En primer lugar, sí, a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Lo que sucede en Gaza con el pueblo palestino es un genocidio.

En segundo lugar, no. Llamar las cosas por su nombre no implica ser antisemita, ni antijudío ni nada parecido porque, así como no todos los palestinos pertenecen o se sienten representados por Hamás, no todos los judíos son sionistas de ultraderecha como Netanyahu y su banda de criminales. Son miles los judíos dentro y fuera de Israel que levantan la voz todos los días contra las salvajes atrocidades que se cometen en el genocidio más documentado de la historia de la humanidad.

Bien podríamos dedicar tiempo a hablar de la fundación del sionismo a finales del siglo XIX por Theodor Herzl, del primer Congreso sionista en Basilea en 1897, de la Declaración de Balfour en 1917, de la Declaración de la ONU de 1947 sobre el Plan de Partición de Palestina, de la creación del Estado de Israel en 1948 o de la violación sistemática de las resoluciones de Naciones Unidas sobre fronteras y asentamientos ilegales por parte de Israel como las de 1967, 1973 y 2016, por citar algunas; todo esto como antecedentes estructurales de la violencia contra el pueblo palestino.

Pero también podríamos dedicar tiempo a hablar de la diáspora judía, el antisemitismo en Europa y las atrocidades, los horrores y la barbarie del holocausto y el genocidio que sufrió injustamente el pueblo judío a manos del régimen nazi durante la Segunda Mundial; sin que esto justifique tampoco nada de lo que sucede hoy; pues haber sufrido la brutalidad de un genocidio no faculta a nadie para cometer otro.

¿Pero es exagerado hablar de genocidio contra el pueblo palestino? La respuesta es no. Incluso es probable que el término se quede corto, si tomamos el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional como referencia, pues nos encontramos con que más allá de genocidio, lo que Netanyahu comete contra la población civil en Gaza se puede considerar también como crímenes de lesa humanidad y crímenes de guerra.

Sometimiento intencional de la población civil a condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial; medidas destinadas a impedir nacimientos en el seno del grupo; asesinatos; exterminio; esclavitud; traslado forzoso de población; privaciones graves de la libertad física en violación de normas fundamentales de derecho internacional; tortura; violación, esclavitud sexual, persecución fundada en motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales y religiosos.

Dirigir intencionalmente ataques contra la población civil en cuanto tal o contra personas civiles que no participen directamente en las hostilidades; dirigir intencionalmente ataques contra bienes civiles, es decir, bienes que no son objetivos militares; dirigir intencionalmente ataques contra personal, instalaciones, material, unidades o vehículos participantes en una misión de mantenimiento de la paz o de asistencia humanitaria; lanzar un ataque intencionalmente, a sabiendas de que causará pérdidas incidentales de vidas; atacar y bombardear ciudades, aldeas, viviendas o edificios que no estén defendidos y que no sean objetivos militares; dirigir intencionalmente ataques contra edificios dedicados a la religión, la educación, las artes, las ciencias, los hospitales y los lugares en que se agrupa a enfermos y heridos.

Si le suena conocido es porque estos dos últimos párrafos contienen conductas tipificadas como los más graves delitos en materia penal internacional y porque además son precisamente noticia de todos los días en Gaza, las cuales hemos venido normalizando como si se tratara de situaciones ficticias o ajenas a nosotros.

Y es que el tema va más allá de los bombardeos y las ráfagas de balas, así como de todos los delitos citados anteriormente, va incluso de bloquear la llegada de alimentos, medicinas y ayuda humanitaria como ha sido denunciado ampliamente por distintas agencias de la ONU, Amnistía Internacional, Médicos sin Fronteras, el Comité Internacional de la Cruz Roja y distintas ONG´s y medios de comunicación colectiva. “El lugar más hambriento de la tierra”, en palabras de Jens Laerke portavoz de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU.

Se trata del dolor, el llanto, la desesperación, el sufrimiento y la angustia de la población civil. De miles de niñas, niños, ancianos, mujeres embarazadas, personas con discapacidad. De seres humanos tratados como si no valieran nada.

Por ello debemos sumar nuestro propio ¡Basta Ya!, al de los gobiernos, la academia y los distintos sectores económicos, sociales y políticos que se han atrevido a levantar valientemente la voz por un tema de justicia y humanidad.

Es destacable el rol que han tenido gobiernos como el de Sudáfrica, Chile o España, así como miles de activistas y líderes de opinión a lo largo y ancho del mundo, aunque aún no sea suficiente para erradicar esa nefasta práctica de usar los derechos humanos como moneda de cambio en las transacciones económicas y políticas internacionales. Recordando al genial Albert Camus tomemos en cuenta que “la tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas de los demócratas”.

Buscar una solución definitiva pasa tanto por un alto al fuego, como por el respeto al derecho internacional humanitario, a la integridad física de la población civil y al respeto a la soberanía del Estado palestino. De otra forma, podrá darse solo una tregua, pero una vez más sin garantías.

Finalmente, cierro con una sabia frase del romano Publio Terencio que marcó hace varios años mi formación académica y profesional, como lema de la primera generación de estudiantes del Colegio Humanístico Costarricense que llevábamos impresa en latín en la insignia de la institución y que marca por siempre mis valores y principios, por los cuales no puedo, ni debo, ni quiero guardar silencio ante las atrocidades que suceden hoy en Gaza: “Hombre soy y por tanto nada de lo humano me es ajeno”.

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