Hace ya algunos años, el Ministerio de Educación de Costa Rica, con el apoyo del Instituto Interamericano sobre Discapacidad y Desarrollo Inclusivo (iiDi), el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) y UNICEF, publicó el material educativo “Es parte de la Vida”, sobre sexualidad y discapacidad. Esa publicación iba de la mano de una serie de esfuerzos que hicimos para acercar a adolescentes con discapacidad a herramientas y conocimientos básicos de educación sexual, a través de talleres y actividades como las que se realizaron con adolescentes sordos, produciendo una serie de materiales innovadores en LESCO y otros formatos accesibles.
Recientemente, Es parte de la Vida ha sido cuestionado y excluido por las autoridades nacionales que nos acusan de “promover la masturbación” y “erotizar a los niños”.
En realidad, escribimos ese libro motivados por numerosos estudios que se realizaron en todo el mundo desde 2006, y que pusieron en evidencia el acceso casi nulo de las niñas y niños con discapacidad y de sus familias a información y educación que les ayude a prepararse a tiempo para los cambios que implica la adolescencia. Comprobamos permanentemente que la mayoría de las familias se asustan y paralizan ante esos cambios de sus hijas e hijos con discapacidad y que la consecuencia más frecuente de ese miedo, es que nieguen y repriman lo que a veces es curiosidad, a veces impulso, a veces deseos de sus hijos, que los castiguen si se acercan a cualquier forma de placer, que los sobreprotejan rechazando sus preguntas e impidiendo su autonomía.
Se ha demostrado en países que realizan estudios (y también porque todos podemos observarlo si dejamos a un lado la hipocresía) que es precisamente en ese contexto en el que se reprime y se manda a callar la boca a la curiosidad de los niños, que se termina facilitando y naturalizando formas manipuladoras y violentas de convivencia y vigilancia en el hogar y en las instituciones educativas. La sobreprotección suele ser la gran barrera que encuentran los niños y niñas con discapacidad al desarrollo de capacidades imprescindibles para su vida adulta, infantilizándolos y perpetuando su dependencia. Este modo de crianza “especial”, cargada de silencios y prohibiciones, acaba permitiendo y disculpando a quienes sacan ventaja de esa ignorancia para abusar de ellos, para no dar crédito luego a sus denuncias, o amenazarles si intentan buscar ayuda.
Según Naciones Unidas (2017), las personas jóvenes con discapacidad están 2,27 veces más en riesgo de ser abusadas sexualmente. Muy especialmente las muchachas con discapacidades intelectuales y sensoriales, que reportan haber sufrido 4 veces más abusos y acoso sexual que las muchachas sin discapacidad (OMS, 2021).
¿Para qué sirve la ESI?
Sabemos desde hace ya más de cien años que el miedo a la sexualidad (y al amor en sus diferentes formas), así como el silencio y los tabúes que creamos para negar y reprimirla, solo terminan empeorando las cosas. Porque lo que pasa cuando un deseo se reprime, es muy simple: el deseo retorna.
Solo que retorna un poco trastocado, perturbado, condimentado por el sentimiento de culpa y el malestar que acarrea sentir algo que ha sido censurado y calificado como negativo. Ese malestar (esa violencia) suelen ensañarse y calar hondo en los más débiles: las mujeres, las minorías, los que sienten que no encajan en el canon del poder y lo hegemónico.
Quienes hemos trabajado para contribuir al campo de la ESI a través de publicaciones destinadas a familias, a maestras, no lo hacemos para promover la masturbación, ni para auspiciar el erotismo o las relaciones sexuales. Es más bien al contrario: hace muchos años se sabe que la educación sexual hace más probable que las primeras relaciones sexuales ocurran más tarde, cuando la persona se sienta preparada o preparado y que es más probable que sea una relación consensuada, deseada y acordada. La ESI ayuda a los adolescentes y jóvenes a tener que arriesgarse menos para satisfacer su natural curiosidad. Por eso es más probable que utilicen preservativos, que haya menos embarazos, menos infecciones de transmisión sexual y que se involucren menos en comportamientos de riesgo como tener relaciones sexuales bajo el efecto de alcohol o de las drogas.
Como todos sabemos, en la actualidad, el fácil acceso a internet que disponemos y que tienen también los niños y las adolescentes, hace que la pornografía sea en gran medida la “educación sexual” de quienes tienen vedado el acceso a espacios y recursos accesibles que les ayuden a hacer preguntas, a conocerse (y eventualmente aceptarse y tener una confianza no inocente en su deseo), así como a encontrar una narrativa propia para comprender y expresar lo que sienten.
La sexualidad humana (la peripecia amorosa), se construye siempre en un territorio donde no faltan las dudas, los sentimientos contradictorios, las dificultades y la incertidumbre con la que intentamos encontrarnos con otros y con nosotros mismos. El oscurantismo y la sobreprotección solo harán más vulnerables a los que menos herramientas tienen, exponiéndolos a más riesgos e impidiéndoles tener confianza en sus capacidades. La educación sexual es apenas una parte de la tarea de criar y sostener esas procuras que no son más que parte de la vida.
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