Es 29 de mayo de 1984.
Edén Pastora, el Comandante Cero, guerrillero que lidera La Contra, no aparece. Los periodistas costarricenses están en ascuas y el país comparece ante el furor de los agentes de la CIA, los dólares del narco, las canciones del chiqui chiqui y los conspiradores de todo tipo.
El país, también, está herido de inflación y desempleo. Pero no nos damos cuenta. O, mejor dicho, no queremos darnos cuenta.
En Nicaragua, desde hace casi cinco años, tras derrocar a Somoza, gobiernan los sandinistas. La Guerra Fría, más que un estrecho dudoso, abre una zanja hostil entre los dos países y entre los dos mundos que cada uno representa.
Al día siguiente, un 30 de mayo, según cuenta José Rodolfo Ibarra en su libro Solo a mi mamá. Crónica de una tragedia, los periodistas reciben una convocatoria: Pastora, finalmente, ofrecerá una conferencia de prensa y lo contará todo.
Dicen que será en algún lugar de Costa Rica o Nicaragua.
Quién sabe.
Reúnen a los periodistas en el Hotel Irazú. Los transportan en unos microbuses. Los encaraman en unos botes en Boca Tapada y navegan por el río San Carlos y luego por el San Juan hasta llegar a una casucha al otro lado de la frontera.
En el lado nica.
Dice Ibarra que más o menos a eso de las 7:00 p.m. se le taparon los oídos con un fuerte zumbido: Siento que me quemo. Que vuelo por los aires. Pego con una columna de madera o una pared. No lo sé aún. Caigo en el suelo de la choza”.
El primer atentado terrorista perpetrado en una conferencia de prensa acaba de ocurrir.
Linda Frazer, corresponsal para Asociated Press y The Tico Times, Jorge Quirós Piedra, camarógrafo de Canal 6, Evelio Sequeira, chofer y asistente de ese mismo canal y Rosa María Zambrano, guerrillera nicaragüense, se convierten inmediatamente en las víctimas mortales de lo que se conocerá como el Atentado de La Penca. Años después, por secuelas de la tragedia, morirán Arturo Masís, camarógrafo de Canal 7, y Roberto Cruz, periodista de la agencia china de noticias. Y los cuerpos dolientes que allí yacen, los que sobreviven, serán hasta la fecha una memoria herida.
En el último episodio de La Telaraña, Jurgen Ureña conversó con el cineasta Gustavo Fallas y el historiador David Díaz-Arias acerca de estos y otros temas. Fallas, por cierto, estrenó recientemente la película La hija de Lázaro, una obra que se inspira en el episodio de La Penca y revisita la guerra en Nicaragua y la forma en que los héroes de la revolución se convierten, de repente, en los canallas de la represión.
No es casual que en dicha película aparezca la famosa cita que propone que la historia se repite, primero, como tragedia y después como farsa. Iván de la Nuez diría que, a modo de tercera repetición, surge la estética. Aunque, considerando las características de la dictadura Ortega-Murillo, sería perfectamente lícito decir que la historia en Centroamérica, al final, se repite como meme.
El atentado de La Penca es considerado un crimen de lesa humanidad y, por tanto, no prescribe. O sea, es una herida abierta, una herida sin cicatriz. Resulta particularmente llamativo que, pese a su carácter terrorista, pese a su indiscutible motivación mediática, prevalezca una sombra de impunidad en torno a sus autores. El encargado de llevar los explosivos, tal y como menciona Ibarra, se fugó del hospital de San Carlos y luego desapareció.
George Orwell imaginó 1984 y describió una sociedad de vigilancia y falsificación bastante parecida a la que tenemos hoy. Y 1984, como ya dijimos, fue el año de La Penca. No deja de ser curioso, por otra parte, que en la novela de Orwell figure una cita como esta:
Si quieres guardar un secreto, también debes ocultártelo a ti mismo”.
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