Las redes sociales son una tecnología impresionante, yo las disfruto enormemente y en condiciones usuales, no tengo problema en admitirlo sin ningún reparo, especialmente por su humor y porque me permite mantenerme en contacto con amigos que tengo a la distancia. Pero siento una repulsión y a veces urgencia por desinstalar cada una de estas redes, cuando alguien intenta hacerse pasar por serio en estos espacios, honestamente me da vergüenza ajena. Les voy a explicar de forma más detallada a lo que me refiero y porque creo que subestimamos terriblemente el impacto que las redes tienen sobre la cultura, las ideas sobre la política, religión, educación y por supuesto, también sobre la profesión de los abogados.

Cuando me refiero a esta terrible vergüenza ajena que me da y que estoy seguro algunos comparten, es muy importante aclarar que no me refiero a colegas que dignamente muestran su nombre y apellidos, nombre y logo de su bufete, que describen los servicios brindados, comparten su dirección, grado académico, especialidad(es), correo electrónico, teléfono celular o cualquier otro medio tecnológico a su disposición para promocionar su trabajo como sinónimo de esfuerzo y gran compromiso que conlleva esta profesión, ni mucho menos me refiero a quien utiliza estos medios para facilitar de alguna forma tramites complejos y dudas frecuentes a personas que lo necesitan.  Más bien me refiero al otro tipo de colegas, que suben una gran cuota de contenido vacío y barato, y que luego al mezclarse con su otro contenido que, si bien puede tener alguna referencia con algo jurídico (aunque sea remota), luego esperan que el resto actuemos como si realmente este fuera un profesional en la capacidad de compartirnos algo serio a la audiencia informada.

Para que me puedan entender mejor y pueda ser posible identificar precisamente a que comportamiento me refiero, es importante entender que las redes no están diseñadas para educar, ni para informar, ni para darle valor a la profesión, ni mucho menos para mejorar nuestras vidas. Su único fin, el objetivo primordial y el criterio exclusivo por el cual se mide su éxito, es crear audiencias, para luego vendérselas a los anunciantes y con esto generar ganancias a sus dueños. Bajo estas circunstancias, cualquier abogado que tenga al menos una presencia moderada en redes y que se sienta premiado por esta cultura/algoritmo, debería entender esto como un motivo serio para que todos dudemos sobre lo que realmente está haciendo y para quien está trabajando, en lugar de considerarlo un motivo de orgullo.

Lo que congrega a las audiencias de los celulares es principalmente el entretenimiento, por eso, cuando nos enfrentamos a algo en nuestras pantallas que nos hace reflexionar sobre las injusticias o la violación de los derechos, sabemos que en 30 segundos será desplazado por un tiburón con zapatillas o por un video promocionando unos calzoncillos. Esto tiene como efecto automático que reduce a las personas a una audiencia cautiva, adicta al estímulo inmediato.

¿Cómo puede alguien tomarse en serio a los abogados, si su presencia en redes es una competencia entre referencias a memes, rifas, retos virales y filtros de perrito?

Muchos de los abogados a los que me refiero, que tienen grandes números de audiencias, no están ahí especialmente por sus capacidades jurídicas. Acumulan audiencias de esta forma porque nos entretienen, algunos porque son atractivos, todos en cierto grado simulan cercanía emocional y los peores son los que comparten su vida privada como creadores de contenido.

Si bien no todo es risas, en estas redes pueden verse imágenes de injusticias en diferentes grados, desde el crimen cotidiano como robos o riñas que son captadas en cámaras de seguridad o de los curiosos que graban, hasta actos bien documentados de genocidio, pero todas estas imágenes con poco o sin ningún contexto. Podemos imaginar una mujer llorando en medio de un bombardeo, pero nadie puede explicar satisfactoriamente quién dispara a quién y por qué, ni es realmente un medio que permita estudiar qué ha pasado antes. Es por esto que el tiempo que le dedicamos al celular es un pésimo momento para aprender de historia, filosofía, ni mucho menos de derecho, ya que se trata solamente de imágenes rápidas y nunca de ideas que sean desarrolladas de forma adecuada. Las redes no forman parte de la cultura literaria, si algo son lo contrario a esta.

Para ser más meticuloso en mi análisis y facilitarle al lector identificar a estos personajes, tengo que resaltar que existe un tipo de personalidad que es propenso a desarrollar este tipo de conductas, me refiero al “abogado bombeta”, que no busca justicia, ni verdad, solo suplica atención. Lo importante para el “bombeta” no es si lo que hace esta bueno o es malo, para el “abogado bombeta” da lo mismo si se trata de defender al inocente o al peor de los asesinos, todo esto es secundario, lo esencial para este tipo de colega es brillar. Mientras el resto seguimos sin entender que, para algunos, brillar en redes ya se ha convertido en su más fuerte argumento.

Por eso, me aferro a una norma olvidada del Código de Deberes Jurídicos, Morales y Éticos del Profesional en Derecho, que tiene la característica de a pesar de estar vigente, actualmente no es aplicada ni exigida por las autoridades y pienso que es de obligatoria relectura y reinterpretación para todos mis colegas, y dice entre otras cosas:

Artículo 30: El abogado y la abogada podrán anunciar por cualquier medio de comunicación sus servicios profesionales, pero deberán hacerlo de forma digna, moral, con moderación, evitando el autoelogio o cualquier otra información que induzca a error.”

Esto no es solamente un arrebato de nostalgia por una época en que ser abogado era más digno, es un llamado a la reflexión sobre la defensa mínima de nuestra últimamente tan pisoteada profesión.

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