Esta semana compré desde mi Kindle un libro de Gareth Powell, colega británico, que habla de la escritura desde su perspectiva como autor. La inmediatez con la que llegó el libro al dispositivo me sorprendió por primera vez (aunque llevo más de 15 años leyendo digital en ocasiones) porque hasta esta vez me cuestioné el alcance que han tenido las plataformas digitales, y su dominio para vender libros electrónicos. Eso sin contar las grandes cadenas de librerías que facturan millones todos los días en muchas partes del mundo, Costa Rica incluida, con libros físicos.
Frente a estos dos agentes se levantan, tal David frente a Goliath, las que desde hace unos años para acá son mis favoritas: las librerías independientes. Esos espacios que no me ofrecen velocidad ni volumen (y tampoco vandalizan las ganancias si eres autor independiente) pero que me ofrecen como lector algo mucho más valioso: una experiencia muy humana, personalizada y que conecta con la comunidad donde se ubican. En las librerías independientes cada espacio es único y cada rincón tiene algo por contar. La curación de los libros que ahí se venden es apasionada y toman en cuenta el público que les visita. Esto contrasta (y bastante contraste que hasta duele) con la capacidad de las grandes cadenas de ofrecer descuentos agresivos y estantes llenos de Best-Sellers, que genera un modelo de consumo masivo que más bien uniforma la experiencia literaria.
Si se pregunta si debería elegir una librería independiente por encima de una cadena la respuesta es siempre sí, porque se convierte en un acto de apoyo a las voces emergentes que no se encuentran en grandes cadenas, donde se priorizan las tendencias comerciales.
En Costa Rica, librerías como Libros Duluoz, El Librero Pandeado o Patio Abierto, por mencionar algunas, han demostrado que la independencia es un valor en sí mismo, ya que, organizando eventos culturales y promocionando a autores emergentes, logran fortalecer el tejido cultural de las comunidades donde se ubican.
Las librerías independientes tienen un valor importante que radica en el impacto cultural que realizan. Son lugares donde los libros son tratados con el respeto que merecen.
El destino de estas librerías no está solo en las manos de sus dueños, sino también en la de los lectores. Al elegirlas decidimos apoyar un modelo de negocio ético y diverso, que ayuda a nutrir la cultura y el sentido de comunidad.
Son ese faro cultural que nos recuerda que todavía podemos elegir lo auténtico sobre lo comercial y lo local sobre lo masivo. Al final, leer es apoyar e imaginar, es un arte que nos permite transportarnos. La lectura es la culpable de hacernos soñar. Como siempre, la culpa es del arte.