El movimiento neoconservador que campea actualmente a nivel global no es novedoso. Ha sucedido antes y volverá a ocurrir, es parte de una dinámica societaria en donde las instituciones y la regulación mundial cambian de forma inevitable. Si alguna vez fue legal ser dueño de otro ser humano, la esclavitud del siglo XXI se proscribe en los discursos y la normativa.

Más complejo resulta el panorama para tópicos controvertidos como la migración, las minorías aparentes, el control de la sexualidad, la xenofobia y un puñado de granos de una gran mazorca que encontrarán solución con el paso del tiempo. El péndulo aparente en las guerras culturales nunca oscila hacia atrás de manera permanente, siempre avanza en favor de lo siguiente en la contabilidad de la historia.

La sátira, el descrédito de los contrincantes y la ironía, tampoco representan un recurso reciente en el ámbito político. En el antiguo Egipto, Grecia y Roma se utilizaban de manera frecuente en las artes gráficas (lo que hoy llamamos grafitis), el teatro (Las Nubes de Aristófanes fue todo un precedente, sin gran suceso en su estreno, para ridiculizar a Sócrates y Platón), en la literatura (Las Sátiras de Lucilio por citar un ejemplo), creando toda una tradición de expresión histórica que no ha cesado.

Lo que se ha modificado sustancialmente es el tono, la intensidad y la ausencia de ocultamiento. Hubo un tiempo en que los programas de gobierno de los candidatos presidenciales realmente diferían e importaban, en que los colores de las banderas implicaban una toma de posición ideológica que se plasmaba en un modelo de país que podía hacer una diferencia en el rumbo futuro. Sí, existió un lapso en el que la sustancia de lo que se decía era importante y había autocontención y recato en la manera de decir las cosas. Sobra decir que eso terminó en todas partes y en el momento político de hoy la forma se ha convertido en el fondo, porque no hay tiempo para gobernar, solo de competir y preservar el poder a toda costa.

El estado del conocimiento general se reduce a tener opiniones, siendo que, con la masificación de las redes de comunicación, no se discriminan las fuentes con rigor, por ello, las personas creen que los datos científicos pesan menos que sus creencias, después de todo, los líderes políticos a quienes se sigue constantemente descalifican a la ciencia, las instituciones y el orden establecido.

El estadista de ayer se convierte en un influencer.  Muchos de ellos, que han tenido gran éxito con el electorado, cultivan la polarización porque rinde frutos y quien se fanatiza cree que es un rebelde funcional que lucha contra el mal que representa quien no piensa como ellos. El resultado no es positivo: ello genera crímenes de odio, falta de respeto y ataques contra las autoridades, inseguridad financiera y separación social, mientras el Estado como un todo se debilita para gozo de sus enemigos, los cuales se envalentonan y cruzan límites insospechados. La delincuencia toma nota y actúa en consecuencia. Los criminales saben que, si la división de poderes se tambalea por luchas internas, ellos ganarán espacios mediante la violencia.

El sustantivo politainment es un anglicismo que interrelaciona la política y el entretenimiento, muchos políticos se comportan como participantes de un reality show porque están conscientes que tener una audiencia elevada es muy difícil de mantener, por eso dialogar con quien se compite es casi imposible.

En los tiempos que corren, la política se parece mucho a la industria del espectáculo. Por ello se recurre a la estridencia, los ataques personales, la descalificación, la apropiación de ideas ajenas, las burlas, el irrespeto y sobre todo a la polarización como método de captura de la atención; mientras las encuestas arrojen un resultado satisfactorio, se estirarán los límites un poco más, lo importante es figurar en tiempo real, no interesa si lo que se dice es congruente con lo que realmente piensa el interlocutor, todo va a orientado a los resultados electorales y la lógica perversa de este juego, no es la presentación de méritos o resultados verificables, sino la eliminación de los opositores. En ese sentido, se gobierna también a través de ruedas de prensa.

El populismo no es una forma de gobierno, pero es un afilado instrumento para lograr el poder y mantenerlo, se le dice a la gente lo que se ha estudiado que quiere escuchar, ello puede ser una soberana estupidez o coincidir con un dato verificado.

La mayoría de las democracias tienen poblaciones fragmentadas políticamente y además es posible tener a mano la información de los segmentos de edad, ingreso, zona geográfica y cualquier dato útil para la fabricación del discurso que se dirá a modo.

Es muy importante que la comunicación política sea ruidosa y entretenida, porque la atención es cada vez menor y más dispersa. En esta receta, de ser posible, un pueblo con una educación limitada es muy recomendable para la agenda de quienes practican esta manera de hacer política.

Los países que experimentan esta realidad se sumergen en una zona de difícil distinción entre la información y el entretenimiento, se produce así una espectacularización de la política. Se vive en una campaña electoral permanente desatendiendo las necesidades estructurales y de seguridad, se frivolizan los valores cívicos y se resignifican los símbolos nacionales a conveniencia de quien ejerce el poder. Incluso los medios tradicionales de provisión de noticias, como los periódicos y los telediarios, terminan cediendo por las presiones de la audiencia y se crea una forma popular de entretenimiento conocido como noticias suaves.

A diferencia de los circos modernos políticamente correctos, en este vodevil interminable sí hay animales de distintos pelajes y corre la sangre, a costa de que se erosione el modelo democrático, todo depende del espejo en que se reflejen las intenciones no tan ocultas de quienes aspiran a llevar una corona en sus cabezas.

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