"No es por la plata, pero sí es por la plata."

Este año, la Navidad se viste de una variedad de tintes de suspenso y terror en el cine y la televisión (entiéndase "televisión" como streaming porque, seamos honestos, ya nadie ve televisión nacional) en fechas que, para algunos, deberían ser intocables. Y es que, ¿a quién se le ocurre estrenar series sangrientas en fechas donde deberíamos celebrar el amor y la paz? Pues ahí es justo donde está la oportunidad de generar ruido y contrapunto. Me froto las manos para comenzar a teclear.

Como sociedad, nos apasiona cualquier cosa que genere morbo en distintas aristas, en especial cuando la desesperación y la desesperanza tienen un rol central en la historia a contar, y de eso sobra en El juego del calamar 2 (Netflix, 2024), serie escrita y dirigida por Hwang Dong-hyuk.

Esta nueva temporada, que, dicho sea de paso, nos deja en tremendo suspenso (o cliffhanger si hablamos el mismo idioma), tiene de todo un poco. A nivel artístico propiamente, nos regala momentos hermosos y muy bien escritos de desarrollo de personaje para aquellos actores que solo eran secundarios en la primera temporada. Una profundidad y una oscuridad que retratan a la perfección un paralelismo con la vida real, en donde nosotros somos los jugadores. ¿Nuestro número de jugador? La cédula. ¿Los juegos? El mercado laboral, la deuda, el acceso desigual a la educación y, en especial, el acceso a la salud. ¿El premio? Ninguno.

En nuestra sociedad no gana el más talentoso o el más trabajador, sino aquellos que se adaptan o sobreviven en sistemas inherentemente injustos, donde las estructuras sociales lo único que hacen es exacerbar la desesperación de los que menos tienen. Para muestra un botón: la cantidad de ajustes de cuentas que suman al marcador nacional de homicidios. Las personas que se ven envueltas en estos trágicos eventos lo hacen por necesidad, no por avaricia, al igual que en la serie. Pero, una vez dentro, deben tomar decisiones que los transforman en agentes de su propia destrucción. ¿Les suena a nuestro día a día?

Pero ellos no tienen toda la culpa. No, no. Nosotros somos cómplices también. Somos espectadores que pagan por ver a los otros luchar. Nos convertimos en espectadores pasivos de las injusticias del mundo. Reality shows (ojo ahí con The Kardashians, que es mi show aspiracional por excelencia), concursos, documentales sobre eventos catastróficos, todos consumidos desde la comodidad de nuestro sillón, ojalá con palomitas y gaseosa incluida (que no menciono marcas porque luego me caen). Luego de que termine, apague y vámonos, que mañana hay que trabajar, tragar presas y ganarse el sueldo para pagar estos entretenimientos.

La serie como tal logra su cometido: entretener. Sin embargo, deja de manifiesto que somos parte de una sociedad que glorifica y perpetúa tanto la codicia como la desigualdad. El tablero que nos tocó jugar, justo o injusto, es parte del sistema que como sociedad hemos construido. La serie lo único que hace es retratar, por medio de la ficción, lo que ya se ha dicho a viva voz: que la injusticia sí existe.

Si tienen la oportunidad, vean la serie con vista aguda para con los temas que trata, que son fuertes y pesados. Los artistas envueltos en la producción lo único que buscan es transmitir un eco inquietante de nuestra obsesión por el entretenimiento basado en la explotación. No piense que la serie busca perpetuar lo que critica, sino más bien, busca ser un agente de cambio denunciando lo que ahí se interpreta. Y es que ya está bien trillado el lema de que la culpa es del arte.