El filósofo alemán, Arthur Schopenhauer, en un escrito que puede titularse como “Dialéctica Erística” o el “Arte de tener razón”, fija su mirada en un aspecto de la vida social que podríamos denominar las reglas y causas del debate soez, tema especialmente relevante y actual en las sociedades abiertas y democráticas.
El texto resultó inacabado y, sin duda, pudo ser pulido por el genio del pensador, sin embargo, ya su ánimo no estaba para ello, pues sentía cierta náusea originada en la comprobación de las bajezas de lo humano reflejadas en las artimañas y trucos con que los hombres, dada su maldad natural y su vanidad (Schopenhauer era nihilista), persiguen imponer su posición o lograr la aprobación o la victoria.
Schopenhauer estimaba que Aristóteles no trató con rigor el asunto en sus “Tópicos de la dialéctica”, pues no diferenciaba entre pensamiento científico regido por la ética y la probidad en el método del pensar y del hablar y la discusión erística, claramente dirigida a confundir al adversario por medio del insulto, la mentira, el uso de sofismas y otros artificios y tretas.
A diferencia de la erística, la actitud científica y su método de diálogo estaría dirigido a la búsqueda de la verdad o por lo menos a lograr algún tipo de acuerdo intersubjetivo sobre algún tópico en debate, todo en clara oposición al uso consciente de reglas y procedimientos encaminados a lograr aprobación u obtener una victoria en el debate sin interesar grandemente el contenido.
El fin de la Dialéctica Erística es hacer uso de la retórica para objetivos espurios haciendo pasar mentira por verdad; o peor aún, desinteresarse de esta última o en todo caso dejarla de lado. En este ambiente no interesa la veracidad de los hechos, no hay objetividad ni ética en el discurso. Se recurre a la emoción por encima de la razón. Se privilegia la doxa (mera opinión) por sobre la episteme (conocimiento verificable). En suma, se privilegia un ambiente de cantina y de gradería de sol, en lugar de un espacio académico o técnico científico en el hablar y en el discutir.
Esto es lo que está sucediendo en el debate político actual. Sabemos que hoy en día hay una industria y “fábricas” de troles, así como gente pagada para vociferar. En la Grecia antigua el asunto degeneró en la demagogia. Algo parecido es lo que buscan los populismos que ahora nos acechan.
Schopenhauer desnuda varias de las estratagemas para hacer imponer la mentira o la posverdad sobre los hechos y sobre la verdad entre ellas el uso del argumento ad hominem, y el ataque personal desarraigado del objeto en discusión. Siempre, tal tipo de artificios y engaños consisten en un trato insolente y vejatoria rayano en tipos delictivos como la injuria, la calumnia y la difamación dirigidos a provocar la cólera del adversario y de paso dejar de lado el objeto de discusión en el cual generalmente no se tiene la posibilidad de ganar ni de obtener la razón.
Schopenhauer analizó estas estratagemas de las que se valen en las discusiones los hombres de poco honor y de pocas luces para ganar el favor del público, que, piensa, es débil a la verdad. En general las estratagemas innobles van dirigidas a personalizar el objeto de interés adoptando un tono ofensivo, insultante, áspero, se abandona el tema, pues en verdad no interesa y se pasa al ataque al contendiente.
El asunto es actual: la democracia es diálogo y en ella la voluntad se expresa en votos y conductas. Pero ya lo habían experimentado en carne propia los antiguos griegos, la democracia es proclive a degenerar en demagogia y esta última es campo fértil de los que usan las reglas del saber y del pensar con el objeto de confundir y torcer, hacer y presentar lo bueno como malo y lo malo como bueno, lo negro blanco y lo blanco negro, en fin, el arte del engaño en donde lo que parece no es y lo que es no parece, es la tentación del político no estadista y de grupos de poder económico indignos de ser considerados demócratas.
Hasta hace poco, se estimaba que la disputa pública, la controversia, el debate, era un medio para llegar a la verdad. Ojo que siempre se ha tratado de una verdad que se construye en el debate y con los elementos que se ofrecen y aportan en éste, luego no se trata de una verdad absoluta. Pero hoy contemplamos horrorizados el uso de las plataformas digitales para expresar opiniones y disputar temas y asuntos relevantes, pero conscientemente trivializados y todo sin un mínimo rasgo de decencia, sentido de honor y de probidad moral en el decir, y en donde la deslealtad en el debate es la norma.
Me uno a la preocupación por la oleada de odio discursivo que se manifiesta en las redes sociales y que según un recién estudio de la ONU significa en el último año un crecimiento del 55% en el tipo de conversaciones ligadas a mensajes ofensivos. Se requiere urgentemente un proceso de alfabetización digital, al estilo del implementado en el sistema educativo finlandés, con miras a brindar a la ciudadanía herramientas que le permitan evaluar lo que circula en las redes sociales y en los medios informativos.
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