Un dictador cruel se aferra al poder, un pueblo valiente y sus líderes luchan por la libertad.
Escribo este artículo el 10 de enero de 2025, el día en que el narco dictador Maduro jura continuar con su tiranía ante un congreso sin legitimación alguna.
Esto parece y es catastrófico.
Hace pocas décadas Venezuela ayudaba a América Central a encontrar el camino de la paz por medio de la construcción democrática.
Hace poco junto con Costa Rica y Colombia, Venezuela era una de las únicas tres democracias de la región.
Hace poco más de dos décadas los venezolanos eran uno de los pueblos más prósperos de nuestra región. Con las mayores reservas de petróleo del mundo producía más de 3,2 millones de barriles al día en 1997 y 1998. El promedio de producción diaria de 2020 a 2023 no llega a la cuarta parte de esa cantidad y Venezuela es una de las naciones con un menor nivel de ingreso de su población en América.
Hoy con Cuba y Nicaragua cuyos dictadores fueron los únicos jefes de Estado —igualmente ilegítimos que Maduro—que lo acompañan en su farsa, Venezuela es, al igual que esas naciones, una de las más oprobiosas dictaduras del mundo. Y claro, esas tres son naciones muy pobres en nuestro continente.
De Venezuela se han visto obligados a emigrar casi 8 millones de personas, cuyas paupérrimas condiciones de vida nos conmueven en los cruces de calles de San José y otras de nuestras ciudades pidiendo ayuda para seguir su viaje, después de haber sufrido los horrores de atravesar el Darién.
Una suerte similarmente cruel la sufren las personas que se han visto obligadas a emigrar de Cuba y de Nicaragua por la opresión y la pobreza.
Esos son tres países en los que ya ni siquiera se intenta disimular su condición de gobiernos arbitrarios, despóticos y crueles, aparentando procedimientos democráticos y diferenciación de poderes del estado, sino que más bien se quiere hacer ostentación de esa maligna condición para imponerse a sus habitantes por el miedo al terrorismo de estado.
Pero Venezuela y el mundo no solo han vivido en estas horas esa dolorosa tragedia, esa bufa representación de un dictador adornado con banderas y collares usurpando el gobierno de una gran nación.
También hemos sido testigos del coraje de un pueblo que salió a las calles para manifestar su apoyo a los resultados de las elecciones del pasado 28 de junio. Resultados que fueron apabullantes en favor del presidente Edmundo González, lo que la oposición pudo demostrar con las actas de más del 85% de las mesas de votación, que el 8 de este mes quedaron depositadas en Panamá, y que han sido reconocidas por organismos internacionales con gran reputación y conocimiento electoral.
Un coraje de venezolanas y venezolanos que superó al miedo que origina el terrorismo de estado de la dictadura de Maduro. Esa calificación ha sido constatada por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El coraje del pueblo superó al terrorismo de estado, venció el miedo y salió a las calles en 180 manifestaciones en el territorio de Venezuela.
También hemos sido testigos en los últimos días del respeto internacional al presidente electo Edmundo González, que ha sido recibido con los honores propios de su rango por los presidentes de Argentina, de Uruguay, de Estados Unidos, de Panamá y de República Dominicana que lo reconocen como presidente electo. Además de esos países también ha sido reconocido en esa condición por ser el triunfador de las elecciones presidenciales de Venezuela por los gobiernos de Costa Rica, Ecuador, Israel, Italia, Paraguay, Perú, y por el Parlamento Europeo. El Gobierno de Chile ha declarado contundentemente que Edmundo González fue quien ganó la elección presidencial, y de manera más disimulada también lo han hecho los de Brasil y Colombia.
Y claro, el coraje lo ha demostrado a cabalidad María Corina Machado, esa heroína de América que ayer volvió a las calles de Caracas después de haber tenido que estar actuando desde la reclusión para evitar que el tirano la secuestrara, como ha hecho con tantos venezolanos a lo largo de su despótico gobierno.
Finalmente, también hemos sido testigos de la debilidad y de las contradicciones de la dictadura de Madura, que se hacen ostensibles con la infructuosa represión a las manifestaciones, y con la contradicción de intentar secuestrar a María Corina, y acabar devolviéndole la libertad.
La lucha como lo ha señalado María Corina, es hasta el final.
El final es el final de la dictadura. La libertad y la democracia triunfarán.
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