Decía Rousseau, en su Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, “el primero al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir ‘esto es mío’ y encontró otros lo bastante simples para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil”. Tocando estos temas, recientemente, tuve el gusto de asistir a un foro sobre el tema de gentrificación organizado por el despacho de la diputada Priscila Vindas. De este evento me quedaron varias impresiones sobre los fenómenos de gentrificación y turistificación (por cuestiones de síntesis y espacio haré alusión al término gentrificación solamente).
Al familiarizarme con estos temas lo primero que me salta a la mente es que se trata en el fondo de una consecuencia indeseada del olvido de una auténtica política de desarrollo rural. Históricamente, se ha tratado el desarrollo rural como desarrollo agrario, si se trata de una zona costera o con belleza escénica como desarrollo turístico. Esto es resultado de una visión sesgada que analiza la ruralidad como algo homogéneo en contraposición a otro que es lo urbano; cuando ambos conceptos engloban gran diversidad y pluralidad, pues cada territorio es distinto. Por si fuera poco, las escasas políticas que escapan a la homologación de desarrollo rural con desarrollo agrario o turístico recurren a soluciones aún más simplistas: emular el desarrollo urbano.
Esto refleja que no se está considerando a la ruralidad como una alternativa al desarrollo, sino como una noción de periferia. Evidentemente, un abandono de este tipo deja el espacio abierto a que emerjan estructuras de mercado irregulares en búsqueda de rentas. Precisamente, creo que el caso de la gentrificación es un cúmulo de fenómenos especulativos alrededor de los precios (tierras, viviendas y bienes) en base con la ubicación y ecosistemas. Recordando de nuevo la frase de Rousseau con la que abrí.
Muchos de los desplazamientos de los que tanto se escucha no son una cuestión esencialmente migratoria, sino fenómenos de precios y mercados anómalos y especulativos. Que, por cierto, son la extrapolación de las malas prácticas urbanas y la tendencia de los mercados a crear conglomerados. Es importante recordar que los mercados son instituciones económicas que asignan los recursos basándose en precios, lo que no dice nada de lo correcto o incorrecto de la asignación resultante. Por ello, me parece importante que no se le considere un fenómeno puramente migratorio, aunque en muchos casos lleve marcados tintes de esto sigue siendo un fenómeno de mercados y debe regularse en ellos.
La razón por la que ocurre es por la ausencia sistemática e histórica del Estado como un actor del desarrollo en estos territorios, lo que dejó un espacio abierto para que otros ocupen. Lo que me lleva a mi segunda preocupación al respecto: ¿cuál es la alternativa para estos territorios? En este momento no la hay, y me parece riesgoso intervenir sin, a la vez, ofrecer opciones, tal como ocurrió recientemente en Santa Teresa. No digo que deban tolerarse las irregularidades, pero definitivamente es necesario pensar qué pasa después; en especial porque muchas de las personas indagadas en este caso no parecen ser responsables del problema de aumento de precios que desplaza a otros residentes de las zonas.
Me preocupa en alguna medida el tono que ha llevado el discurso, pues tiende a enfocarse en migración, y me preocupa aún más que este tipo de discurso esté primando a nivel internacional. Para solucionar los problemas de gentrificación me parece que deben articularse tres ejes: migración, regulación de precios y desarrollo rural; y ninguno de ellos es suficiente por sí. Hay que transformar las regulaciones migratorias, como se propuso en el foro mencionado, donde se habló de limitar fenómenos como los visa run, junto con esta regulación para evitar la informalidad deben desarrollarse mecanismos para facilitar la formalidad.
Aun así, esto no es suficiente por sí solo, pues la elusión de la ley tiende a comportarse como un bien de lujo, entre más dinero se tiene más de ella puede pagarse; y quienes hacen subir los precios de manera desproporcionada tienen mucho, y el proceso gentrificador puede continuar con inversores o sociedades nacionales. Por ello, debe acompañarse lo anterior con regulación de mercados contra la especulación, pensado en los territorios en sí y en el riesgo para el país entero de una burbuja especulativa inmobiliaria. Con efectos sociales todavía peores por focalizarse en territorios de antemano vulnerables.
Finalmente, debe articularse una política de desarrollo rural de manera multidimensional, que permita a las personas de estos territorios mejorar sus niveles de vida, en términos de resultados económicos, educativos, de salud, ambiente, etc. Sin pensar en asistencialismo, pues esto tan solo trata los síntomas, no las causas, más que protección social necesitamos inversión social, las personas pueden salir adelante, pero requieren apoyo. Hay que diseñar marcos institucionales para los territorios e implementar políticas que le conviertan a la ruralidad en una estrategia de desarrollo, no en una noción de periferia.
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