Esta semana, como todas, me dejó el increíble llamado de compartir con todos algún aprendizaje que valiera la pena publicar. Y es que a veces me lleno la mente de cualquier cantidad de temas que a la larga no me llaman la atención, o terminan en borradores que nunca van a ver la luz de la imprenta (¿o de la web? Hemos avanzado tanto en este siglo). Lo que busco siempre es un sentido de pertenencia en los textos y no simples palabrerías, entonces me entra el síndrome del impostor. ¿Realmente soy bueno para comunicarle algo al mundo allá afuera? ¿Alguien me leerá? (Familia aparte, obvio. Ellos siempre me leen) ¿Qué pensaba este medio cuando me dio la oportunidad de publicar?
Mientras me surgían esas interrogantes de vida, alguien me pidió ayuda para escribir un libro y por un segundo me dije: ¿Por qué yo? Luego recordé que soy artista y entonces hice el cambio mental. De ahí entendí que a todos los artistas a veces nos cuesta creérnosla. No solo a los escritores, sino también a pintores, músicos, fotógrafos, directores de cine y podría seguir con la cantidad de aristas del mundo artístico. Partimos de comparar el talento que tenemos con aquellos que llevan años de esfuerzo y disciplina. Solamente la palabra “artista” para muchos de nosotros denota un peso irreal e intimidante.
Hay toda una connotación de perfección, éxito, reconocimiento y validación implícita que nos obliga a usar esos términos de parámetro para medir que tan bien o que tan mal nos va. Y eso nos aleja totalmente de la realidad del ser artista.
Ser artista no consiste en el reconocimiento externo. Consiste en el acto de hacer arte y usarlo como vehículo para expresar lo que, como seres humanos, tenemos dentro y necesitamos sacar. Lo que realmente nos hace artistas es la disciplina, la dedicación, la creatividad y el sello de autenticidad que podemos implantar en nuestras creaciones.
En mi caso particular, escribir me ayuda a canalizar emociones, a proyectar al mundo mi punto de vista y compartir, en medio de tanto ruido, algo que haga pensar y evolucionar a la mente humana. Más allá del género literario, la lectura nos debe dejar algo que nos ayude a cuestionarnos y a ser mejores personas.
Nos sale muy caro, o muy ostentoso, el tiempo que perdemos mientras nos cuestionamos que tan buenos o malo somos. Todo ese tiempo que podríamos invertir en nuestra creación se puede transformar, como aquellas monedas de oro que José Arcadio Buendía le derritió a Úrsula (puntos extra si entienden la referencia), muy fácilmente en tiempo mal invertido si nuestra mente no está alineada con el propósito de lo que necesitamos expresar o crear.
Hagan arte, sea lo que sea. El primer error que cometemos como artistas es querer que todo salga bien de buenas a primeras. Alerta de espóiler (es que si no me cae la RAE con el anglicismo de spoiler) nada sale bien a la primera. La disciplina es clave. Ser artista es crear incluso cuando no sentimos la inspiración. Es más, cuando sientan que no pueden, hagan arte, y me cuentan después de veinte minutos de entrega como se sienten y como la musa llega aun cuando no era el momento. A la musa no se le espera a que llegue, a la musa se le busca, se le llama y hasta se le manda correo.
Así que de esa forma nació mi columna de esta semana. De la necesidad de poder decirle, bocina en mano, a los artistas que nos sale muy caro no creer en nuestro talento y creatividad. Que sería más bonito poder tener una red de apoyo entre nosotros mismos y animarnos a ser mejores y que podamos, entre todos, usar el arte como puente para expresarnos. Finalmente, que podamos gritar a viva voz que todo lo que somos y todo lo que sentimos es culpa del arte.