Nadie es perfecto; según los textos de las religiones institucionalizadas todos cometemos faltas, es decir pecamos, ello no significa que lo hagamos igual. Basándome en mi experiencia de vida, aquellos que hacen alarde de públicas virtudes, sea con fines de lucro, motivos electorales o pura vanidad, a veces, llevan en su interior una mazmorra de cochinadas que hacen palidecer a los transgresores públicos. Dorian Gray tendría un retrato menos siniestro en su closet, o donde sea que lo guardara.

Históricamente, los escribas y fariseos tenían una actitud de superioridad moral hacia los pecadores. Despreciaban a Jesús por comer con personas que no eran consideradas justas y lo reprendían por permitir que lo tocaran (Lucas 7:37-39). Seguramente usted ha observado o vivido situaciones parecidas, sepulcros blanqueados que alzan la nariz convencidos de que son mejores que los demás porque cumplen con las formas y legalismos, pero olvidan el amor, la empatía y la compasión hacia los demás.

Los virtuosos profesionales son hipócritas expertos, viven de las apariencias y no tienen conflictos internos, porque ellos sacan réditos de los malabares de la actuación y generalmente padecen de lo que critican con ahínco. Lo que me inquieta es la gente común que adolece del autoengaño, que es indulgente en los juicios hacia sí mismos y son durísimos con sus semejantes, porque quien se asume como moralmente superior se siente con derecho de juzgar y condenar a los otros. Un aire enrarecido precede la llegada de estos seres auto ungidos por gracia propia, que saludan con deferencia a quienes eligen discípulos de su séquito terrenal. Usted los ubica en todos los ámbitos del quehacer nacional, fingen malamente humildad, en una pésima imitación de su extensa vanidad.

Los “iluminados” no suelen retractarse, tiran rayos y centellas contra los otros, culpables de todos los males por no seguir sus designios. Estiman que sus palabras podrían escribirse con letras de oro en libros semi sagrados, al fin y al cabo, ellos han sido electos por ellos mismos y su ego no tendrá fin.

Los profetas de los defectos ajenos son relativamente inocuos si se quedan en sus toldos o reductos, pero cuando ensanchan su influencia se convierten en agentes de odio y pronto descubren que su poder crece distribuyendo negatividad y sembrando discordia, no construyendo puentes ni armonía. Lo esencial para ellos, es preservar una burbuja de que se es impoluto; los pecadores, los desalmados, los corruptos son los otros, el que señala es prístino, inmaculado y, sobre todo, si llega a defecar, el producto se elevará de manera anti gravitatoria.

El problema es que, a estos personajes, más temprano que tarde les atrae el poder y hacen mucho daño. Aman las artes oscuras, la opacidad y la evocación del pasado, porque explotan la nostalgia, detestan la ciencia y evaden la realidad, o la reformulan a su conveniencia.

Los santurrones son de ideas fijas, tienen una lupa gigante para examinar los proyectos de los demás, tienen dificultades cognitivas para admitir fallos propios, se sienten bendecidos por ser diferentes, desarrollan condescendencia hacia los pobres disminuidos del pueblo de Dios. Corrigen, en nombre de la función, cualquier resquicio de individualidad. No son pródigos en cumplidos salvo que sean para ellos, ocultan su complacencia. Son los elegidos, serán salvos. De verdad lo creen.

La paradoja es que el amor de Dios es incondicional, el de estos “diositos auto erectos” es muy condicional y frágil, no tiene nada que ver con el mensaje que tanto predican. La ilusión de superioridad moral se relaciona con la autoestima, por eso no se debe lastimar por la diversidad de opiniones, el respeto es un valor democrático, pero actualmente el insulto es un instrumento político utilizado por algunos líderes, de ahí que el deterioro social sea inevitable cuando la convivencia se vuelve tóxica por el mero hecho de ser o pensar distinto.

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