La oposición costarricense sigue sin comprender por qué Rodrigo Chaves Robles llegó al poder ni cómo su gobierno ha logrado mantenerse con un apoyo sólido a pesar de las múltiples crisis que sigue sobrellevando Costa Rica (salud, educación, seguridad...). En lugar de construir una alternativa creíble, han optado por una estrategia que, lejos de debilitarlo, lo fortalece. La desconexión es evidente y se manifiesta en cuatro errores fundamentales:

No ha entendido por qué la gente votó por Chaves.

La oposición sigue operando bajo la premisa de que Chaves es un accidente electoral, una anomalía que surgió de la desesperación del electorado. No han comprendido que su ascenso es consecuencia de décadas de deterioro institucional, corrupción y un sistema político que falló en dar respuestas concretas. La población no come institucionalidad; la institucionalidad y la democracia se defienden con resultados, y la ciudadanía tiene mucho tiempo de no verlos. La gente votó por Chaves no porque ofreciera soluciones claras, sino porque simbolizaba el castigo a una clase política desgastada y autocomplaciente.

No ha entendido cómo hacer política en 2025.

Los partidos tradicionales siguen haciendo campañas como si estuviéramos en los años 80, apostando por estructuras burocráticas, discursos impersonales y el cansino y desgastado recurso de “los logros del pasado”. La política costarricense (en realidad a nivel mundial) ha cambiado radicalmente. Los votantes de nuestro padrón, en su mayoría millennials y generación Z, no responden a la jerga técnica, a los eslóganes vacíos ni a la fetichista obsesión con hazañas añejas completamente desconectadas de los desafíos que la juventud enfrenta actualmente. Los jóvenes no leen comunicados de prensa ni manifiestos partidarios, consumen contenido rápido, auténtico y directo. Chaves ha sabido capitalizar esto, mientras la oposición sigue atrapada en estrategias obsoletas.

No ha entendido que la política ya no es sobre propuestas técnicas sino sobre conexión emocional.

Chaves no ha ganado apoyo con reformas profundas ni con cambios estructurales. Su éxito radica en la narrativa, en la sensación de que ‘dice las cosas como son’. La oposición, en cambio, sigue vendiendo discursos técnicos con los que nadie conecta y que no generan entusiasmo. Hoy la política es, en gran parte, espectáculo y emocionalidad. La oposición insiste en apostar por un tono de conferencia académica, incapaz de despertar pasión en los votantes. El caso de Estados Unidos es un ejemplo claro: Trump no ganó por sus políticas, sino porque logró encarnar una narrativa que movilizó emocionalmente a su base.

No ha entendido que Chaves no tiene contradiscurso.

Chaves no debate ideas; impone relatos. No necesita justificar decisiones con datos o lógica porque su base no lo exige. Sus adversarios, en lugar de crear una narrativa alternativa poderosa, reaccionan a cada provocación con indignación moralista, alimentando su personaje de ‘outsider’ y reforzando su conexión con los votantes. No hay una figura en la oposición capaz de construir un discurso que le haga frente en el terreno emocional. Peor aún, la oposición recurrentemente comete el error de atacarlo, validando su narrativa y empoderándolo.

El 2026 será, en esencia, una elección de reelección sin reelección. Chaves no estará en la papeleta, pero será el candidato. La oposición enfrenta una tarea monumental: construir un relato propio, conectar con el electorado de una forma que trascienda la indignación y, sobre todo, ofrecer algo más que un simple ‘anti-Chaves’. Hasta ahora, no lo han logrado.