Es difícil, en esta época, convencer a la gente de que es mejor ir despacio para alcanzar algo. La rapidez con que los jóvenes quieren obtener las cosas raya en la desesperación, como si fuera insoportable cada minuto que no las tienen. Recuerdo la frase de una célebre youtuber española que estaba “harta de no ser youtuber”. Y eso es lo que parece, que la gente está harta de no ser esto o no tener aquello. Desde luego, no faltan los que parecen hartos de no ser escritores publicados.

O quizá debería decir solo “hartos de no ser publicados”.

Autores que parecen no soportar la espera, que no tienen paciencia para llevar una formación como escritores, que a veces no tienen ni un hábito sólido de lectura porque no tienen paciencia para la lectura. Quieren escribir literatura, pero no saben de literatura, porque no le tienen paciencia ni la ven necesaria; ¡qué va!, quita mucho tiempo eso y es para los viejitos, hoy lo que se usa es TikTok, mejor brincársela y publicar de una vez, ¿pa’ qué esperarse?, vea el montón de gente que está publicando, ¡ya me quedé atrás!

Tampoco tienen paciencia para las editoriales tradicionales ni para un proceso editorial cuidadoso que necesariamente va a ser más largo. En general, no tienen paciencia para nada y comienzan a buscar atajos. El principal de ellos, la publicación independiente, que no es mala per se, sino por las condiciones y formas en que suele llevarse a cabo. Ojalá tuvieran la delicadeza de tallerear sus textos antes de publicarlos, someterlos a lecturas y revisiones de gente adecuada que les dé buenos aportes y no meros espaldarazos; ojalá tuvieran el cuidado de recurrir a verdaderos filólogos, editores, diseñadores, profesionales; ojalá tuvieran la noción de todo lo que conlleva elaborar un libro… Pero no. En gran parte de los casos, no.

He visto un poco de todo. Los que se meten a diseñar el libro por sí mismos, sin ser diseñadores. Qué va, se tarda mucho estudiar para diseñador y sale muy caro contratar uno, mejor veo cómo se usa el programilla de diseño, hay unos videos de YouTube buenísimos donde explican todo, o le digo a Papillo, que es travieso para esa vara y me cobra barato. Gente que no hace revisión de pruebas porque no sabe lo que es una revisión de pruebas. Gente que no conoce las partes básicas del libro, que lo ve mal impreso y no sabe que está mal impreso. Gente que no sabe lo que es edición. Ni hablemos de plagios y fraudes con la inteligencia artificial.

Estos no son rencos que uno empuja; son ternerillos que alguien chucea constantemente y no necesitan que nosotros, quienes formamos parte del mundo del libro, los chuciemos más. Vuelvo a la frase de arriba: “vea el montón de gente que está publicando”. Sí, la veo, y justo por eso es que no hay que correr. Justo por el maremágnum de contenidos de esta época, absolutamente imposible de abarcar. ¿Cómo diferenciarse entre ese hormiguero de Amazon, con la sobreoferta de miles de títulos que aparecen cada año, o entre los best sellers fallidos que pasan por las vitrinas de las librerías como en un certamen y van quedando descalificados en cuestión de semanas?

Mi solución, que no es la única ni es definitiva y hasta puede ser equivocada, pero que la digo con sinceridad, es no llegar primero ni llegar corriendo, sino llegar bien. Ser la tortuga, no la liebre. Como editor, tallerista y autor, comparto aquí algunos principios que me parecen esenciales en esos tres roles.

Edición responsable

Los filtros editoriales que tanta gente odia son más urgentes que nunca. Lectores, dictaminadores, revisión de pares, consejos editoriales y un proceso de edición responsable y completo que incluya la preparación del original, la edición gráfica y la revisión de pruebas; todo esto disminuye, no elimina, pero disminuye el riesgo de ciertos chascarrillos. Cuantos más pares de ojos con diferentes saberes y perspectivas evalúen y revisen el texto antes de publicarlo, más oportunidades hay para descubrir la enorme variedad de problemas que pueda tener un texto inédito, desde errores menores y comunes, hasta una falta de madurez que obligue a replantearse si se debe publicar o no.

El gran problema de la edición independiente es que todos estos procesos están quedando en manos de cada vez menos personas y, muchas veces, en las de una sola persona y todo depende de su buen o mal criterio, lo que sepa o no sepa. Peor aún, hay casos en que esa persona ni siquiera lee en forma íntegra lo que publica; lo manda a imprimir y vender a ciegas porque simplemente le pagaron para que lo hiciera. Conozco a más de un autoproclamado editor que no lee lo que publica. Eso no es un editor; es un impresor. Gestionar la impresión y venta de un libro no es edición, es un trámite. Un editor edita.

Pero hoy, muchos que tramitan la impresión y venta de un libro a como sea se hacen llamar editores y no falta quien les dé pelota sin saber siquiera lo que es edición. De nuevo, todo a la altura de esta época donde se da más crédito a un video de TikTok que a una opinión profesional; esta época atolondrada donde solo se quiere correr y correr y ver lo más pronto posible su nombre y su jacha figurando por todas partes. Así, el propio “editor” pone a correr al autor.

Un editor responsable no solo debe hacer su parte de manera ética y completa, sino también estimular a sus autores a hacer lo mismo, guiarlos cuando quieran buscar atajos y, de ser necesario, romper con aquellos que insistan en publicar a la carrera.

