Ha hecho la transición de esta densidad terrenal el Dr. Rodrigo Gámez Lobo, a quien considero un mentor en diversas facetas de mi vida. Los aprendizajes que quedan son múltiples, incontables y difíciles de capturar en unas cuantas líneas.

El más importante de ellos es el concepto de bioalfabetización, que significa hablar el lenguaje de la vida. Don Rodrigo estaba convencido de que más bioalfabetización para la humanidad resolvería muchos de los numerosos conflictos que hoy enfrenta la humanidad a nivel planetario.

Contaba, aún con algo de sorpresa, que eligió estudiar ingeniería agrícola porque era lo más parecido a lo que hubiera querido, quizás más cercano a la ecología, carrera que no existía en la época. Lo que enseñaban en aquel entonces en su carrera era a volcar montaña, a deforestar y a rasgar los suelos para producción agropecuaria.

La gran gesta de reforestación de Costa Rica a partir de la promulgación de la primera ley forestal de 1969 describe y se correlaciona muy bien con carrera profesional de don Rodrigo, más reconocido por la fundación del Instituto de Biodiversidad (INBio), que le aportó a la ciencia más de 3200 nuevas especies descubiertas en territorio costarricense.

Don Rodrigo me inculcó la idea de economía circular desde antes de que se propagara por el mundo. Más de la mitad de mi vida he compostado los residuos de cocina y los he convertido en fertilizante para mi jardín. Es un hábito de restauración ecológica inseparable de quien soy.

También me inspiró, desde la adolescencia, a conocer un poco más sobre las aves de Costa Rica, de las cuales conozco apenas una pequeñísima porción. Me admira saber que de las 8000 especies que existen en el planeta, unas 800 habitan, al menos de manera temporal, en nuestro territorio.

Deben ser miles las personas que aprendieron algo o mucho de don Rodrigo. No sabría puntualizar cuál era su vocación pero bien podría haber sido la pedagogía. ¡Qué gracia y qué pasión tenía para enseñar sin querer enseñar! Tan solo expresaba lo que era, lo que pensaba, lo que creía, con absoluta coherencia entre su hablar y su andar.

Hablaba ese lenguaje del rigor y del método, de la observación y de las verdades sujetas a comprobación como lo es el universo de la ciencia. Escuchar a sus colegas despedirse de él de manera tan honorabilísima es testamento de su obra científica.

Su agenda política era amplia, visionaria, inclusiva, fértil, noble. Él estaba convencido de que Costa Rica tenía una abundantísima cantidad de aportes para enriquecer a la civilización. Como actor político fue un hombre que supo escoger sus batallas con sapiencia y priorizar la tarea más elemental de la política: la fijación de la agenda, aún sin haber servido en la función pública. En eso su éxito tuvo un impacto global. Sirvió a la patria, a la sociedad civil, a la academia y a la naturaleza en cada paso que dio a lo largo de su vida.

Tuve el honor de verlo gestionar como diplomático en una corta visita que realizó a Japón. Su manera de conducirse en un entorno político internacional era de absoluta gracia y sensibilidad intercultural. Su destreza para gestionar y comunicarse a través de culturas era digna de un curtido experto en la materia.

Fue un exitoso emprendedor e innovador social en una época en la que era poco común. Don Rodrigo emprendió en un sector poco desarrollado como el de la sociedad civil organizada e innovó un modelo de organización que no existía en ningún lugar del mundo. Más bien, inspiró la creación de réplicas en muchas otras latitudes.

Don Rodrigo rebozaba de capacidad de gestión. Sería por sus estudios en ingeniería agrícola, o por aprendizaje de su padre, quien fuera tres veces Ministro de educación, o por su propio espíritu emprendedor. Era un hombre de acción, de más ejecución, de menos planificación y de muchas menos palabras. La destreza más evidente de su liderazgo era la modestia con la que esquivaba los múltiples elogios que cosechó el INBio por más de 35 años.

Hoy que no está, añoro su manera de expresarse, su capacidad de comunicación efectiva, de despertar la pasión por la vida en la menor cantidad de palabras posible, sin desentonar, sin salirse de su patrón emocional siempre sobrio, siempre atento, siempre afable.

La destreza de un motivador es continuar motivando más allá de su retiro. Don Rodrigo se retiró del ejercicio de su profesión desde antes de la pandemia. Aún entonces, su imagen me convocó a servir como voluntario en la junta directiva del INBio. Tras su partida, con un nudo en la garganta y con una flor en el corazón, siento reverberar cada célula de mi organismo vivo, motivado por su imagen, su esencia y su gran legado planetario.

La luz de la que estaba lleno nos continúa iluminando.

¡Hasta siempre, don Rodrigo!

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