¿Hace cuánto existe la democracia?
Aunque demos por sentado su significado, no es tan sencillo determinar qué es y cuándo surgió la democracia. Los rastros más antiguos se remontan a las ciudades griegas (polis) de hace más de 2000 años, superando en antigüedad al propio cristianismo. Sin embargo, a diferencia de este, la democracia sí ha desaparecido por largos períodos.
Claro que aquella democracia primitiva era muy distinta a lo que hoy reconocemos como tal. Por ejemplo, excluía por completo a mujeres y esclavos, mientras que los hombres sin recursos suficientes podían votar, pero no ocupar puestos públicos.
Hoy estas exclusiones deberían resultarnos repudiables, pero no podemos ignorar que:
- El voto universal es una conquista lamentablemente reciente (la esclavitud fue abolida no hace tanto, y ni se diga del voto femenino que es una conquista que en nuestro país no tiene ni un siglo).
- Hay un grupo de personas poderosas e influyentes en el mundo que, mientras usted lee estas líneas, están haciendo todo lo que está en sus manos para acabar con los regímenes democráticos.
Es decir, la democracia que hoy gozamos es demasiado joven y al mismo tiempo está amenazada.
De manera que la democracia —como cualquier institución humana— es un logro histórico de ciertas sociedades. Al igual que el estado de derecho y la organización republicana del poder público, la democracia nunca está definitivamente consolidada. Lo que mantiene vivas a estas instituciones son las prácticas sociales colectivas que las reactivan constantemente. Seamos claros, pues: la democracia puede morir y su vida depende, en primer lugar, de lo que hagamos o dejemos de hacer nosotros las y los ciudadanos.
¿Para qué sirven las democracias?
Existen infinidad de posicionamientos teóricos sobre los fines y funciones de la democracia, muchos de ellos discordantes y contrapuestos. Aun así, desde una perspectiva histórica hay un rasgo distintivo: La democracia es un régimen excepcional. Durante la inmensa mayoría de la historia humana, el poder político no ha tenido rasgos democráticos sino autoritarios. Precisamente por eso es que Amartya Sen sostuvo —con un optimismo muy distinto al desconcierto actual— que la gran conquista del siglo XX fue la consolidación de la democracia en el mundo.
El autoritarismo no es otra cosa que una concentración absoluta del poder político, ya sea en unas pocas manos (aristocracia) o en una sola persona (autocracia). En contraposición, en democracia el poder político reside en el pueblo, que lo ejerce mediante mecanismos de decisión directos como los referéndums y más habitualmente mediante la elección de representantes periódicos que tienen a su cargo la discusión y aprobación de las leyes.
En esta estructura republicana de la democracia, las decisiones fundamentales de un país corresponden a la Asamblea Legislativa, siendo el o la presidente meramente el encargado de ejecutar las políticas que las y diputados acuerdan luego de discutir y negociar. De modo que en cualquier democracia republicana, como es la nuestra, el primer poder de la república es necesariamente el legislativo, al que quien ocupe la presidencia de turno está subordinado. Y esto es así justamente porque lo que se busca es evitar la concentración del poder.
Por su parte, el Poder Judicial está conformado por un conjunto de jueces y juezas especializados en sus respectivas materias, a quienes les corresponde aplicar las leyes a un caso concreto, cuando existe un conflicto que así lo requiera. Los conflictos pueden ser entre personas, entre personas e instituciones o incluso entre instituciones. Precisamente por ser el poder encargado de dirimir los eventuales conflictos en que figuren los otros poderes, para garantizar la igualdad, los jueces y juezas no pueden tener afiliaciones políticas. Más aún, no deben resolver con criterios políticos, sino con estricto apego a la legalidad.
Resumiendo, la democracia sirve para que nosotros el pueblo (usted, sus padres, hijos, hermanos, amigos, todos y todas) tengamos el poder sobre nuestro destino. Cualquier discurso que pretenda lo contrario, es decir un sometimiento del legislativo al ejecutivo, o del poder judicial a los poderes políticos: O no sabe nada de democracia, o peor aún, es su enemigo y por lo tanto enemigo del pueblo.