Tallereo responsable

Otro ámbito desde el cual se pueden impulsar tanto las buenas prácticas como las malas es el taller literario. Aunque los talleres suelen ser agrupaciones informales, no están exentos de manejarse con ética. La esencia de un taller literario es el trabajo conjunto para la mejora del texto; su prioridad debería ser el crecimiento del autor y la maduración del texto, con miras a publicar en el momento adecuado. No obstante (y amén de las historias que circulan sobre talleristas abusivos), muchos talleres también fomentan la publicación descuidada y rápida; son más bien cursos disfrazados de talleres que ofrecen un proceso abreviado para dizque preparar el texto y publicarlo; en cuatro sesiones tendrá listo el próximo best seller, por solo $30 la sesión.

El año pasado tuve el privilegio de fundar el Taller y Club Literario de Ciencia Ficción, Terror y Género Fantástico 13013 junto con Daniel Figueroa Arias: un espacio dedicado a la lectura de textos literarios ya publicados y el tallereo de textos inéditos de sus miembros. Uno de nuestros propósitos es contrarrestar esas ansias de publicar rápido, pegarles un frenazo cada vez que las vemos y poner como prioridad aprender a escribir, antes que cualquier otra cosa; que el escritor sea, en primerísimo lugar, un buen escritor, antes que vendedor o promotor o influencer. Y antes incluso de ser un buen escritor, que sea un buen lector. La mitad, y a veces más, del tiempo de nuestras sesiones se dedica al comentario de textos narrativos cuya lectura se deja como tarea, pues tenemos el principio de que la lectura es uno de los pilares en la formación de artistas: si leemos sobre la vida de una buena cantidad de ellos, notaremos la influencia decisiva de la lectura. Pero correr es incompatible con la lectura, porque esta requiere tiempo, concentración, paciencia, estarse quieto, dejar de lado las distracciones. Requiere algo que no parecería difícil, pero lo es en estos días: reposo.

Por otro lado, tenemos la puerta cerrada con más candados y remaches que la puerta negra a publicar compilaciones de miembros del taller, pues otro de nuestros principios es que cada persona publique cuando esté preparada. Sí tratamos de enseñar nociones de edición, pero no con el fin de que publiquen pronto, sino todo lo contrario: que aprendan cómo es un verdadero proceso de edición, derribar los numerosos mitos que tengan al respecto y no correr a publicar en condiciones precarias.

Autoría responsable

Llegamos a la persona que para bien o para mal pone en marcha todo esto, la única que está presente en todas las etapas, que seguirá estando presente incluso cuando ya no lo esté, porque su nombre es el que va a figurar en las cubiertas de los libros y, por lo tanto, la primerísima que debería velar por el orden y la ética en la edición de su libro: el autor.

Si el autor está mal, todo lo demás también. No hay tallereo ni edición ni tecnología que puedan extraer lo que el autor no pueda o no quiera dar. El compromiso del autor debería ser la creación de la mejor obra que pueda y luego (ojo: ¡luego!) publicarla de la mejor forma que pueda. En esta época en que muchos quieren todo para ya, la responsabilidad de los autores se ha vuelto la más endeble, cuando debería ser la más fuerte, la más grande, y cubrir todos los aspectos de la edición del libro. Más que una responsabilidad, debería ser una convicción. Pero, en muchos casos, no cubre ni el acto mínimo de escribir un buen texto.

Aquí empieza la responsabilidad del lector (o compromiso, buen gusto, amor propio, lo que quieran, si “responsabilidad” suena demasiado impositivo). La cantidad absolutamente inmanejable de contenidos que hoy se producen y que no hace más que crecer va a obligarnos a ser más selectivos con lo que leemos, editamos y promovemos. No hay por qué comprometerse con un artista que no esté a su vez comprometido con la integridad de su propia obra.

El primer éxito que el artista debería buscar, antes que cualquier otro, es el estético: el triunfo de obtener una buena obra, ojalá excelente, hasta genial. Y nosotros los lectores, talleristas, editores, promotores, en fin, los miembros de la comunidad del libro, deberíamos buscar autores exitosos, sí, pero en cuanto a la calidad de su obra. Luego, pueden venir los otros tipos de éxito.

Hay que diferenciar entre aquellos que tienen una verdadera vocación para la literatura y los que solo quieren usarla como un medio fácil para el éxito. La primera señal para descubrirlo suena casi obvia: su amor e interés por ella. Estoy convencido de que un escritor debe amar la literatura. A la persona que no le interesa la literatura, se le nota en lo que escribe. No es raro que, al cabo de un tiempo, no se vuelva a saber sobre este tipo de gente, porque no tenían un verdadero interés en leer ni escribir; casi les resultaba odioso el trámite de producir el texto, como un escollo que los atrasara para lograr el éxito.

El artista con vocación no busca atajos; sabe que tanto él como su obra deben madurar y pulirse, que debe dedicarle el tiempo necesario, sacrificar otras cosas, aprender eternamente, disfrutar el proceso y, mientras tanto, disfrutar de lo que hacen otros artistas. Y esto no representa ningún esfuerzo para él; lo hace con gusto, sin poner excusas; lo hace porque quiere, no porque lo obliguen; saca tiempo de donde no hay, lo hace a escondidas si se lo prohíben, deja otras cosas botadas por hacerlo y se come la bronca; se le enojan los amigos, el jefe o la pareja y los manda al carajo si hace falta. El artista con vocación apechuga.

Como dije en un artículo anterior, el libro es el viajero del tiempo que va hacia el futuro; procuremos enviar algo bueno, que hable bien de nosotros. O que hable mal, si fuera la intención, pero bien hablado.

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