Ludopatías aparte, no es un buen momento para hacer apuestas. La realidad supera a la ficción, a todo nivel y en todas las áreas, Óscar Wilde atinó otra vez, y el mundo que creíamos conocer está del revés. El orden global surgido de la última gran guerra mundial está irreconocible, quienes tienen las llaves del reino utilizan una brújula indescifrable para los esotéricos e incluso para los académicos acostumbrados a usar los tipos de lógicas que son compatibles con el sentido común, de tal manera que ahora lo común es que no se encuentre un sentido en las decisiones de los detentadores del imperio postbellum, que tienden a polarizar todo lo que tocan, miran e influencian.

Sumado a lo anterior, la inteligencia artificial (IA) es la primera tecnología que no fue creada, ni se encuentra controlada por un Estado, a pesar de que tiene posibilidades inimaginables de rediseñar el planeta. Se estima que ya se han perdido un 11% de puestos de trabajo en los albores de esta entidad, se ignora cuántos tendrán que adaptarse y/o crearse para seguir el ritmo de esta fuerza imparable. La IA no responde a gobiernos, ni votos, y cuando llegue a maridarse con la computación cuántica, no habrá techo, ni piso. No es ciencia ficción, ya estamos ahí.

El modelo estatal de las llamadas democracias occidentales muestra síntomas evidentes de desgaste y agotamiento. Ello no se explica solo por razones económicas, ni por el alza del populismo de derecha o izquierda (si es que tales coordenadas políticas aún perviven). En el mar de fondo hay una pugna ideológica entre el constitucionalismo y una manera de interpretar la democracia misma.

Simplificando, el ideal constitucional defiende la tesis de que ciertos principios, como los derechos humanos, por ejemplo, están por encima de la voluntad de las mayorías, en cambio, la democracia, en el sentido aludido, exige que todos los temas estén sujetos a la deliberación pública y que, por ende, puedan ser decididos por las mayorías. Las implicaciones de esta tensión son fácilmente deducibles y según un grupo o persona se sitúe en el espectro ideológico, tenderá hacia uno u otro sector. Los autócratas son alérgicos al constitucionalismo y en nombre del pueblo, ungidos e iluminados, trazan la hoja de ruta para debilitar a la rama judicial que los mantiene dentro de la legalidad.

Precisamente, la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA), es un cuerpo legal estadounidense, creado para responder a más de 36 emergencias activas o no, tan disímiles como la crisis de los rehenes en Irán de 1979, las violaciones de los derechos humanos en Venezuela, el desarrollo nuclear norcoreano, las acciones comerciales chinas y de otros países. Esta normativa es el sustento legal de los aranceles comerciales que el gobierno estadounidense utiliza actualmente para relacionarse con los demás países en el intercambio de bienes. De igual manera, la reciente declaración como terroristas de muchos carteles mexicanos posibilitó al presidente Trump a tomar medidas en su contra mediante las conocidas órdenes ejecutivas.

El padre ideológico de la creencia de que esta medida sería efectiva recae en la figura de Peter Navarro, nacido en Cambridge, Massachusetts el 15 de julio de 1949, es profesor emérito de economía y políticas públicas de la Universidad de California. Se graduó en Harvard en 1979. Fue condenado en 2023 por ignorar una citación de un comité de la Cámara de Representantes que investigaba el motín del Capitolio del 6 de enero de 2021.

Navarro cree que existió una conspiración para que Trump no fuese reelecto y pasó cuatro meses en prisión. Fue el primer funcionario de esa administración en ser encarcelado por desacato al Congreso. Navarro, también convenció al actual secretario de comercio estadounidense Howard Lutnick, de que las conversaciones no resolvieron ni la migración ni el tráfico de fentanilo. Ahora, la relación bilateral se reduciría a que México cumpla las exigencias de Estados Unidos. Es una especie de tira y afloja que desestabiliza los mercados.

Peter Navarro parte del supuesto de que el comercio internacional está dañado porque China distorsiona las reglas del juego mediante la manipulación de su moneda, el robo de la propiedad intelectual y el espionaje industrial. En este segundo mandato del presidente Trump, el plan inicial era imponer los aranceles masivos como moneda de cambio; simbólicamente se han incrementado los decomisos de fentanilo en la frontera sur estadounidense y ha bajado la población migrante, con ello se cumple con la base partidista.

En términos reales, para el 2 de abril de 2025, que entran en vigor los aranceles recíprocos, el Budget Lab de la Universidad de Yale calcula que los precios al consumidor estadounidense aumenten 1.7 % a corto plazo, si los otros países no toman represalias y un 2.1%, sí lo hacen. En sencillo, al encarecerse las importaciones por las tarifas en la cadena de producción, el precio se traslada al comprador. A mayor arancel mayor precio, lo que causa menos consumo; a menor consumo, la producción local tiende a la baja, ergo, se pierden puestos de trabajo y se repite el círculo vicioso, es por ahí que se asoma el espectro de la recesión, la cual se viene anunciando desde hace un buen tiempo.

Si bien aún rige el dólar como moneda común, el endeudamiento público del país del Norte está llegando a niveles no vistos desde la Segunda Guerra Mundial, con la diferencia de que en vez de boomers que producían bienes tangibles, ahora se cuenta con generaciones que generan derivados financieros de ficciones que podrían caer como un castillo de Ponzi.

¿Realmente volverán las empresas norteamericanas a Estados Unidos? Al menos esa es la premisa que motiva la política arancelaria, mientras tanto el acuario financiero se sacude dentro de una licuadora de situaciones que parecen a veces originarse en ocurrencias insustentables.

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