En el periódico El Pacífico del 8 de marzo de 1913 se reporta la colisión entre un bongo y un vapor. Ocurrió, según se dice, frente a “El Muellecito”, en Puntarenas. El bongo, que traía una importante carga de sal, se fue a pique tras ser embestido el vapor. En la nota se destaca la necesidad de que los marinos sean más prudentes, ya que, al parecer, no era inusual que sucedieran ese tipo de incidentes cada vez que soplaba “el norte”.

Más o menos un año después, en enero de 1914, tuvo lugar un fatídico naufragio en Puntarenas. Una embarcación en la que se trasportaban los restos de una mujer y sus abundantes deudos zozobró en el estero.

Se dirigían al cementerio de La Chacarita.

Durante días, según se cuenta, las autoridades deambularon en busca de cadáveres por los canales, la playa y el manglar. Hubo, al menos, 20 ahogados y 50 desaparecidos. Un hombre, al parecer, salvó su vida aferrándose al féretro hasta que fue rescatado. Los restos de la mujer, sin embargo, nunca aparecieron.

En el libro Coto de José Marín Cañas se refiere otra catástrofe de navegación. Esta vez, relacionada con la guerra del 21. Una patrulla costarricense salió de Puntarenas hacia la zona sur. En algún momento, mientras avanzaba por el río Coto, fue emboscada por fuerzas panameñas.

Los ametrallaron sin piedad.

Navegar, de cierto modo, constituye un ámbito propicio para la fantasía y el horror. Las aguas se asocian siempre con lo profundo y desconocido. Y justo por eso, al pensar en el mar, pensamos en seres monstruosos, en barcos fantasmas que vagan como preguntas y en continentes perdidos.

Nosotros, pese a nuestra naturaleza geográfica e histórica, tenemos pocos relatos marinos. Nos hicimos montañaces y nos olvidamos del mar.

Hubo un momento, como mencionó la geógrafa Adriana Baltodano en el último episodio de La Telaraña, en que las aguas del Golfo de Nicoya eran surcadas insistentemente por vapores y bongos. No obstante, con la carretera nos alejamos del mar. Y, de alguna manera, como sugirió el fotógrafo José Pablo en ese mismo episodio, alejándonos del mar nos privamos de la aventura y la libertad.

Jurgen Ureña, conductor de La Telaraña, recordó que navegar constituye un motivo que ha sido utilizado por pintores, cineastas y filósofos desde tiempos inmemoriales. La propia vida, según dijo, se compara con el viaje de una embarcación y se habla, también, de que nuestro planeta navega en el sistema solar y la galaxia.

Hace más o menos 20 años uno, incluso, navegaba en Internet. Se abandonaba a las corrientes de resaca.

Derivaba.

Leía tal cosa y tal cosa lo llevaba a otra y así durante horas.  Y todo ocurría, más o menos, en un contexto de libertad.

El surgimiento de las grandes empresas tecnológicas, de cierto modo, rompió con esa dinámica y se restringieron nuestras singladuras. Internet, así, ha terminado pareciéndose a un naufragio.

Casi como el de Puntarenas en 1914.

Y, por lo pronto, no divisamos ningún féretro donde salvarnos.

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