El otro día, conversando con mi esposa, ella comentaba que mis posiciones políticas y filosóficas han variado a lo largo del tiempo. En efecto, seguramente esa evolución sea evidente para cualquiera que dé una mirada a mi muro de Facebook. En esa misma línea de la evolución, de la introspección, y de la honestidad intelectual, quiero compartir algunas reflexiones con respecto a este Día Internacional de la Mujer.
El Día Internacional de la Mujer tiene sus raíces en las luchas laborales y sociales de las mujeres a principios del siglo XX, cuando obreras de la industria textil en Nueva York alzaron sus voces exigiendo mejores condiciones de trabajo y derechos laborales. Con el tiempo, esta fecha ha evolucionado hasta convertirse en un símbolo de lucha por la igualdad, la justicia y el reconocimiento de los derechos de las mujeres en todo el mundo.
Efectivamente, hace no muchos años, me identificaba con posturas conservadoras y tradicionalistas. Quizás por eso, no sentía una conexión particular con el 8M, al igual que con muchas otras luchas en contextos diversos con las que no lograba terminar de identificarme.
Sin embargo, quizás sea la acumulación de años, mi propio camino espiritual, o el tomar consciencia de las realidades y las historias con las que me he cruzado, las que me han llevado a repensar mis posturas. Ignorar estas historias sería una injusticia de la que no voy a ser más cómplice.
Por eso, hoy escribo para que recordemos juntos a todas esas guerreras que nos rodean. Estas historias no son abstractas ni lejanas; son realidades cercanas. Están presentes en nuestras familias, círculos de amistad y lugares de trabajo. Estoy seguro de que, conforme lean estas líneas, también vendrán a su mente las historias de mujeres que han marcado sus propias vidas.
Hoy veo como todavía hay mujeres que, con toda la capacidad y voluntad profesional, ven cómo las posiciones más altas de liderazgo son ocupadas sistemáticamente por hombres, no necesariamente mejor calificados.
Asimismo, pienso en las mujeres que, al buscar el sustento honradamente en las labores domésticas, han tenido que soportar el acoso de sus empleadores. Sin muchas opciones porque necesitan ese trabajito para llevar el sustento a sus hogares.
También recuerdo a las mujeres brillantes que, por no amenazar el frágil ego de sus parejas en posiciones de poder, limitan su impacto social a los movimientos por causas modestas, aunque tienen todo el potencial para liderar mucho más inteligentemente que ellos.
De igual forma, pienso en las mujeres que cargan con el estigma de ser “solteronas” o de no poder opinar en distintos asuntos “porque no saben cómo es porque no tienen hijos”.
Hoy recuerdo a las mujeres que sienten que deben disminuirse y anularse para no opacar a sus parejas, que necesitan todo el espacio para brillar sin ser opacadas.
También pienso en las mujeres que enfrentan situaciones en las que su seguridad patrimonial está en riesgo, no por falta de capacidad o esfuerzo, sino porque las decisiones familiares están concentradas en quienes nunca son cuestionados.
Asimismo, tengo presente a las mujeres que decidieron hacer las cosas de forma diferente para ellas, sus hijas y sus parejas, rompiendo patrones de asistencialismo y dependencia, aunque por ello sean tildadas de “hartadas”.
Hoy pienso en las mujeres que, siendo apenas unas niñas, son engañadas por hombres mucho mayores, y asumen promesas y sueños que no eran suyos. Que cargan con el dolor de ver cómo esos hombres niegan a sus propios hijos, sin asumir responsabilidad alguna, dejándolas con la pesada tarea de criar y proteger a sus hijos en un mundo que las juzga y cuestiona.
También recuerdo a las mujeres que, en su juventud, enfrentaron situaciones de abuso en los entornos cercanos y, por preservar la armonía familiar, cargaron con ese dolor en silencio. No por miedo, sino por conciencia, para proteger su paz interior y evitar ser encasilladas en roles que no eligieron.
Asimismo, valoro a las mujeres que, en un arranque de coraje, decidieron hacer frente ellas mismas a los asaltantes en sus hogares y pagaron el precio del ultraje sexual, debiendo luchar por años para recuperar su vida y su poder personal.
Reconozco también a las mujeres que, luego de dedicar toda su vida a la excelencia en las labores del hogar, algo en lo que nadie las supera, se ven imposibilitadas de administrar sus propios bienes porque persiste la idea de que “eso no les corresponde a ellas”.
Finalmente, recuerdo a las mujeres que enfrentan amenazas en sus relaciones de pareja porque es mayor ese costo que pagar el precio de contradecir las expectativas familiares o a quienes detentan el poder en sus entornos más cercanos.
Por todas ellas es que existe algo como el 8M. Estas realidades no son solo de algunas mujeres, sino de todas y todos nosotros como sociedad. Que nunca dejemos de recordarlo y de cuestionarnos cómo podemos ser parte del cambio.
Si este mensaje parece alinearse con alguna corriente, no es porque los vientos del mundo cambien, ni por relativismos superficiales, sino porque el valor de la justicia y la dignidad humana son inmovibles. Que podamos seguir reflexionando, creciendo y rompiendo el silencio juntos.
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