La historia de la microbiología y los análisis clínicos, está profundamente marcada por las grandes contribuciones de destacados científicos y visionarios, a nivel mundial. En nuestro país, el legado del científico Clodomiro Picado Twight, sentó las bases para el desarrollo de la Microbiología y la Química Clínica (MQC), desde mediados del siglo pasado, inspirando generaciones de laboratoristas e investigadores comprometidos con la salud pública y la investigación científica.
Desde entonces, la Microbiología y Química Clínica han sido un protagonista fundamental, aunque muchas veces silencioso, en cada etapa del desarrollo sanitario nacional. Incluso, los aportes que desde aquí se generan, trascienden fronteras, impactando la salud y calidad de vida de millones de personas en el mundo.
Esto ha sido posible, gracias al compromiso y calidad de grandes microbiólogos y microbiólogas costarricenses, quienes han liderado y siguen liderando, importantes proyectos innovadores para generar ciencia desde nuestro país.
Los profesionales en Microbiología y Química Clínica, no sólo cultivamos bacterias, analizamos sangre o interpretamos hemogramas. También, desarrollamos, aplicamos y evaluamos estrategias, tanto clásicas como innovadoras, para impactar directamente en el diagnóstico de enfermedades infecciosas por virus, bacterias, hongos y parásitos, así como padecimientos no transmisibles como el cáncer, la diabetes o las enfermedades raras, y trastornos hematológicos o inmunológicos.
Esta profesión, también ha ampliado su campo de acción hacia la genética y genómica, banco de sangre, la epidemiología, biología molecular, la gestión del laboratorio, industria, medicina personalizada, entre muchos otros. Esto evidencia que la historia de las personas laboratoristas en Costa Rica, ha sido de una reinvención continua: una evolución marcada por avances científicos y tecnológicos, desafíos sanitarios y la necesidad permanente de adaptación.
Durante el brote de cólera en los años 90 en América Latina, los laboratorios jugaron un papel fundamental en la identificación de casos, vigilancia epidemiológica, y control de la diseminación. Décadas más tarde, la pandemia por COVID-19 volvió a poner a prueba nuestras capacidades como profesionales en Microbiología y Química Clínica.
Pero no sólo las enfermedades infecciosas han sido parte de la transformación. Como país, hemos vivido un aumento en los requerimientos de componentes de la sangre en servicios de salud, la expansión de la industria biomédica y la necesidad de implementar las mejores prácticas dentro de la gestión de laboratorios.
Nos enfrentamos a otros desafíos, en términos del aumento de la población, casos de cáncer, enfermedades genéticas, diabetes, hipertensión arterial y muchas otras enfermedades crónicas. En todos estos escenarios, el análisis clínico desde el laboratorio, sigue siendo un componente esencial e indispensable, para el abordaje integral y la toma de decisiones a nivel país.
Asimismo, la automatización y la incursión de la biología molecular en los laboratorios, han marcado un antes y un después en el campo de la microbiología, así como el auge de la Inteligencia Artificial, algo que plantea nuevos retos, pero también, grandes oportunidades.
Como ha sido declarado en múltiples ocasiones, cada vez que ha ocurrido un nuevo desarrollo tecnológico en la sociedad, o ante las diferentes crisis sanitarias, se ha resaltado la necesidad de contar con nuevos perfiles profesionales para hacerle frente a dichos eventos.
Tenemos claro que la renovación reiterada de funciones y la constante actualización, nos permitirá hacerle frente a los grandes desafíos de la sociedad, porque la evolución de nuestra profesión nunca ha sido un simple relevo generacional. Se trata de una coevolución del profesional y su entorno, hasta convertirnos en profesionales en Microbiología y Química Clínica de Siguiente Generación.
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