite en la Caja es una pesadilla: filas absurdas, malos tratos, respuestas evasivas y una sensación constante de impotencia. Nos han domesticado a aceptar las migajas de un sistema que se dice protector, pero que nos maltrata con indiferencia.

Y que quede claro: no todos los funcionarios son así. Algunos todavía honran su vocación y su juramento. Pero el sistema está tan mal diseñado, tan encartonado y tan deshumanizado, que incluso ellos se ven atrapados en una maquinaria que castiga la iniciativa y premia la mediocridad.

La CCSS necesita una transformación profunda. No más discursos. No más maquillajes cosméticos. Hace falta una cirugía moral, ética y administrativa. Un rediseño que ponga al paciente en el centro, no como un número, sino como un ser humano con derechos.

Este país merece una Caja que funcione, que cuide, que trate con respeto. No un elefante herido que sigue caminando por inercia, mientras los asegurados mueren esperando atención o se arruinan pagando lo que ya pagaron con creces.

No pedimos privilegios. Pedimos lo justo. Pedimos que se cumpla el contrato social que sostiene este país desde hace generaciones. Y sobre todo, pedimos que se respete nuestra dignidad.

Porque si la salud pública pierde el respeto por el ser humano, lo ha perdido todo.

Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.