La semana pasada me encontraba acomodando y categorizando ciertos libros de mi biblioteca personal, porque iba a donar una parte de ellos a una librería independiente, y que de esa forma alguien más pudiera descubrir nuevos mundos literarios.

Resulta que, en la alta gama literaria de mis libros (pueden agregarle todo el sarcasmo que quieran a esa frase), me encontré con una tetralogía vampírica que fue llevada al cine y fue muy famosa entre adolescentes de la época. No voy a decir cuál fue, pero creo que el primer libro lo comencé en el crepúsculo del día (a ver si alguno la agarra en el aire como decimos popularmente). Aquellos libros los leí casi que a escondidas por pura vergüenza. ¿Qué iban a decir de mí? Los libros me parecían malísimos y los criticaba a morir, y, aun así, los seguía devorando como Saturno devorando a sus hijos (¡perdóname la vida, Goya!) Esto viene a plantear mi pregunta y mi tesis de esta semana: ¿Por qué sentimos vergüenza por disfrutar ciertas lecturas? Desde mi perspectiva, no hay libros “malos”, simplemente existen diferentes formas de disfrutar la literatura.

Me pongo en este momento la letra escarlata en el pecho. Una V de vergüenza, y comienzo a denotar que, desde hace mucho, existen ciertos prejuicios, o más bien estereotipos, alrededor de ciertos géneros, que hace que muchas personas que levantan la barbilla para hablar de literatura se nieguen a confirmar la presencia de ciertas obras en sus bibliotecas. Que si la novela romántica es superficial y fantasiosa para el amor, que si el thriller es entretenimiento sin profundidad (como escritor del género, esta la escucho todo el tiempo), que la fantasía y la ciencia ficción son obras rechazadas por los círculos de ficción literaria. Y es que no es para menos, porque la educación que recibimos en las escuelas y colegios nos insta a apegarnos al canon literario (¿el qué?).

El canon literario son todas aquellas obras que una sociedad considera como fundamentales dentro de su tradición cultural. Estas son las obras que son lecturas obligatorias en nuestro sistema educativo y que algunos grupos consideran “alta literatura”.

Explicado eso, les comento que el término de “alta literatura” es tan trivial y cambiante como el día y la noche. Hoy por hoy, consideramos a García Márquez, a Cortázar y Vargas Llosa como literatura fundamental, pero ojo ahí, ellos no fueron considerados de esa forma hasta que se nos vino el “boom latinoamericano” en los años sesenta. Antes de ellos, se consideraba que la alta literatura venía solo de escritores hombres europeos.

Se los pongo más claro aún. Voy a darles tres ejemplos de autores que fueron considerados baja literatura, que fueron menospreciados por sus iguales en su época y que hoy en día, son referentes de los géneros que escribieron. Stephen King, Jane Austen y Agatha Christie (esta última mi favorita, por supuesto). King pasó de ser un “escritor de terror” a ser un referente literario. Las novelas de Jane Austen fueron consideradas demasiado femeninas para la época y rechazadas al lidiar con temas de vida doméstica y romance de forma “trivial”. Finalmente, Christie fue menospreciada porque sus obras se consideraban novelas con fórmula repetitiva que carecían de una profundidad literaria. Hoy, Agatha Christie es una de las autoras más vendidas, más adaptadas en distintos medios y mayor referente en puntos de giro en una trama.

Como les mencionaba hace unas semanas, cuando les invité a comenzar a usar el término “desleer”, leer es un acto de placer. No todo libro tiene que ser un reto intelectual. Estoy seguro de que la mayoría de los que lee esta columna no ve películas en MUBI, sino que prefiere ver Netflix, así que mejor nos relajamos y disfrutamos lo que un libro, sea cual sea, tiene para ofrecernos. Cada libro cumple un propósito en nuestras vidas. Algunos nos hacen pensar, otros nos entretienen o más bien nos reconfortan, mientras que algunos nos ayudan a desconectarnos del mundo un rato. Y es que, como necesitamos esa desconexión en determinados momentos.

Para terminar mi verborrea literaria, no se avergüencen de lo que leen. Más bien recomienden a otras personas libros, sin importan el género. Cuéntennos el por qué esas lecturas les atrapan. Los libros deberían hacernos sentir algo, y si ese algo es felicidad, ¿por qué debería darnos vergüenza? Quien tiene la culpa de todo esto al final es, obviamente, el arte.