El fútbol femenino en Costa Rica atraviesa una crisis profunda que va más allá de la falta de recursos económicos. Se trata de un problema estructural y organizativo que amenaza su estabilidad y desarrollo a largo plazo. La reciente cancelación del Torneo de Copa 2025, debido a la inscripción insuficiente de equipos y a la demora en la aprobación de normativas esenciales, es un reflejo de la fragilidad de las estructuras que rigen el fútbol femenino en el país. Más allá de las dificultades financieras, persisten la falta de planificación, la indolencia de las entidades responsables y la permanencia de liderazgos que han obstaculizado cambios estructurales.

El financiamiento insuficiente no es la raíz del problema, sino un síntoma de la desigualdad estructural dentro del campo futbolístico. La precariedad económica de los clubes femeninos no es un fenómeno aislado, sino la consecuencia de un modelo que históricamente ha privilegiado el fútbol masculino. Durante décadas, este ha acumulado capital económico, social y cultural, fortaleciendo su posición de poder, mientras el fútbol femenino sigue en una posición subalterna, en una lucha constante por reconocimiento y equidad.

Otro factor clave en la crisis actual es la resistencia al cambio de las estructuras de poder. A pesar de los esfuerzos aislados por generar cambios, estas estructuras han frenado cualquier alteración del statu quo. Un ejemplo claro es el caso de Víctor Hugo Alfaro, quien dirigió la Unión Femenina de Fútbol (UNIFFUT) por más de dos décadas. Aunque fue destituido, continúa vinculado como fiscal de la organización, evidenciando que los cambios han sido superficiales y que las dinámicas de poder siguen intactas.

Asimismo, la falta de planificación estratégica y el escaso respaldo institucional agravan la crisis. La ausencia de coordinación entre UNIFFUT y los clubes genera incertidumbre y debilita la estabilidad de la liga. Esto quedó en evidencia con la decisión de Saprissa FF. de exigir mejoras en la estructura y organización del torneo como condición para su permanencia. En lugar de generar un diálogo para fortalecer la liga, UNIFFUT optó por aceptar la renuncia del club e integrar a un equipo de segunda división en su lugar. Con esta decisión, desestimó el reclamo de los equipos que buscan mejorar las condiciones de la liga, mostrando una resistencia institucional a abordar los problemas estructurales del fútbol femenino costarricense.

Otro aspecto crítico es la demora en la modificación y aprobación de reglamentos o políticas de equidad a largo plazo. Sin regulaciones claras que prioricen el desarrollo del fútbol femenino en la agenda deportiva, muchas jugadoras seguirán enfrentando cuestionamientos sobre su profesionalismo, su capacidad física e incluso su derecho a vivir del fútbol. La falta de compromiso se refleja en la ausencia de incentivos y financiamiento para los clubes, lo que perpetúa la desigualdad en esta rama del deporte.

El futuro del fútbol femenino en Costa Rica no puede seguir dependiendo de decisiones arbitrarias y de liderazgos que perpetúan la desigualdad.  Se requiere una transformación estructural y sostenida, con el compromiso real de todas las partes involucradas. De lo contrario, el fútbol femenino seguirá siendo una constante lucha por legitimidad dentro de su propio campo.

Superar esta crisis exige un análisis profundo y un cambio estructural que permita a las jugadoras y clubes acceder a mejores condiciones y mayores oportunidades. Esto implica la reestructuración del poder, el establecimiento de políticas de financiamiento consistentes y la promoción de una cultura de inclusión en la toma de decisiones. Solo así se podrá garantizar un futuro equitativo y sostenible para el fútbol femenino en Costa Rica.

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