Hace un mes, salieron esposados y con grilletes desde Estados Unidos, los trataron como peligrosos criminales y desde un primer momento, los llevaron custodiados con gran violencia y brutalidad, los subieron a un avión con destino desconocido. Fueron sorprendidos en los momentos más inesperados, cuando tomaban un café, cuando estaban con sus familias, o haciendo lo que más les gusta, jugar y divertirse, o cuando iban a una cita que les iba a permitir su regularización o su ingreso a ese país del norte de una manera oficial. Sin explicación alguna, los apresaron, los detuvieron, y los expulsaron sin nada, con nada, solo lo que traían puesto. Más de sesenta niños y niñas, sus madres y, en algunos casos, sus padres, casi 200 personas víctimas de estos atropellos, en la frontera de Estados Unidos y dentro de ese país, desde ese día algunos fueron separados de sus familias.
Venían de muchos países, de Asia y de África, provenientes de sitios con distintos idiomas, costumbres, experiencias, y religiones, pero nada de eso importaba, a todos se les trató como delincuentes, como amenaza, como un peligro, también a los adultos mayores y las mujeres embarazadas que venían en el grupo.
En un vuelo inexplicable, su ruta fue a Costa Rica. En el aeropuerto Juan Santamaría, los esperaban más policías, más vigilancia, más operativos, las primeras personas que vieron en ese nuevo destino no elegido, fueron hombres y mujeres armados, autoridades migratorias y funcionarios de gobierno, de un país extraño en un lugar extraño, gente hostil que tampoco reconocían, que también les producía miedo, el miedo que ya traían y sentían en el viaje, el mismo miedo e impotencia que cuando les pusieron las esposas y grilletes y perdieron su libertad, sin explicación alguna.
Su horror era y todavía es, que los llevaran a los países y lugares de los que salieron huyendo, de los que tuvieron que dejar forzosamente, porque sus vidas estaban en riesgo, amenazados de muerte, o habían sido repudiados y señalados como enemigos de su patria, de su sociedad y rechazados directa o indirectamente. Esos lugares que fueron sus hogares, de los que fueron obligados a salir, para seguir viviendo y a los que jamás pueden ni quieren volver.
Ahora estaban en otro país desconocido, pero igualmente tratados como enemigos, pues era evidente que estaban en cautiverio, sin libertad de movimiento, a expensas de personas que también usaban armas, y esposas, que, aunque no se las pusieron, era el mensaje de bienvenida. También estaban funcionarios de OIM, así llamada la organización internacional de las migraciones, una agencia internacional que se dice humanitaria, pero que usa su nombre y estatus para justificar las arbitrariedades y abusos de gobiernos como el de Donald Trump, y que ese día en el aeropuerto y hasta hoy, andan sin mostrar sus camisetas ni credenciales, actuando en las sombras con las autoridades, sirviéndoles para justificar este tipo de operativos represivos y violatorios de todos los derechos.
Fueron subidos inmediatamente en buses en el aeropuerto de Costa Rica, transportados en la oscuridad de la noche y rodeados de patrullas, más de 300 kilómetros de viaje, en custodia del Ministerio de Seguridad Pública de Costa Rica, y de la policía profesional de migración, que hace parte de esta institución costarricense. Nunca se detuvieron, los buses avanzaban estrepitosamente en una larga e interminable carretera, 7 u 8 horas de viaje.
Iban a un destino incierto del que nunca fueron informados, llegaron a un lugar de enormes galerones de lata y hierro, rodeados de mallas, y arbustos tropicales, llamado Centro de Atención Temporal de Migrantes o EMISUR, en Ciudad Neily, cantón de Corredores, zona sur de Costa Rica, frontera con Panamá.
El señor Mario Zamora, ministro de Seguridad Pública de Costa Rica estaba presente, sudando la camisa y el rostro por el calor intenso del Catem, sabía que nada estaba bien organizado en ese lugar para recibir a esas personas, todo estaba a medias, las cosas se hicieron improvisando, como siempre, pues de todas maneras, a los que reciben, son migrantes, gentes de otros lugares por las que nunca, ese y otros burócratas costarricenses han mostrado respeto e interés genuino, y ahora menos, pues estaban siendo descartados de los Estados Unidos, y recibidos según indicaciones del presidente de Costa Rica, Rodrigo Chaves, complaciente de semejante abuso y arbitrariedad contra personas indefensas, de terceros países, por las que no se hacían responsables.
