Previo a comenzar, y para evitar herir susceptibilidades o perturbar los egos de ciertos operadores de justicia —cuyo número, dicho sea de paso, parece multiplicarse a la par de un ego desmesurado e infundado, sostenido en fundamentos más que discutibles dentro de los círculos jurídicos, particularmente en el ámbito nacional—, es importante aclarar que no se pretende incurrir en una falacia de generalización apresurada. Existen funcionarios judiciales y abogados privados de excelencia, profesionales comprometidos con la justicia que ejercen su labor con rigor, ética y responsabilidad. Sin embargo, es innegable que el sistema también alberga a quienes, por incompetencia, desidia o interés personal, erosionan su correcto funcionamiento.
El derecho oscila entre la lógica normativa y la irracionalidad humana. Diseñado para garantizar justicia, a menudo es saboteado por quienes lo administran y utilizan: jueces que dictan resoluciones arbitrarias o redactadas con el descuido de un “machote”, fiscales con agendas personales, técnicos que interpretan la ley según su conveniencia y defensores cuya única pericia consiste en fingir trabajo para justificar su salario. A esto se suman funcionarios parásitos y pusilánimes, más preocupados por conservar su puesto que por garantizar el acceso efectivo a la justicia.
En el ámbito privado, la situación no es menos desalentadora. Existen abogados que, lejos de litigar con pericia, improvisan como si la sala de audiencias fuera un teatro del absurdo, presentando solicitudes infundadas y promoviendo procesos destinados al fracaso, cual mercenarios del quehacer jurídico. Lo peor es que lo hacen convencidos de que el mundo se detiene para admirarlos. A ello se añaden trabas burocráticas, requisitos innecesarios y excusas de ciertas administraciones públicas para eludir sus responsabilidades.
Ante este panorama, la pregunta es inevitable: ¿podría la inteligencia artificial ofrecernos un derecho más “justo” y eficiente?
La IA como antídoto contra la mediocridad jurídica
El sueño de un sistema de justicia racional siempre ha chocado con su aplicación. Normas claras pueden ser distorsionadas por intereses personales, negligencia o incompetencia. La IA podría corregir esto. Un algoritmo bien diseñado no se deja llevar por humores, no inventa requisitos, ni posterga decisiones sin motivo. Un juez-IA no necesitaría justificar su existencia con resoluciones rebuscadas, ni un fiscal-IA perseguir a quien le convenga.
Más aún, la inteligencia artificial puede eliminar la lotería judicial en la que un mismo caso tiene resoluciones distintas según el juez. La aplicación uniforme de la norma dejaría de ser un ideal inalcanzable y se convertiría en una garantía real.
Ejemplos de fallos arbitrarios e incompetencia sobran. Recientemente, en Costa Rica, una jueza puso en riesgo la prueba de un caso de corrupción relevante al usar un machote para declararlo crimen organizado sin justificarlo adecuadamente. Errores procesales como este, que pueden derivar en impunidad, serían menos probables con una IA que evalúe criterios de forma rigurosa y sin atajos administrativos.
¿Adiós a los abogados incompetentes?
El acceso a la información ya no es un privilegio. Antes, el conocimiento jurídico dependía de la capacidad de un abogado para interpretar la normativa y encontrar precedentes. Hoy, una IA puede hacerlo en segundos, sin necesidad de que un profesional recite artículos de memoria. ¿Qué significa esto? Que los abogados deberán ofrecer más que simple acceso a la norma; deberán comprender estrategias, cuestionar la interpretación de la IA y desarrollar argumentos con un nivel de sofisticación que una máquina no pueda replicar fácilmente. Quienes copiaban y pegaban modelos procesales tendrán los días contados.
En un país con más de 30.000 abogados, la calidad profesional no puede depender de un examen de incorporación mediocre. La IA podría convertirse en un filtro real de competencia, donde prevalezcan los mejores y el mérito supere las ventajas heredadas. Por supuesto, esto implica reducir el nepotismo que reina en muchas instituciones públicas y privadas. La inteligencia artificial no solo nivelaría el campo de juego, sino que obligaría a la profesión a actualizarse constantemente y demostrar verdadero dominio de la materia.
¿Es este el fin del derecho humano?
No necesariamente. La IA puede erradicar muchos vicios del sistema, pero hay algo que aún no puede replicar: la interpretación creativa y la ponderación de valores. El derecho no es solo un conjunto de normas frías; equilibra justicia y equidad, se adapta a la realidad social y, en ocasiones, encuentra en la discrecionalidad una herramienta útil.
Un escenario futurista, no una revolución inmediata
Este es un escenario futurista, no un cambio inmediato. La evolución del derecho bajo la influencia de la IA requiere múltiples reformas legislativas, cambios en la educación jurídica, avances tecnológicos confiables y, sobre todo, aceptación social de que las máquinas pueden participar en decisiones que afectan vidas. No es un simple reemplazo de jueces o abogados por sistemas automatizados, sino una transición gradual que tomará décadas en consolidarse.
Sin embargo, el derecho evolucionará. Tal vez no desaparezcan jueces, fiscales o abogados, pero sus roles cambiarán. La mediocridad será más difícil de ocultar y la improvisación dejará de ser una estrategia válida. La IA nos obligará a ser mejores, o al menos, a justificarnos mejor cuando decidamos hacer las cosas mal.
El derecho no desaparecerá, pero su ecosistema cambiará radicalmente. No habrá lugar para abogados que se escuden en su apellido, jueces que decidan con base en su estado de ánimo o fiscales que elijan sus batallas según vínculos políticos. La IA forzará una evolución donde la calidad profesional será una exigencia, no una opción.
Negarse a este cambio es aferrarse a un sistema que dejó de ser eficiente. La verdadera pregunta no es si la inteligencia artificial tendrá un papel en la justicia, sino ¿quiénes estarán preparados para adaptarse a una era donde la competencia ya no se mide en títulos, sino en resultados?
Porque el futuro no esperará a quienes se resistan. Quizás sea hora de asumir que el mayor riesgo no es la inteligencia artificial, sino la persistencia de los errores humanos. Tal vez sea el momento de dejar de temerle al futuro y empezar a temerle más a los errores del presente.
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