¿Cómo mueren las democracias?
En otro tiempo, la respuesta habría sido, sin duda: con un golpe de Estado armado. Esa fue (y a veces sigue siendo) la lamentable realidad latinoamericana. Pero hoy es diferente. Existe una gran cantidad de publicaciones recientes que abordan esta pregunta, pero no hay consenso, probablemente porque ha venido ocurriendo en versiones diferentes.
En la versión más común, un grupo llega al poder ejecutivo por vía democrática, pero sin control del legislativo. Luego, mediante diversas estrategias se hace con el control del Congreso. Aquí inicia el colapso del sistema: El congreso, autentico corazón de la democracia en el que debe estar representada toda la ciudadanía, es removido y suplantado por un conjunto de esbirros autómatas, que en lugar de lealtad con sus electores, solo conocen la obediencia al tirano.
De ahí en adelante las leyes ya no serán democráticas, pues no serán el resultado de acuerdos entre los diversos representantes del pueblo, sino de las órdenes de un autócrata. El poder del pueblo es sustituido por el poder de uno.
Queda entonces como último bastión el Poder Judicial, pero ya para este momento es demasiado tarde. Teniendo control absoluto del congreso, aprobarán las leyes necesarias para deshacerse de los jueces y juezas independientes y valientes que queden y estén dispuestos a enfrentarse a los abusos de poder. Cae así el último poder de la República.
Mientras tanto, afuera, la sociedad civil observa cómo entregó las llaves de la casa común a unos inquilinos que hacen con ella lo que quieren. El desempeño de los nuevos inquilinos será variable, pero lo fundamental no es eso, sino que ellos no tendrán ninguna lealtad ni responsabilidad con usted, usted no podrá exigirles nada y además ya no habrá forma de sacarlos.
Lo anterior es claramente una simplificación con fines expositivos; los procesos son más complejos. Pero la lógica es la misma: Hoy las democracias, como algunos árboles, mueren de pie. La apariencia del aparato institucional se mantiene —hay tres poderes, elecciones y demás parafernalia democrática republicana—, pero, por dentro, la democracia está muerta. Sin diversidad de criterios y la posibilidad de disentir, la democracia es como un árbol sin fotosíntesis, todos los procesos vitales van colapsando progresivamente. Es una muerte lenta y dolorosa y sus consecuencias más nefastas solo son visibles cuando ya es demasiado tarde.
¿Qué se puede hacer?
- Honestidad: Si tiene plumas, pico y hace cuac cuac, es un pato. No caigamos en la negación de hechos notorios, aceptemos la realidad de lo que está aconteciendo.
- Proyección: No sigamos los pasos que en otros países han llevado regímenes autoritarios, si queremos seguir viviendo en democracia.
- Compromiso: Ninguna democracia puede sobrevivir sin el compromiso de su ciudadanía con las instituciones.
- Valentía: Así como expulsamos a filibusteros y derrocamos tiranos, no permitamos el avance de los enemigos confesos de la democracia y del pueblo costarricense.
- Comunicación: Hablar, hablar y hablar, que esa es la base de la democracia. Hablar con la vecina, con el tendero, con el tío solitario… con todas las personas que podamos. Hablarles con calma, claridad y respeto, pero con convicción y vehemencia.
Y digámosles:
Querido amigo, querida amiga, sepamos ser libres no siervos menguados. Nunca conviene poner todos los huevos en la misma canasta, mucho menos con el poder político. Y si alguien le dice que eso es justo lo que necesitamos, ¡cuidado! que con seguridad, ese lo que quiere es dejarle sin huevos”.
No subestimemos el poder de la palabra, ni minimicemos nuestra responsabilidad histórica. Las democracias sobrevivirán donde existan ciudadanos y ciudadanos que nos tomemos la molestia de defenderla una conversación a la vez.
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