El mensaje de Donald Trump en su segunda inauguración presidencial y las docenas de órdenes ejecutivas (equivalentes a decretos, para nuestros efectos) que se dictaron en los primeros días de su mandato determinan cambios trascendentales en las realidades políticas de los Estados Unidos y del mundo entero.

No debe dejar de ilusionarnos el objetivo del presidente Trump de ser recordado por la paz en el mundo y de poner fin a las guerras, de la misma manera como debemos estar celebrando que —con el apoyo de la administración que se inició la semana pasada— el gobierno del presidente Biden junto con los gobiernos de Egipto, y Qatar lograron su propósito de que Israel y Gaza acordaran un cese al fuego y la repatriación de los rehenes cruelmente secuestrados por Hamas.

Pero son muy grandes los retos que enfrenta la nueva administración de Estados Unidos para poner término a la guerra causada por la ilegal e injustificada invasión de Putin a Ucrania, a la cruel y salvaje guerra en Sudán y a los ataques que se siguen dando en el Cercano Oriente. Y no es el menor de esos retos el lograr hacerlo sin debilitar las alianzas internacionales de las democracias occidentales y sin que la paz de hoy se alcance a costa de facilitar mayores confrontaciones bélicas en el futuro.

El discurso y las órdenes ejecutivas van mucho más allá del señalamiento de la orientación general de un gobierno que inicia funciones.

Señalan cambios de rumbo y medidas específicas con profundos efectos en temas migratorios, energéticos, ambientales, de comercio internacional y de las relaciones entre las naciones.

El enfoque general da preponderancia y prácticamente hace exclusivo el propósito de promover el interés nacional de los Estados Unidos, impulsando su “destino manifiesto” de dominación. El presidente Trump, señaló:

América reclamará su legítimo lugar como la nación más grande, más poderosa y más respetada de la Tierra”.

Y especificó: “Estados Unidos volverá a considerarse una nación en crecimiento, que aumenta su riqueza, expande su territorio, construye sus ciudades, eleva sus expectativas y lleva su bandera a nuevos y hermosos horizontes, y perseguiremos nuestro destino.” (las citas en español son tomadas de El País de España)

Y por si hubiera dudas se refirió en concreto a recuperar el Canal de Panamá y en días previos manifestó su interés en adquirir Groenlandia.

No cabe duda de que el objetivo primario de cada nación es la promoción de su interés nacional y del bienestar de sus ciudadanos.

¡Qué bueno que los Estados Unidos quieran vivir una época dorada!

Pero tampoco hay duda en cuanto a que la paz entre las naciones depende del respeto a su soberanía nacional, y de que a partir del fin de la II Guerra Mundial esa paz se ha buscado mediante un derecho y una organización internacional fundamentados en valores esenciales de dignidad y libertad de las personas, democracia en los países y respeto a la integridad de los estados.

Como toda construcción humana, el derecho y la organización internacional son imperfectas. Con el transcurso de los años van mostrando sus mayores falencias. Y es adecuado mejorarlos. Pero, poco se gana y mucho se pierde si simplemente se ignoran y se debilitan. El simple dominio de los poderosos conduce a enfrentamientos, dolores, guerras y muertes.

Los Estados Unidos como toda nación tiene pleno derecho a regular la inmigración a su país y de evitar el ingreso ilegal a su territorio. Pero se deben respetar las normas internacionales que protegen a los migrantes, es éticamente imperativo respetar sus derechos humanos y es cristianamente mandado tratar a todas las personas con amor y misericordia, especialmente a las débiles y desprotegidas.

También es cierto que las naciones, y por supuesto en primer lugar la gran potencia de Estados Unidos, gozan de libertad para manejar sus sistemas tributarios y que en determinadas condiciones les puede ser ventajoso imponer aranceles a las importaciones. Pero ¿será ventajoso debilitar el sistema de comercio internacional reglado que con grandes esfuerzos se ha venido creando en los últimos 70 años para evitar guerras arancelarias por represalias entre países?

Por eso es preocupante la afirmación del presidente Trump en su inauguración:

En lugar de gravar a nuestros ciudadanos para enriquecer a otros países, arancelaremos y gravaremos a los países extranjeros para enriquecer a nuestros ciudadanos.”

El calentamiento global y las pandemias son fenómenos que afectan a la humanidad, a todos los países. Coordinar esfuerzos para enfrentar esos grandes peligros es esencial.

Las medidas en el campo energético del gobierno del presidente Trump privilegian el aumento de la explotación de hidrocarburos e implican abandonar los estímulos a las energías limpias.

También en salud la nueva administración de Estados Unidos tiene visiones diferentes a las que hoy imperan.

Sería muy conveniente que se pudiera negociar y coordinar con el resto de las naciones las objeciones a las políticas internacionales en curso en ambiente y salud. Pero eso difícilmente se podrá dar con el abandono de Estados Unidos al Acuerdo de París y a la Organización Mundial de la Salud.

América Latina es parte del mundo y la cultura occidentales en los cuales Estados Unidos es el país predominante.

Para Costa Rica y para nuestra región cambios tan trascendentales en la potencia del norte son de inmensa importancia, aunque los Estados Unidos hayan dejado de considerarnos de importancia para ellos.

Somos un país pequeño, desarmado y sin grandes riquezas materiales. Pero somos depositarios de una extraordinaria grandeza de valores y de ética social.

En la defensa de nuestro interés nacional debemos fortalecer los lazos políticos, culturales, comerciales, de inversión y de turismo que nos unen a los Estados Unidos.

Pero en la defensa de ese interés no debemos renunciar a promover nuestros valores fundamentales y a defender las políticas públicas que nos favorecen, no solo de inmediato, sino con una juiciosa visión de largo plazo.

Las naciones de América Latina debemos ser conscientes de las realidades políticas y de las dimensiones del poderío de los Estados Unidos. Pero debemos actuar unidas para impedir el deterioro de las normas del derecho interamericano que venimos construyendo desde finales del siglo XIX. En especial debemos ser solidarias con Panamá en defensa de su integridad territorial y del respeto a los tratados internacionales relacionados con su canal interoceánico. Claro, atendiendo el interés nacional de Estados Unidos por su defensa nacional.

Navegar en esas procelosas aguas exige unidad de miras, lealtad entre las diversas fuerzas costarricenses y una cuidadosa evaluación de la realidad.

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