Costa Rica ha sido un imán para turistas de todo el mundo, y eso nos llena de orgullo. Nuestra naturaleza exuberante, nuestra paz y nuestra hospitalidad nos convirtieron en una joya del continente. Pero hoy, esa imagen está en riesgo porque la situación de inseguridad física que atraviesa el país no solo amenaza la tranquilidad de los costarricenses, sino que pone en jaque a uno de nuestros principales motores económicos estratégicos: el turismo.

Este sector generó 5.400 millones de dólares el año pasado. Da empleo directo e indirecto a cerca de 550 mil personas, especialmente en zonas rurales, y su efecto multiplicador sobre el resto de actividades es uno de los más altos según el Banco Central.

Según datos recientes, Costa Rica cerró el 2024 con 880 homicidios, el segundo año más violento de su historia. Esto no solo afecta a quienes viven en los barrios más golpeados por el crimen, sino también a cientos de miles de trabajadores en zonas turísticas, a pequeños hoteleros, a familias que dependen de una soda o un hostal, y a emprendimientos que generan empleo en todo el país.

No es justo que una persona invierta todo lo que tiene en un negocio si el Estado no puede garantizarle un entorno seguro. Tampoco es sostenible que promovamos a Costa Rica como un destino internacional mientras el crimen organizado le resta valor y atractivo a nuestros cantones.

Estamos a tiempo de corregir el rumbo. Pero debemos actuar ya.

La seguridad no se resuelve solo con patrullas. Necesitamos una política integral que recupere el espacio público, combata el crimen organizado y rescate el valor de nuestras comunidades. El turismo se construye en el día a día, con calles limpias, con orden, con reglas claras, con tecnología y equipo para nuestros oficiales, con migración regulada, con viviendas dignas y con zonas turísticas donde la inversión se vea protegida.

Tampoco podemos permitir que el desorden migratorio, la expansión sin control de cuarterías ilegales y el abandono institucional conviertan nuestros parques, plazas, playas, montañas y distritos en zonas de riesgo. Las bandas criminales no pueden seguir tomando espacios que fueron construidos con el esfuerzo de cientos de miles de costarricenses.

No hay espacio para la resignación, y tampoco se vale que nos acostumbremos a vivir con miedo, a “andar con cuidado”. Este país es nuestro, y para defenderlo se requiere liderazgo, valentía y decisión para además de denunciar, hacer lo necesario para devolverle al sector turismo seguridad, viabilidad, certeza y orden.

Sin miedo, hay que decir lo que está mal, pero también comprometerse a corregirlo con firmeza. Porque el siguiente paso es proteger lo que más queremos: nuestra paz, nuestra gente y la oportunidad de que el país siga siendo un lugar donde valga la pena vivir y visitar para promover el desarrollo y bienestar colectivo.

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