El más reciente episodio de La Telaraña estuvo dedicado a un tema que nos ha fascinado desde siempre: los viajes en el tiempo. Jurgen Ureña, conductor de este programa, conversó con el escritor e historiador David Díaz-Arias y la física Natalia Murillo Quirós acerca de las determinaciones científicas de los viajes en el tiempo y su reiterado uso como metáfora y como argumento literario y cinematográfico.
El único viaje en el tiempo demostrado, según mencionó Natalia, es aquel que explica la relatividad de Einstein y que ha sido tan bien representado en novelas como Regreso de las estrellas de Stanislaw Lem: si un objeto se mueve a velocidades cercanas a la velocidad de la luz, el tiempo para ese objeto transcurre mucho más lentamente que para alguien que permanece en reposo. Sin embargo, más allá de cuestiones relativistas e, incluso, más allá de agujeros de gusano y otros artefactos de la especulación razonada, tal y como mencionó David, la fascinación por regresar el pasado ha nutrido de manera abundante nuestros delirios. Es más, de alguna manera, ese es el oficio del historiador y de los acabangados.
Jurgen habló, también, sobre las ucronías, esos ejercicios contrafactuales donde el pasado fue distinto. ¿Cómo hubiera sido América Central si nos hubieran colonizado los británicos? ¿Qué hubiera pasado, digamos, si Hitler hubiera ganado la guerra? Alguien, quizás, diría que la ganó en diferido, ochenta años después.
Pero ese no es el punto… El punto es el hubiera o los hubiera…
Normalmente se dice que el "hubiera" no existe. Sin embargo, conforme uno crece se va quedando sin "haberes", sin "tal veces", y apenas puede regocijarse en la posibilidad de que las cosas hayan seguido un curso distinto.
No se trata de cambiar o mejorar.
Es, más bien, un asunto de "lo que pudo ser".
Porque "lo que pudo ser", de alguna manera, es más potente que "lo que es". O, al menos, permanece intacto. Viene a ser, si se quiere, una suerte de realidad incólume, eternizada en el ejercicio de la procrastinación cósmica. Y lo más importante: no implica riesgos.
Uno regresa un día del brete y toma un café y pone música y se pone a pensar cosas tipo "Yo hubiera sido un buen biólogo" o "¡Qué chiva que Costa Rica hubiera seguido siendo colonia española”! Y en esa idea del biólogo exitoso o del feliz colonizado no hay espacio para el fracaso.
El "hubiera" es persuasivo y poderoso, precisamente, porque es tan perfecto como las ecuaciones de Einstein. De hecho, podría decirse que "lo que es", en rigor, es la forma fallida del "hubiera". O dicho de otro modo: el "hubiera" es la manera más bella de "lo que es".
Además, a diferencia de lo posible y lo necesario, el "hubiera" no exige trabajo: uno simplemente se sienta a beber café, oír música e imaginar cómo pudieron ser las cosas... sin intención de transformar absolutamente nada. Y así la fascinación por "el hubiera" se convierte, entonces, en una forma de revolución perezosamente virtuosa.
O sea, una revolución sin muertes ni entuertos. Y digo "revolución" pero, también, podría decir "triunfo".
En un momento histórico donde las novedades falsificadas tienen tan buena prensa, a lo mejor, sería bueno que nos detuviéramos más en los "hubiera". De repente, no son tan ambiciosos como las fabulaciones de una sociedad sin clases o en la que impere el libre mercado. Pero, en todo caso, nos permiten habitar imaginariamente un mundo donde, por decir algo, Adán no le pegó un mordisco a la manzana ni el Challenger ardió en el cielo.
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