El señor Zamora, jerarca del gobierno de turno en Costa Rica, estaba acompañado de cámaras y profesionales de la comunicación oficial, que harían las fotos y los videos necesarios para mostrar que aquello era un gran momento de júbilo, ayuda y bienvenida, y que todo se estaba haciendo según estándares de respeto humanitario y protección internacional, luego esos materiales serían reproducidos ese mismo día, por los medios de comunicación afines al gobierno, y por la propaganda oficial local. Él y otros funcionarios de ese gobierno, dirían en estos reportajes, lo que se les antoja sin ninguna evidencia ni comprobación de los que estaban hablando y sabiendo que no iban a ser expuestos y cuestionados por periodistas honestos e independientes.
Cuando eran los 2 o 3 de la mañana, ya de madrugada, y cuando el ministro se retiró junto a algunos de los funcionarios incógnitos de OIM, y las luces de los reflectores se apagaron, la gente empezó a llorar, pero en silencio, en secreto, llantos silenciados de desesperación. El Catem se llenó de suplicios llenos de incertidumbre, efectivamente estaban en otra cárcel, no encontraron la libertad, estaban en cautiverio, esta vez en Costa Rica, sin poder hablar con sus seres queridos, sin poder comunicarse con periodistas serios y responsables que mostraran lo que estaban viviendo, sin poder decir tantas cosas, pues de todas maneras cuando llegaron no había intérpretes de sus idiomas, ni siquiera otras personas que comprendieran sus lenguas.
No les ofrecieron ningún recurso legal independiente ni de su confianza, no les explicaron que estaba pasando ni que pasaría luego, todo era confuso, todo era extraño y ajeno, lo que sí entendieron, pues fue lo primero y lo último que les dijeron, era que no podrían salir, y que tenían que entregar sus documentos de identidad personal, pasaportes y otros, y eso fue el principal mensaje de aquella noche y hasta hoy, un mes después, que no están en control de sus vidas y de su autonomía personal, que no pueden decidir sobre sí mismos ni sobre sus hijos e hijas pequeñas, que están en manos de burócratas del gobierno de Costa Rica, y de burócratas de la agencia OIM.
Esa noche, no fue mucho lo que pudieron hacer, estaban agotados por todos aquellos acontecimientos de brutalidad y arbitrariedad, estaban devastados por las múltiples humillaciones repetidas y por el trato deshumanizante de las autoridades de ambos países.
Hoy día, se les puede ver dando vueltas alrededor de esos enormes y calurosos galerones de hierro gris corroído, donde están recluidos, caminando en círculo con los niños o las niñas, y se pueden reconocer las patrullas de la Policía de Migración que custodia el lugar, para evitar que alguien se escape, a lo lejos se ven las ropas tendidas en los portones de los pasillos y las partes exteriores del Catem, lugar donde se debaten su destinos, y donde quizás están, finalmente obligados a seguir las órdenes de las autoridades costarricenses, que no están dispuestas a ofrecerles alternativas dignas y seguras, para sus familias.
Luego de un mes de estar en cautiverio, todavía no se sabe concretamente quiénes son las personas que llegaron en esos vuelos de deportación, quiénes son las que permanecen, y quiénes han salido, o se han ido. Nunca se supo quiénes entraron, los nombres concretos de los que ingresaron, entonces ¿quién da garantía de esas personas?, si fueron enviadas a sus países de origen, dónde están las evidencias que garantizan que su situación se resolvió ofreciéndoles un retorno seguro, digno y sin hacerles un daño mayor. El gobierno ha cerrado todas las puertas a la información veraz y confiable sobre lo que está ocurriendo a todas estas personas.
Hace un tiempo, Costa Rica era un refugio para personas que buscaban protección y auxilio, ahora es un país que hace parte de una trama trágica y turbia contra los más débiles e indefensos, incluyendo niños y niñas y sus familias, fue un país con dirigentes políticos que sabían el rol de Costa Rica, como garante de derechos humanos fundamentales, y ahora hay un gobierno que hace parte de una red de terror estatal y de un juego político perverso y siniestro que descarta a una parte de la humanidad.
Las personas que sufren desplazamientos forzados, migración forzada u otro tipo de movilidad humana en condiciones adversas y de extrema vulnerabilidad, no deben ser tratadas como criminales. Como recordó el papa Francisco:
Los inmigrantes no son peligrosos, están en peligro".
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