Costa Rica metió a su sistema educativo a una sala de cuidados intensivos… y luego apagó la luz. Pasamos de una gestión escandalosa que acaparaba titulares a otra que parece envuelta en seda: silenciosa, diplomática y completamente inmóvil. Pero ni el ruido ni el silencio han cambiado el rumbo. Lo alarmante no es que la educación esté en coma: es que el país entero parece haberse acostumbrado a verla así.

Y mientras algunos se enfocan en comparar estilos, poses y publicaciones en redes, el verdadero problema no está en quién asuma la dirección del Ministerio, sino en que el sistema educativo ha sido relegado a las decisiones de turno y a una ciudadanía que, en su mayoría, espera ser salvada. Pero la educación no se rescata desde la nostalgia ni desde el voluntarismo: se rescata desde la urgencia, el coraje y la acción colectiva.

Ante este panorama, no bastan las advertencias. Se requieren decisiones concretas, sostenidas y valientes. Estas son algunas de las más urgentes:

  • Presionar al Consejo Superior de Educación. ¿Qué están haciendo sus representantes? ¿Qué tipo de liderazgo están ejerciendo para evitar que la estructura se siga descomponiendo? No basta con ocupar una silla: hay que sostener un compromiso técnico y ético de cara al país.
  • Exigir que Costa Rica defina una hoja de ruta clara y ambiciosa para transformar su sistema educativo. Hay un financiamiento en trámite con el Banco Mundial y el BID, y aunque suena prometedor, el dinero por sí solo no garantiza impacto. Lo que se necesita es visión, estrategia y decisión política real. ¿Cómo va el país a aprovechar esa oportunidad? ¿Diseñará un cambio estructural o simplemente administrará la deuda con la misma lógica desgastada de siempre? Porque pedir millones sin transformar el modelo no solo es ineficiente: es peligroso. Una deuda mal usada puede destruir proyectos, generaciones… o incluso a una nación entera.
  • Aplicar gestión por resultados de forma real y urgente. La Contraloría General de la República lo ha dicho hasta el cansancio: el MEP necesita pasar de la administración inercial a una gestión que mida, evalúe y ajuste en tiempo real. No más reformas sin indicadores ni diagnósticos sin consecuencias.

No se trata solo de los fondos: se trata de cómo se usan, con qué propósito y con qué sentido de país. A menos de un año de las próximas elecciones, deberíamos exigir que cada candidato y cada partido nos muestre, con claridad, cómo piensa detener esta caída.

La educación costarricense no está dormida: está apagada. Y si el Estado no tiene voluntad, que la ciudadanía sí tenga memoria. ¿Vamos a dejarla morir… o por fin vamos a entrar a la sala de reanimación?

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