En mis cuatro años de trayectoria universitaria, he comprendido que, más allá de la formación académica propia de mi carrera, nuestro país atraviesa una profunda crisis de representación. Esta crisis, a mi juicio, se manifiesta con particular intensidad en el ámbito de las representaciones estudiantiles, afectando prácticamente todos sus niveles. Aunque mi experiencia directa —y, por tanto, mi enfoque principal— se centra en el Movimiento Estudiantil (ME) de la Universidad de Costa Rica (UCR), institución donde curso mis estudios y cuyas estructuras internas conozco de primera mano (he formado parte del Tribunal Electoral Interno de la Sede Guanacaste, del Consejo Electoral y de las Asambleas Plebiscitaria, Colegiada y de sede), no puedo dejar de señalar ciertos acontecimientos de alto impacto que han deteriorado gravemente la percepción pública del ME en general.
Uno de los factores más evidentes es el mal manejo de los fondos públicos. En este terreno, la FEITEC y la FEUCR han sido protagonistas de una serie de escándalos que han socavado gravemente la credibilidad de las representaciones. Entre las controversias se incluyen gastos injustificados en comidas y compras, gastos excesivos en viáticos, compra de juguetes sexuales y la reciente controversia por la cancelación de la Semana Universitaria debido a la entrega tardía de la solicitud de permisos, por citar algunos ejemplos.
En el plano político, las dirigencias estudiantiles han optado por adoptar posturas fuertemente confrontativas contra el gobierno de Rodrigo Chaves. Esta actitud ha sido especialmente visible —al menos en los medios— por parte de las presidencias de la FEUNA y la FEUCR. No obstante, considero que los discursos incendiarios no son útiles en ninguna dirección. La mayoría de los estudiantes —como cualquier persona con sentido común— espera de sus líderes propuestas claras, visión de futuro y, sobre todo, una actitud conciliadora que promueva el diálogo. Nadie cambia el mundo solo; es imprescindible escuchar todas las voces posibles.
Todo esto refleja una crisis profunda de representación, que se evidencia tanto en las urnas como en la desconexión general de los estudiantes con el Movimiento Estudiantil. La participación estudiantil se limita a momentos puntuales, como marchas o elecciones, pero fuera de esos eventos, el estudiantado es mayoritariamente ignorado. El problema de fondo es que, aunque los estudiantes puedan permanecer al margen por un tiempo, tarde o temprano surge la necesidad de “ordenar la casa”. Entonces aparece un impulso incontrolable por exigir la salida de quienes siguen cometiendo los mismos errores y continúan con la misma fiesta de siempre. La situación actual de la FEUCR es un ejemplo claro de este fenómeno.
La desconexión también se refleja en el desconocimiento que reina dentro de la universidad respecto a sus propios órganos estudiantiles, los cuales han perdido por completo el rumbo y ahora se dirigen en una línea totalmente desvirtuada de su propósito real. Algunos ejemplos ilustran esta realidad:
- TEEU: un órgano que se ha vuelto inoperante, lleno de procesos de acreditación que “tardan siglos”, desconectado del estudiantado, abiertamente “faciocentrista”, que oculta sus sesiones de rendición de cuentas y procesos de elección, y que ha derivado de ser un ente técnico-jurídico a uno claramente político; atentando por completo contra su naturaleza de órgano electoral.
- Directorio de la FEUCR: año a año marcado por escándalos, procesos electorales con niveles de participación ridículos, una lucha constante por atención mediática y una reiterada incapacidad para responder a las verdaderas necesidades del estudiantado.
Y estos son apenas unos de los órganos más "famosos". Los demás, simplemente, “duermen el sueño de los justos”. Ante este panorama, no es extraño que crezca el disgusto generalizado. Cuando la comunidad estudiantil revisa a dónde se dirigen los fondos públicos, lo que encuentra es una maquinaria inoperante, dirigida por los mismos de siempre. Paradójicamente, ahora que emergen movimientos que exigen cambios, vemos cómo incluso figuras fuertemente cuestionadas por su gestión pasada en la FEUCR intentan posicionarse como líderes de esos mismos movimientos. Es el colmo: los mismos que cometieron errores ayer, se presentan como los salvadores del hoy.
Ya para ir cerrando, el título de este artículo lo escogí porque lo que hoy presenciamos no es una crisis momentánea, sino un desgaste progresivo y estructural de los espacios que alguna vez prometieron canalizar la voz del estudiantado. La falta de transparencia, el uso cuestionable de los recursos públicos, la desconexión con las bases y el reciclaje de liderazgos desacreditados han provocado un profundo desencanto. Las representaciones estudiantiles han dejado de ser espacios de construcción colectiva para convertirse, en muchos casos, en plataformas cerradas, autorreferenciales y ajenas a las verdaderas necesidades del estudiantado. No mueren de golpe, sino lentamente, entre la indiferencia, el cansancio y la frustración. Y si no se produce una transformación profunda —ética, estructural y cultural—, no será extraño que terminen por desaparecer, arrastradas por el descrédito que ellas mismas se han ganado.
Para cerrar, quiero traer una frase del politólogo Giovanni Sartori, quien advirtió con lucidez sobre situaciones como la que hoy atravesamos:
Las instituciones no se destruyen de golpe, se vacían de contenido mientras aparentan seguir funcionando”.
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