El tamaño de los retos actuales nos agobia pues estimamos que, ante la magnitud de los mismos, nos reducen a ser víctimas de estos o a lo sumo, a ser débiles espectadores, sin ninguna injerencia.
Esta perspectiva derrotista o pesimista, pudiera ser más bien estimada por una robusta mayoría como, una lectura realista de la actualidad que magnifica la incapacidad de solución del individuo. Basta con observar las noticias globales, regionales o locales; para comprobar como la corrupción, la violencia, la guerra y otras miserias aquejan a nuestra especie, además de validar la devastadora influencia del homínido contra el medio ambiente que habita. Eso erosiona cualquier esperanza, circunscribiéndonos a la total impotencia.
Pero, ¿es posible hacer algo en medio de nuestras escazas posibilidades?
El responder con un categórico y contundente, ¡sí! Puede parecer irreal, soñador o utópico; pero, más que un optimismo exacerbado, esta respuesta se fundamenta en la evidencia de lo hecho por nuestros ancestros.
Sí, es posible producir cambios en nuestro entorno, como ya sucedió en el pasado. Aunque las condiciones son distintas, la magnitud de los retos es similar. Siendo que, gracias a que los ancestros no claudicaron ante las condiciones de su entorno, nosotros vivimos en condiciones mucho mejores que las de ellos.
Ilustro con ejemplos prácticos del: ¡Hazlo posible!
Ante la aplastante violencia que campea, ¿que hacer? Cambiemos nuestro lenguaje, buscando conciliación, dialogo y empatía; no respondamos a la defensiva incluso cuando alguien pudiera ofendernos, bajemos el volumen de nuestra vos y hagamos más fuerte nuestros argumentos y ante una reacción violenta de alguien, busquemos el pacifismo propio de nuestra idiosincrasia, se necesitan dos para iniciar un pleito decían antes. Exijamos a los políticos el abandonar la violencia de sus discursos, precisamente en este año preelectoral.
Ante la inseguridad, cuidémonos unos a otros, con especial énfasis en niños y adultos mayores; miremos al prójimo como lo hacían nuestros abuelos en nuestros pueblos, como si fueran familia cercana. Protejámonos unos a otros para poder vivir como cuando éramos güilas, en un país sin miedo.
Ante la corrupción, ¿recuerdan que los abuelos nos enseñaron que quien roba un cinco, roba un banco? Pues pongamos de moda la honradez, el principio de que el fin no justifica los medios y la premisa de que nadie crece quitándole a otro.
Ante la destrucción del medio ambiente, recordemos que los abuelos cuidaban los palos que resguardaban el yurrito de agua fresca del que tomaban; además de evocar que, el concepto de economía circular en el que se aprovecha todos los recursos tantas veces como sea posible era propio de nuestras casas, no porque los abuelos fueran ilustres letrados, sino porque había que rendir las cosas en nuestra modesta Costa Rica. Recliclemos, reutilicemos y no desperdiciemos; no contaminemos y cuidemos el ambiente como lo que es, nuestra casa común.
Atreverse a producir el cambio, es una decisión de cada uno en la que se debe tener una férrea convicción de que este cambio es posible y que se logra gracias a mis acciones y a mí actitud; en cada espacio en que me muevo y con cada persona con que me relaciono, sean padres, parejas, hijos, vecinos, compañeros de trabajo o incluso desconocidos.
Regresemos a nuestras raíces ticas, retomando el rumbo de nuestro futuro como patriotas protagonistas, para ganarle una vez más la partida, como lo hicieron nuestros, abuelos a los filibusteros.
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