Como costarricenses vivimos una buena parte de nuestra existencia en paz. Esa paz, pilar del desarrollo social y económico. Paz que permitió alcanzar posiciones preponderantes en salud, educación, que estaban reservadas para países de altos ingresos o potencias globales y que nuestra pequeña República se atrevió a ocupar.
La perfección absoluta definitivamente es utópica, pero como ingeniero, fui educado en las aulas del TEC para alcanzar el óptimo, algo que a mi criterio logró Costa Rica.
En el pasado, la economía dependió del café únicamente para exportación y de un mercado interno muy pequeño. Era esa patria de calles de tierra y carajillos sin zapatos, que morían comúnmente por parásitos o infecciones intestinales (gastroenteritis, como le denominan los médicos). Exigua alfabetización, escaza agua potable y paupérrima cobertura eléctrica. Los conflictos sociales no eran extraños, aunque éramos tan pobres, que no alcanzaba posiblemente para escalarlos.
Pero nuestros abuelos, que nunca la tuvieron fácil, se atrevieron a trascender, de una forma inédita en el orbe; no sólo por el tamaño de sus sueños, sino porque en ellos privó siempre el bien común.
Aplicaron premisas tales como: la cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones, la manada corre tan rápido como el más lento de sus individuos y el fin nunca justifica los medios. Dichos principios, no los aprendieron nuestros ancestros de un libro o una ideología; sino, de su experiencia de vida. La pobreza, la pequeñez y los frecuentes desastres naturales les habían grabado indeleblemente en su mente, la necesidad de sacar avante la tarea de una forma solidaria.
En la Teoría de Juegos, existe un ganador y un perdedor, pero nuestros abuelos en su sabiduría vivencial habían descubierto que, al hacer perder a alguien, te conviertes inevitablemente en un perdedor también; siendo que, la única forma de ser un ganador neto, era lograr un equilibrio de bienestar común.
Esto permitió alcanzar acuerdos, que dieron como resultado, Garantías Sociales y un Estado Social de Derecho. Cabe recordar que, en esos mismos años, nuestros países hermanos vivían cruentas guerras internas; así que los logros de la pequeña Costa Rica, brillaban aún más.
Para 1960, en la Administración de Don José Joaquín Trejos Fernández, logramos alcanzar apenas el primer millón de habitantes.
Extenderse en la descripción del pasado, es fundamental para comprender las precarias condiciones de donde procedemos en Costa Rica. Circunstancias que, aunque no comparables a las actuales, permiten resaltar al menos, dos aspectos claves. Primero, el atreverse a ver más allá del entorno imperante, soñar y bregar por utopías y segundo, el asumir la solidaridad, el bien común y la honestidad, como fines no negociables.
La realidad actual, se nos presenta divorciada y lejana de ese pasado. Diariamente mueren compatriotas fruto de una escalada de violencia multicausal que hace que la paz no reine ya en Costa Rica. Muchas familias conocen el luto pues han enterrado ya madres, hermanos e hijos.
La violencia se hace acompañar, de un flagelo que igualmente castra el desarrollo social y económico de nuestra patria, la corrupción. Estos dos males, cual imponentes verdugos, se yerguen gigantescos ante la impotente mirada atónita de los compatriotas, que estiman que las opciones del David ante el descomunal tamaño del Goliat, son pocas.
Ante el sombrío panorama de hoy, es urgente recordar, que nuestras raíces costarricenses se encuentran cimentadas en damas y caballeros, que actuaron en concordancia con principios inmutables de: lealtad, honor, servicio al prójimo y bien común; bregando siempre por ideales mucho más grandes que el propio individuo.
Parafraseando al escritor español, Miguel de Unamuno, hasta de las nubes más negras cae agua limpia. Debemos tener muy presente además que, sobre las peores tormentas permanece brillando siempre el Sol, siendo este Sol y no las actuales sombras, lo que inspira nuestros ideales. Así que, como hicieron nuestros ancestros, debemos volver la mirada al pasado para comprobar que la unión de voluntades vence las adversidades; que la solidaridad y el bien común es la formula que nos dio los mejores réditos y que, lo que es imposible para un solo hombre, es realizable para una nación unida.
Regresemos a nuestras raíces y demostremos que, de metro cuadrado en metro cuadrado, podemos recuperar la Costa Rica pacífica y honrada que nos heredaron nuestros abuelos.
Este artículo representa el criterio de quien lo firma. Los artículos de opinión publicados no reflejan necesariamente la posición editorial de este medio. Delfino.CR es un medio independiente, abierto a la opinión de sus lectores. Si desea publicar en Teclado Abierto, consulte nuestra guía para averiguar cómo hacerlo.